Elecciones Generales 2019 - 10N

El debate lo ganó el Rey desde Barcelona

El balance del único debate entre los líderes de los cinco partidos acentúa la preocupación por la escasa talla como estadistas para que conviertan la aritmética parlamentaria en geometría de las soluciones que necesita España y para las que ya vamos muy tarde

Juan Luis Pavón juanluispavon1 /
05 nov 2019 / 09:07 h - Actualizado: 05 nov 2019 / 10:28 h.
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  • Los candidatos a la presidencia del Gobierno, (i-d) Pablo Casado, Pedro Sánchez, Santiago Abascal, Pablo Iglesias y Albert Rivera, momentos antes de comenzar el debate electoral+. EFE/Juan Carlos Hidalgo
    Los candidatos a la presidencia del Gobierno, (i-d) Pablo Casado, Pedro Sánchez, Santiago Abascal, Pablo Iglesias y Albert Rivera, momentos antes de comenzar el debate electoral+. EFE/Juan Carlos Hidalgo

El superlunes decisivo antes de las elecciones generales del 10 de Noviembre tuvo más enjundia y más proyección de futuro en el Palacio de Congresos de Barcelona que en el Pabellón de Cristal de Madrid. El debate entre democracia y totalitarismo, entre progreso e involución, se dirimía mucho más dentro y fuera del acto de los Premios Fundación Princesa de Girona, encabezado por el Rey, que con la escenografía de la Academia de la Televisión. El balance del único debate entre los líderes de los cinco partidos con más intención de voto acentúa la preocupación por la escasa talla como estadistas para que, después de los comicios, cuando le den la vuelta a la cara A de su disco mitinero y asome la cara B de sus estrategias, conviertan la aritmética parlamentaria en geometría de las soluciones que necesita España desde hace quince años y para las que ya vamos muy tarde. Fue un debate de relumbrón mediático en sus formas pero con contenidos anticuados y repletos de facturas pendientes a las que ya se les pasó la fecha de vencimiento.

Solo tres horas antes, la retransmisión en directo de todo el acto de los Premios Fundación Princesa de Girona, en el décimo aniversario de dicha institución, con el protagonismo de jóvenes admirables en la ciencia, en la innovación social, en las artes y en la acción solidaria, cuyos breves discursos y testimonios eran de quitarse el sombrero, fue la quintaesencia de la mejor España, incluida la mejor Cataluña. La voz de quienes representan a tantos jóvenes que, con gran esfuerzo y perspectiva global, trascienden de las mezquindades patrias y abren caminos de bienestar a la sociedad. Busquen en internet el video del acto, conozcan y escuchen a esos premiados como referentes juveniles de admirable madurez, capaces de materializar sus visiones en beneficio de todos, y después vuelvan a ver algunos pasajes del quinteto Sánchez-Casado-Rivera-Iglesias-Abascal.

Emisión íntegra de los premios Pricesa de Girona 2019.


Y en el contexto de ese coro de referentes de la sana rebeldía para mejorar el mundo, a diario en las antípodas mentales y éticas de los independentistas radicales que tenían carta blanca para bloquear durante toda la tarde el tráfico en la principal avenida de Barcelona, para insultar y dificultar el paso a las personas invitadas al acto, y para enarbolar pancartas en pro de aplicarle al Rey la guillotina, Felipe VI pronunció un discurso de especial significación cuya importancia irá ganando calado conforme la estela del debate se vaya difuminando. Era consciente de su papel como Jefe del Estado de una España democrática donde se ha cedido demasiado terreno a los supremacistas y a los violentos. Un país que ha de basar su prosperidad en los jóvenes que construyen, no en los que destruyen. Las numerosas y largas ovaciones que los asistentes tributaron al Rey a lo largo de dos horas, no por monárquico sino por constitucional, eran el refrendo al espíritu de concordia y consenso que ha de encarrilar el futuro de un país cuya mayoría de la población está harta de soportar a las minorías de cuello blanco o de barricada que entorpecen su definitiva modernización.

