En este 2021 tanto el Partido Comunista de España (PCE) como el Partido Comunista de Portugal (PCP) cumplen cien años desde su fundación al calor de la Revolución soviética de 1917 con Lenin primero y Stalin después.
¿Quién les está hablando?
Ambos se definen como comunistas pero no son lo mismo, el PCP se ha mantenido muy fiel a sus fines, el PCE es una caricatura de sí mismo bajo el disfraz y el calor de IU primero y de Podemos después. El PCE abandonó el leninismo a finales de los setenta para abrazar una socialdemocracia a la que llamó eurocomunismo mientras que el PCP se ha mantenido coherente. El resultado final es el que es: la minoría que vota comunista respeta y admira la coherencia -no el estancamiento- y desprecia la confusión y la alianza con gente aturdida e inmadura.
Por mi edad y por mi compromiso social he vivido bastante de cerca el proceso comunista en España, aunque existan aún numerosas personas que puedan explicarlo muchísimo mejor que yo. Pero con la experiencia de mi militancia de base entre 1973 y 1979 tengo para escribir un libro para mí entrañable porque lo que perseguí fue una España mejor, según mis principios de entonces. Les explico lo anterior, porque tienen ustedes derecho a saberlo, ustedes tienen derecho a saber quién les está hablando, les digo eso a mis alumnos: lo primero que deben hacer cuando leen a alguien o lo escuchan es preguntarse quién me está hablando, de dónde procede, cuál es su contexto, y esto es aplicable a personas físicas o jurídicas. He aquí algo imprescindible porque hay bastante personal que oculta su identidad, su pasado y sus intenciones y pueden engañar a quienes menos experiencia vital y menos conocimientos almacenen.
En este campo del comunismo mi caso es muy sencillo de explicar: siempre he sido sensible con el sufrimiento de los demás, eso lo traía de nacimiento y la educación que me dieron mis padres, las Salesianas y los Maristas lo intensificó. Pero más tarde me di cuenta de que ambas instituciones -en la práctica, cara al público- sólo rezaban y predicaban o ejercían la caridad y que el marxismo actuaba y caminaba en la tierra con los pies, no con la cabeza, como le dijo Marx a su maestro Hegel para criticarle su idealismo. Entonces, desde el catolicismo, llegué al marxismo, algo que les ha ocurrido a bastantes personas, unas conservando su fe y otras abandonándola. Ahí están los ejemplos de la Teología de la Liberación o de los Cristianos por el Socialismo.
Más tarde, la alternativa marxista -ese paraíso proletario- me pareció ingenua puesto que terminé por convencerme de que Rousseau -con el que enlazó Marx- no tenía razón con su filosofía de la bondad humana, sino que la razón la poseían en mucha mayor medida Hobbes, Maquiavelo, Adam Smith, Edgar Morín y por supuesto Schopenhauer y Nietzsche. No, el humano es egoísta, si bien existe un egoísmo solidario y otro autodestructivo. He debido abandonar el comunismo por esa razón tan simple y a la vez tan compleja. Estoy en tierra de nadie a nivel práctico, que no teórico, mi alternativa para la vida es tan emocional que sólo la cuento en mis libros sin que desee que nadie la siga, no daría resultado, ahora. Ya bastantes profetas hay en el mundo como para venir yo con mis pamplinas.
Reconciliación frente a confrontación
El comunismo que yo viví en España -no “en este país”, sino en España- perseguía la reconciliación entre los españoles, una idea que arrancó desde la dirección comunista en el exilio nada menos que en 1956, al percatarse el PCE ya entonces de que las generaciones que llegábamos al mundo éramos ajenas a la guerra civil durante la cual, por cierto, y aún antes, en la Segunda República, el PCE estuvo encabezado por el sevillano José Díaz (Sevilla,1895-Tiflis, en el exilio,1942).
Sin embargo, el comunismo de ahora -este comunismo escondido y moribundo- lo que está originando es confrontación, pero no cualquier confrontación sino -seamos sinceros- una guerra civil verbal que si estuviéramos en un país donde dejaran llevar armas fácilmente o se hallara situado en otro contexto geopolítico que no fuera la UE, veríamos dónde estaría en estos momentos. En España no se habla de comunismo, se insulta, se descalifica, se proyecta irracionalidad y odio, se quiere imitar a Lenin en 2021 como si estuviéramos en 1921. La capacidad intelectual marxista está anquilosada, aún se divide la vida en los malos que son los capitalistas y los buenos que es un proletario que no piensa en clave marxista -creo que jamás pensó así- sino que ese proletariado sólo está en la imaginación de quienes han convertido al marxismo y al comunismo en una religión fundamentalista para provecho propio.
Santiago Carrillo aportó bastante para que el comunismo se fuera diluyendo en la taza del PSOE -la casa común de la izquierda, decían algunos- pero también fue la dirección del PCE en el exilio quien lanzó la idea de la reconciliación. En los inicios de los años 70 había en Sevilla una célula clandestina de periodistas a la que yo pertenecía. Era el último mono ahí, tal vez el más joven. En ella militaban nombres conocidos que voy a callar.
