Crónicas dominicales

El alumno digital, ¿un problema gordo?

Mañana comienza otro curso con un problema que tal vez sea muy serio: la presencia de un alumnado nativo digital que ve la vida a pedazos, sin sentido global. Acaso personas que desean ser y tener mucho sin comprender del todo que nada importante se alcanza sin esfuerzo

11 sep 2022 / 04:00 h - Actualizado: 11 sep 2022 / 04:00 h.
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Mañana empieza el curso en la Universidad de Sevilla. Yo imparto clases en el último año de la carrera de Periodismo desde hace treinta años. Mi asignatura es tremendamente viva y cambiante en cuanto a sus datos coyunturales, que no tanto estructurales. Me dedico al estudio del origen y evolución del poder en conexión con la creación de medios de comunicación. Esto quiere decir que hay que poseer una base histórica amplia y un conocimiento muy detallado de la actualidad mundial, justo lo que se está castigando desde todas las esquinas del poder y de la Administración, en España y fuera de España. Justo lo que el mundo digital está obstaculizando muchísimo con la paradoja de que lo hace al colocar ante nosotros mucha información, pero poco conocimiento. La diferencia entre uno y otro concepto está clara: la información son millones de datos, pero eso no es nada si no se estructuran tales datos para intentar ver lo que significan. Es como la labor del arqueólogo o del científico, el uno descubre piezas que con todo cuidado debe ensartar, el otro mira por un microscopio una estructura concreta -viva o muerta- y debe darle un sentido.

La sociedad del carpe diem ha originado que el humano esté asaltado por múltiples mensajes y que su labor diaria tenga mucho que ver con el “juego”, no con el estudio y el desarrollo cognitivo estructural, esto es, interconectando elementos. La juventud se ve mucho más bombardeada y es lógico que sea permeable a ello, yo lo sería, pero para eso están los expertos gubernamentales, los padres, los enseñantes y los científicos, para procurar que no se empache uno de datos y sea víctima de una infoxicación que, junto a otros factores, ha llevado a la sociedad occidental a un desvalimiento, a una depresión y un asco colectivo por infobesidad de cacharros digitales y por vacíos interiores muy graves. En este sentido, el sistema mercantil ha fracasado y así lleva desde antes de la irrupción digital. Tecnológicamente estamos ante una sociedad de papel celofán y de luces de neón. Cuando escarbas ahí hallas el vacío por abundancia, el no saber quién es uno, de dónde vienes y adónde vas, al mercado eso le interesa poco, prefiere mentes técnicas, tenores huecos que logren resultados y que estén quemados al poco tiempo: que pase el siguiente, todo está lleno de optantes al vacío que anhelan tener, tener, sin saber apenas quiénes son ni cómo ha llegado el mundo a ser como es, algo que yo mismo desearía comprender mucho mejor.

Me quedan pocos años en la universidad, donde podemos jubilarnos con 70 años y acaso seguir como profesores eméritos tres años más si lo estiman conveniente tus colegas y la propia universidad. En la Universidad Pompeu Fabra, de Barcelona, la fase de emérito se puede prolongar nueve años, te puedes jubilar del todo con 79 tacos. Y hay quien está en ello. Si el cerebro funciona y las piernas lo sostienen y te gusta la marcha mental, adelante.

Pero se nota el choque de generaciones, de la mía que se crió con un libro bajo el brazo, uno o varios diarios y una o dos revistas de pensamiento a la actual que lee mucho pero asimila poco, el abismo es considerable. Acompaño este texto con una ilustración sobre generaciones que capturé de La Vanguardia. Estoy yo más al tanto de su sociedad digital que ellos de su vida y de su mundo. Una considerable mayoría pasa de todo, a los profesores casi nos exigen que seamos unos showmen, a lo que siempre hay que negarse. Y es que los niños no pueden aburrirse, hay que seguir protegiéndolos y exigiéndoles poco, como hicieron sus padres y se vieron obligados a hacer muchos de sus profesores de primaria y secundaria. Yo asisto a mis clases y les dejo claro que hablo sólo para una minoría, el resto no me interesa porque sé que lo que digo no les interesa a ellos, desgraciadamente. Les hablo de sus vidas y de nuestro mundo, procurando no adoctrinarlos, y a eso el carpe diem no le da relevancia. El sentido de mi trabajo lo marcan las minorías, esos alumnos y exalumnos que me dicen: su asignatura ha cambiado mi forma de ver la vida o gracias por haberme enseñado cosas nuevas.

Por ellos disfruto con mi trabajo, he llevado a cabo la síntesis entre el viejo (yo) y el joven (ellos), la síntesis que busco y sigo buscando, el resto me sobra, son el resultado de una selectividad facilona, política, de unos padres consentidores y retraídos y de unos planes de estudios fuera de la realidad, elaborados por pardillos. Deben tener paciencia, yo me iré y llegarán profesores a la medida de las nuevas no exigencias. Lo siento por los profesores jóvenes, algunos de ellos mis discípulos -discípulas, sobre todo- que aún creen que el movimiento se demuestra andando y que hay que sudar mucho más la camiseta. Mucha paciencia, chicas, chicos, que esto es una carrera de fondo y el conocimiento os ofrece libertad y melancolía, pero gozosa. Además, a mí no me mata cualquier tiempo de incertidumbre como el actual. Voy a seguir dando guerra.