En el plató del debate de los candidatos, donde Ana Blanco y Vicente Vallés lo hicieron bien como presentadores y moderadores, quien volvió a demostrar que se maneja mejor en ese formato es Pablo Iglesias. Tanto en su capacidad oratoria para hacerse entender con pocas palabras, como en su tono calmado. Gobernar es otra cosa. España no tiene Ejecutivo de plenas competencias desde julio porque se equivocó en su pulso con Pedro Sánchez y cuando ya tenía amarrada la presencia de Podemos en el Consejo de Ministros. En el debate, Iglesias fue hábil para desmarcarse de su cuota parte de responsabilidad en el bloqueo institucional, y para escenificar un talante distinto al de los rifirrafes entre Casado, Rivera y Sánchez.

Lo más sorprendente del debate a cinco es que Santiago Abascal tuviera tan poca oposición de sus antagonistas para rebatir su argumentario, donde algunos rasgos de sensatez están trufados de barbaridades que no se corresponden con la realidad. Los candidatos de PSOE, PP, Ciudadanos y Podemos prepararon sus estrategias para rivalizar entre sí en pos de retener a sus incondicionales y en busca del voto de los indecisos, y se equivocaron en su coincidencia de ser indiferentes a los mensajes del cabeza de lista de Vox. Eso no funciona en un formato televisivo de este tipo, donde la callada por respuesta da alas a quien propugna cualquier mensaje incisivo. Abascal controló bien su rictus y su tono para dar una imagen más moderada de lo que son sus ideas.

Pedro Sánchez optó por posicionarse a veces a la defensiva, dejando pasar oportunidades de meter baza en los turnos de palabra, y en otros momentos sí intentaba ser protagonista con promesas. Pero esas oscilaciones no le confirieron consistencia en el toma y daca. Aunque su posición de partida es la de probable ganador, en realidad es él quien más se la juega el domingo 10 de noviembre. Y no se mostró convincente ante la opinión pública como un líder que forje consensos que trasciendan de la tópica confrontación derecha-izquierda para los pactos de Estado que demanda imperiosamente la mayoría de la sociedad española. Las decisiones que, en materia policial, tome esta semana como presidente del Gobierno en funciones ante la convocatoria de los secesionistas para perturbar la convivencia en Cataluña durante las horas previas a la apertura de los colegios electorales, van a ser mucho más decisivas que el debate y que los mítines para el resultado que obtenga el PSOE en toda España.

Pablo Casado fue de menos a más a la hora de intentar colocar sus mensajes con elocuencia, al principio su voz era poco diáfana. Insistió en exceso en repetir el mantra de que su partido crea millones de puestos de trabajo, cuando cualquier espectador sabe que la inmensa mayoría de los empleos son creados por la sociedad, por la iniciativa, tesón y riesgo de empresarios, trabajadores, cooperativas, autónomos, y no son creados por los gobiernos. Estuvo hábil para desmarcarse del pasado corrupto en el PP y para preguntarle con reiteración a Pedro Sánchez, al eludir pronunciarse éste, sobre su flanco más débil: ¿promete que no pactará su investidura con los partidos secesionistas que están llamando diariamente a la subversión del orden constitucional?

Albert Rivera no ajustó bien forma y fondo en muchas de sus intervenciones. Excesivamente acelerado verbal y gestualmente, olvidó lo importante que es la comunicación no verbal para transmitir empatía, confianza, credibilidad, liderazgo. Sus mejores momentos no los alcanzó en las réplicas, sino cuando hizo propuestas para favorecer que crear una familia no sea una locura, y cuando ratificó su compromiso a que los votos obtenidos por Ciudadanos servirán para un pacto de investidura, gobierne quien gobierne, que evite seguir inmersos en el día de la marmota.