Un día vino desde el exilio José Benítez Rufo, especialmente a hablar con nosotros. Nos reunimos en un piso del barrio de Los Remedios, lo menos sospechoso para la policía política de Franco. Aquel hombre había vivido y participado en la guerra civil, lo habían detenido, torturado, estaba con Carrillo y otros en la cima del Partido (entonces lo escribíamos con mayúsculas, sólo había un partido, el PSOE dormía). Sin embargo, nos hablaba de que escribiéramos y habláramos sobre reconciliación entre los españoles, ésa era la consigna leninista en aquel momento. Nos analizaba con mucha calma la situación, nos animaba a seguir luchando. Aquellos viejos comunistas atesoraban una oratoria inmensa, no se les veía crispados, la procesión la llevarían por dentro pero la estrategia era otra.
Cuando Carrillo regresó a España y el PCE fue legalizado, en efecto, no sólo siguió hablando el dirigente comunista de reconciliación sino que colocó en sus mítines la bandera de España al lado de la comunista. Era el inicio de un ciclo que los españoles no hemos sabido continuar, el PCE se fue descafeinando, el neoliberalismo se envalentonó y se desmelenó con la caída del Muro y de la URSS y encabronó a millones de personas que empezaron a vomitar su enfado en forma de violencia y odio: desde la izquierda y desde la derecha. Cualquier factor vale para descargar la bilis acumulada: el nacionalismo separatista, el feminismo de oídas, la conquista y colonización de América, la Iglesia, la falsa solidaridad con la inmigración, el activismo digital desde el sofá, el espantajo del fascismo o del propio comunismo... No hay confrontación racional y pacífica de ideas, hay agresión reprimida, guerra no declarada, incluso en medio de una pandemia. El odio supera a las heridas más punzantes, es como seguir dándose puñaladas cuando estamos gravemente heridos y a punto de desangrarnos.
La coherencia del PCP
Mientras el PCE “jugaba” al eurocomunismo y a alejarse de la URSS, junto con el Partido Comunista de Italia (PCI) y el Partido Comunista de Francia (PCF), con fotos en las que aparecían sus tres máximos dirigentes, Carrillo, Enrico Berlinguer y Georges Marchais, el PCP se mantuvo bastante fiel a su ideario. A largo plazo, da la impresión de que Roma no ha pagado traidores o conversos: el PCE, PCI y PCF están bajo mínimos, apenas existen o han dejado de existir, no así el PCP como tal.
Según el periodista Jesús Cabaleiro Larrán, el PCP, tras pasar a la legalidad en 1974, formó parte integral del sistema político portugués, estando, de hecho, presente en el primer gobierno provisional tras la Revolución de los Claveles del 25 de abril de 1974.
Desde las primeras elecciones democráticas parlamentarias en 1975, hasta las últimas de 2019, siempre ha estado representado en el Parlamento portugués. Su techo fueron 47 diputados y 1,1 millones de votos en 1979 y su base, los doce escaños y 332.000 votos en 2019. Desde 1987 el PCP siempre se ha presentado dentro de la coalición CDU (Coalición Democrática Unitaria) y dispone actualmente de unos cincuenta mil afiliados.
En 2015, junto con el Bloco de Esquerda, apoyó el Gobierno de izquierdas del Partido Socialista evitando el Gobierno de centro-derecha del PSD que ganó las elecciones.
El techo del PCE fueron los 23 diputados logrados bajo la dirección de Santiago Carrillo en 1979 con casi dos millones de votos. Sin embargo, bajo Julio Anguita alcanzó más de dos millones seiscientos mil en 1996 pero no pasó de los 12 o 14 diputados y además ya no se presentaba con las siglas PCE sino bajo las de IU. La Ley D’Hondt -pensada en la transición tras la muerte de Franco para dos partidos- tiene estas cosas, aunque tengas más votos puedes obtener menos escaños. De todas maneras, los hechos históricos demuestran que los seguidores del comunismo en la península ibérica otorgan más valor a la cohesión que al oportunismo. En España, Carrillo terminó marchándose del PCE tras hundirlo electoral y moralmente -de 23 a 4 diputados en 1982- y llegó a fundar su propio partido, el Partido de los Trabajadores, al que acabó diluyendo en el PSOE. Y a Julio Anguita -digámoslo con claridad- lo quitaron de en medio un grupo influyente de sus propios camaradas, su corazón y una campaña mediática bien diseñada.
Otra vez las dos Españas
La paulatina desaparición de hecho del PCE más las crisis socioeconómicas propias del liberalismo han hecho retornar el llamado problema de España, tapado por una transición para la ocasión de aquel tiempo y su relación de fuerzas así como por un PSOE entregado al mercantilismo y ahora en manos de un ser como Pedro Sánchez que se ha ganado a pulso su puesto pero que no sabe conservarlo con sentido de Estado. Volvemos a las dos Españas y por ahora nadie nos dice cómo podemos intentar solucionar este eterno problema, seguimos subidos en las revanchas, seguimos viviendo políticamente en el pasado mientras millones de españoles miran al futuro, por fortuna. Pero como las crisis y el encabronamiento persisten no es difícil que muchos caigan en esta dinámica cainita.
Cuando murió Franco decíamos, “venga, adelante, no vamos a estar otros 40 años hablando de los 40 años franquistas”. En 2021 no llevamos 40, llevamos más de 80 años hablando no sólo de Franco sino de la maldita guerra civil que terminó en 1939. Ya está olvidada aquella consigna comunista de la reconciliación a la que habrá que volver. Desde luego, conmigo que no cuenten para otra cosa.