Crónicas empresariales

Betis: fugas y amnesia

El Betis parece que no es una empresa, es una ONG o, todavía, un club de fútbol de amiguetes de la tercera edad que se citan en el casino a jugar al dominó, o eso parece

21 jun 2020 / 04:00 h - Actualizado: 21 jun 2020 / 04:00 h.
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  • Un entrenamiento del Betis. / Efe
    Un entrenamiento del Betis. / Efe

En la empresa Real Betis Balompié que llevo sufriendo en los últimos años hay una constante: el que vale, se va a prosperar por ahí, y a otros que dicen los entendidos que valen, se les olvida el oficio, empezando por el entrenador, Rubi, por el que siento un cariño que se deriva de su soledad en Sevilla. Puede ser que estemos ante otro de los que se creía que como venía de Barcelona esto iba a ser pan comido pero en otra cosa no, ahora bien, en fútbol, Sevilla es muy complicada porque entre el Español y el Barcelona hay una galaxia de por medio y entre el Sevilla y el Betis las distancias se acortan, en lo social hay más béticos que sevillistas y en lo deportivo el Sevilla es el sol y el Betis digamos que el planeta Marte, por ahora. De entrenar a un equipo que en Barcelona se llama nada menos que Español a llegar a otro que responde al nombre de Betis con los 50.000 fieles sufridores detrás y un Sevilla serio y campeón al que persigue por ahora infructuosamente, va un abismo cósmico.

De Europa a la casi nada

Sin embargo, el caso es que a un señor que ha llevado a Europa al Español -aunque no con mucha dificultad por lo barato que estaba clasificarse- y cuando se ha ido de aquella empresa su exequipo puede irse a Segunda, hemos pasado a otra persona: en el Betis se le ha olvidado todo, por lo visto, y ya no le da ni para quedar el décimo en la tabla clasificatoria, como con el entrenador del tuki tuki.

¿Qué le habrá pasado a este hombre? Porque aquí en Sevilla venir de Cataluña y no triunfar es ser un individuo que llega desde una zona separatista que se cree lo que nunca ha sido en la Historia: una región que quiso conquistar Italia y fracasó, que quiso catalanizar España y toda la península y no se salió con la suya, que quiere ahora ir de poderosa y tiene una deuda de casi 80.000 millones de euros, por culpa de España que le roba, claro.

Trabajadores que emigran, trabajadores indolentes

Los jugadores que en los últimos años han destacado se han apresurado a hacer las maletas y a buscarse tierras mejores porque Sevilla no es lo mejó der mundo y más vale que nos miremos en las grandes ciudades y países en lugar de en Málaga o en Matalascañas.

Han hecho muy bien porque el Betis mustia a cualquiera. Es un asunto de empresa, el que entra por la puerta del Barcelona, del Madrid, de cualquiera de los Manchester, Juve, PSG, etc., ya sabe que allí no va uno a mirar el móvil mientras sus compañeros van por el campo como durmiendo la siesta, sino que o das el callo o a la calle.

En el Betis a los entrenadores se les olvida entrenar y a los futbolistas jugar y echarle testosterona al oficio. El Betis parece que no es una empresa, es una ONG o, todavía, un club de fútbol de amiguetes de la tercera edad que se citan en el casino a jugar al dominó, o eso parece. Acaso el futbolista se crea que viene al club simpático del arsa mi arma. ¿Será eso?

Es una vergüenza. ¿Existen cláusulas penalizadoras en los contratos de estos muchachos ante semejante actitud? Porque, aunque el entrenador esté persuadido por un ambiente que tal vez le venga grande, ellos deben tener dignidad profesional, aunque estén en el Betis para ganar dinero (no mucho) pero nadie les ha puesto una pistola en el pecho para que firmen.

