El observatorio internacional Time to herd establece en 98 días el intervalo de tiempo que separa a España de la inmunidad de rebaño. Una vez lograda la inmunización de un 70% de la población, es de esperar que el ritmo en la vacunación no decaiga. También según datos de Time to herd, a España le llevará algo más de 160 días vacunar al 100% de su población. Por lo tanto, es muy posible que, para las próximas navidades, este objetivo se haya satisfecho. El coronavirus, no obstante, seguirá entre nosotros, lo que plantea dudas acerca de la duración de la inmunidad que brindan las vacunas. ¿Será necesario recurrir a dosis de refuerzo? Los científicos aún no lo saben.
Quizás en un año, quizás en diez, quizá nunca
No son pocos los patógenos contra los que deben emplearse vacunas de refuerzo. Para protegerse del tétanos, se recomienda vacunarse una vez cada diez años. Con el neumococo, este periodo se reduce a la mitad, mientras que la gripe común, al mutar con rapidez, exige a nuestro organismo una dosis al año para estar completamente protegido. Por el contrario, la inmunidad que proporcionan las vacunas iniciales contra el sarampión o las paperas no necesita ser renovada con el tiempo. Dura toda la vida.
Pese a que existen diversas posturas acerca de cuánto durará la inmunidad contra el coronavirus, debe señalarse que, por el momento, sólo son conjeturas. Las evidencias científicas escasean a este respecto, con lo que, tal y como declaró el doctor Fauci (asesor médico de Joe Biden) a un diario estadounidense, todas las teorías que se elaboren sobre la duración de la inmunidad de las vacunas parten de datos incompletos.
Aun así, las predicciones cuentan con algunas certezas en su base: por ejemplo, que la protección inmunológica no dura menos de seis meses. Dos estudios (uno de ellos, aún pendiente de aprobación) sugieren que las personas vacunadas que han sufrido el COVID podrían no necesitar vacunas de refuerzo. Se ha certificado la acción del coronavirus sobre las llamadas células B de memoria, capaces de producir anticuerpos para prevenir una posible reinfección. Las células B de memoria, responsables de la “memoria inmunológica”, desarrollan células plasmáticas para combatir a un patógeno. Cuando el virus ha sido sofocado, estas células emigran a la médula ósea, almacenándose allí, en estado latente, en caso de que el virus volviese a entrar en el torrente sanguíneo. La vida de estas células plasmáticas puede ser tan larga como la del organismo al que protegen, como así lo demostraron unos científicos, en 2008, al encontrar células B de memoria en 32 personas que, en el pasado, habían contraído la gripe española. El más joven de los individuos analizados tenía 91 años.
La capacidad para mutar del coronavirus, reducida si se la compara con la de la gripe común, podría retrasar la necesidad de una dosis de refuerzo. Entre los vacunados, aquellos que nunca se han infectado de coronavirus tienen más probabilidades de recurrir, en algún momento, a una vacuna de refuerzo que los que superaron la infección.
Otra dosis, ¿distinta vacuna?
La duración de la inmunidad no es el único interrogante en este campo. Al contrario que en la mayoría de las enfermedades, en las que la vacuna de refuerzo posee las mismas propiedades que la vacuna original, las particularidades del COVID llevan a preguntarse si mezclar vacunas no sería no sólo posible, sino incluso recomendable. La combinación de vacunas ya se puso en práctica contra el ébola, y está siendo estudiada para utilizarla contra el COVID. Empleando un ratón como modelo, científicos del Instituto Nacional para el Control de Alimentos y Medicamentos de Beijing han creado una dosis, a partir de la combinación de las cuatro vacunas autorizadas en China, que fortalece la protección inmunológica del organismo. Por el contrario, en Emiratos Árabes, donde casi un 70% de la población ha sido inmunizada, han empezado a inocularse las dosis de refuerzo en aquellas personas que habían completado su pauta de vacunación con Sinopharm, al comprobarse cómo declinaba el número de anticuerpos en el torrente sanguíneo de los vacunados. La eficacia de la vacuna china, en torno a un 76%, es más baja que la que proporcionan las vacunas de ARN mensajero, como Moderna o Pfizer.