Efemérides

El veinticinco de junio le dijeron al Amargo

Tal día como hoy de 1983 desapareció para siempre de nuestro Código Penal la condena a muerte por garrote vil, una práctica que huía de la crueldad de los ahorcamientos

Álvaro Romero @aromerobernal1 /
25 jun 2020 / 20:48 h - Actualizado: 25 jun 2020 / 21:01 h.
"ETA","Ejército","Prisiones","Robos","Efemérides"
  • Imagen de ‘El Huerto del francés’ (1978), en la que se recrea una ejecución con garrote vil.
    Imagen de ‘El Huerto del francés’ (1978), en la que se recrea una ejecución con garrote vil.

El Amargo es uno de esos misteriosos personajes lorquianos que no solo aparece en el Romancero gitano, sino también en otros poemarios anteriores donde incluso su madre canta ante su muerte profetizada: “El veinticinco de junio / le dijeron a el Amargo: / ya puedes cortar si gustas / las adelfas de tu patio”, comienza el titulado “Romance del emplazado”, uno de los poemas más célebres del famoso libro de Federico que alcanzó más fama si cabe por la interpretación que hizo del mismo Camarón de la Isla: “Pinta una cruz en la puerta / y pon tu nombre debajo, / porque cicutas y ortigas / nacerán en tu costado, / y agujas de cal mojada / te morderán los zapatos”, continúa aquel poema que el cantaor adaptó a soleá por bulerías. El caso es que otro misterioso 25 de junio, pero de 1983, se derogó definitivamente la práctica de la condena a muerte por el procedimiento más habitual en nuestro país desde el siglo XIX: el garrote vil. En cualquier caso, el último amargo que perdió su vida por este procedimiento fue el militante anarquista Salvador Puig Antich, condenado por haber matado a un policía, el 2 de marzo de 1974. Y, en teoría, con la propia Constitución de 1978 se había abolido la pena de muerte en España...

El fino procedimiento del garrote vil, que consistía en un collar de hierro atravesado por un tornillo rematado en bola que se le aplicaba al reo una vez sentado, vino a sustituir en España al cruel ahorcamiento. Fue el último de nuestros reyes absolutos, el Borbón Fernando VII, quien determinó la adopción del garrote en 1832, apenas un año antes de morir él: “Para señalar con este beneficio la grata memoria del feliz cumpleaños de la Reina mi muy amada esposa, vengo en abolir para siempre en todos mis dominios la pena de muerte por horca; mandando que en adelante se ejecute en garrote ordinario la que se imponga a personas de estado llano; en garrote vil la que castigue los delitos infamantes sin distinción de clase; y que subsista, según las leyes vigentes, el garrote noble para los que correspondan a la de hijosdalgo”.

Fue por ello que tres años después, el célebre Mariano José de Larra dedicó uno de sus muchos artículos al espectáculo: “El hombre abyecto, sin educación, sin principios, que ha sucumbido siempre ciegamente a su instinto, a su necesidad, que robó y mató maquinalmente, muere maquinalmente”. Y más adelante en aquel artículo (“Un reo de muerte”): “Un tablado se levanta en un lado de la plazuela: la tablazón desnuda manifiesta que el reo no es noble. ¿Qué quiere decir un reo noble? ¿Qué quiere decir garrote vil? Quiere decir indudablemente que no hay idea positiva ni sublime que el hombre no impregne de ridiculeces”. En rigor, aquellas ejecuciones habían devenido en auténtico espectáculo de masas. La última ejecución por garrote vil que se practicó de forma pública fue en 1890, en Madrid, y congregó a más de 20.000 espectadores. La protagonista fue Higinia Balaguer, condenada por el crimen de la calle Fuencarral. Seis años después, Josefa Gómez Pardo, alias La Perla, fue la última persona agarrotada públicamente en nuestro país, en una plaza de Murcia, por el envenenamiento de su marido y una criada que apuró el vaso. A partir de entonces, finales del siglo XIX, el garrote vil se empezó a practicar en los patios de las prisiones y con un público más íntimo.

El oficio de verdugo

Entre la ejecución que contempló el romántico Larra y la de Puig Antich transcurre siglo y medio en que el garrote vil se había convertido no solo en una costumbre muy española heredada del Imperio Romano, catapultada por la Inquisición y hasta retratada por Goya, sino que había generado un oficio, el de verdugo, que, al margen de dolorosas ficciones como la del gran García Berlanga en su famosa película, habían desempeñado españoles reales como Antonio López Sierra, un extremeño que incluso interpretó algún papel en una película francesa y en el documental de Basilio Martín Patino, Queridísimos verdugos, de 1977, pero que hubiera inspirado al mismísimo Cela en alguna de sus novelas del tremendismo.

Me da igual trabajar de verdugo o de lo que sea, mientas me dé de comer”, dijo el último de nuestros verdugos de verdad, que terminó ejerciendo el oficio después de haber sido albañil, terminar en la cárcel por robos, alistarse en el ejército nacional durante la guerra civil, haber sido barrendero en Alemania y vendedor de estraperlo por las ferias de su tierra y que terminó, tantos años después de abolida la pena de muerte, viviendo con su mujer en el madrileño barrio de Malasaña, donde ejercía de portero de finca y donde murió en 1986...

Había sido él quien agarrotó a Puig Antich meses antes de su jubilación. Pero no fue la última vez que se aplicó la pena de muerte en España, pues el 27 de septiembre de 1975 se fusilaron a cinco personas en Madrid, Barcelona y Burgos. Tres habían sido miembros del Frente Revolucionario Antifascista y Patriota (FRAP) y dos, de ETA político-militar. Los verdugos en aquella última ocasión fueron diversos grupos formados por una decena de policías y guardias civiles que se habían presentado voluntarios. En Hoyo de Manzanares (Madrid) solo pudo asistir el párroco del pueblo, que declaró muchos años después a Alfredo Grilmaldos para la revista Interviú: “Además de los policías y guardias que participaron, había otros que llegaron en autobuses para jalear las ejecuciones. Muchos estaban borrachos. Cuando fui a dar la extremaunción a uno de los fusilados, aún respiraba. Se acercó el teniente que mandaba el pelotón y le dio el tiro de gracia, sin darme tiempo a separarme del cuerpo caído. La sangre me salpicó”.