Comprendo que a unos jóvenes que desde muy jóvenes les están riendo las gracias millones de personas y que saben que gran parte del sentido de la vida de esos millones de personas depende de un regate o de un gol que hagan ellos, se suban al guindo, pero alguien tendrá que echarlos abajo. La pandemia les ha debido demostrar que hasta se puede vivir sin ellos y que son unos simples asalariados que si no hay gente en las gradas ni anuncios publicitarios ni TV hasta algunos podrían terminar en un comedor de Cáritas. Sin embargo, como son jóvenes saben que el tiempo juega a su favor y que la gente, en general, no tiene más vida interior que sus posturitas o sus pelos pintados o sus teatros en el campo.

Y así estamos, ante una clase de niños creídos a los que Rubi les debe parecer un enano sin curriculum y que precisan que lleguen unos maestros con genio y figura. Y esos se llaman Lorenzo Serra Ferrer y Marcelino García Toral que tienen personalidad y como la tienen necesitan a unos empresarios que no sean mediocridades porque todas las mediocridades les temen a las personas que tienen las cosas claras. El mediocre que vive en la mediocridad y la contagia a su entorno futbolero-empresarial siempre teme que alguien llegue y le quite la poltrona. Vamos a ver si me equivoco y el Betis es de una vez una empresa digna de su historia.

¿Qué hacer, si no?

Como por el momento los movimientos internos de protesta entre el accionariado se dejan sentir poco, habrá que pensar en la gente de fuera. Es decir, si los sevillanos béticos con poder no se deciden a dar el puñetazo sobre la mesa, como estamos en un mundo mundializado, echemos mano por lo pronto de Serra y Marcelino, no vamos a buscar accionistas chinos o árabes.

Marcelino ya le cantó las cuarenta a Ruiz de Lopera y a los dirigentes del Valencia. Lo marginaron por eso, pero esos son los que valen en las empresas, los no aduladores, los que dicen yo no me juego mi nombre como entrenador si me dan una plantilla que yo considero que está llena de papas fritas. Las empresas y los colectivos humanos no avanzan sin personas ambiciosas y dignas, los aduladores sirven para traerte el café o llevarte la maleta, poco más. A mí dame gente muy experta que me critique, que venga de frente. Serra es de esos y van los que saben mucho menos que él y le entregan diez folios que contienen supuestos argumentos sobre lo mal que lo ha hecho, conscientes de que no había un recambio superior al que echan a la calle. Eso es hundir a una empresa que además es seña de identidad espiritual de millones de personas, eso es saber que uno no se está jugando su dinero en esa empresa, sino que puede jugar con el dinero de otros, conscientes además que a los socios se les da un caramelito y vuelven a sacar el carné para luego protestar. Ahí está el mal de fondo de la empresa Real Betis Balompié.

Si hubiera ganado en Bilbao se habrían acabo los problemas coyunturalmente porque la clientela del Betis en gran medida es bastante bipolar. Pero toda la clientela consciente del Betis sabe que se habría tratado de un espejismo. ¿Qué hacer entonces?

Estado de alarma y sentimiento de culpa

Apliquen los béticos el estado de alarma a su empresa, ése que nos ha enseñado la Covid-19. Que, cuando se pueda ir, y a pesar de que se pueda ir, acuda al estadio el mismo público que estuvo en el partido contra el Granada. Bueno, que vayan los de la fe del carbonero y ya está, el resto, en casa o todo lo más en el bar viendo la tele.

Oigan, que uno paga para que lo diviertan en esta perra vida, no para ver a niños pisando huevos por muy Betis que se llame lo que representan; que los trabajadores de verde y blanco cobran para servirme, no para estar yo todo el rato sirviéndolos a ellos y tocándoles las palmitas, que vale, que hay unos pocos que se salvan pero este tipo de empresas vende un producto compuesto por once elementos más los suplentes más los no convocados.

Pero, ¿voy a dejar solo a mi Betis? Sería un mal bético. Vaya, ya salió el sentimiento de culpa del cliente, el miedo a perder al santo al que le reza y al que le riñe, como hacían los habitantes de la Roma clásica con sus diosecillos domésticos. Amigos, contra eso el remedio es más complicado, porque cuando el corazón entra por la puerta la razón sale por la ventana.

Vale, en tal caso, resignación y viva er Betis manque pierda.