Volcán de La Palma

Historias de superación de palmeros de «la otra orilla»

19 sep 2022 / 08:48 h - Actualizado: 19 sep 2022 / 08:51 h.
"Volcán de La Palma"
  • En la imagen, René Miranda, de 64 años, y Teresita Estévez, de 62, que apenas llevaban cinco meses en la isla desde que viajaron desde Cuba cuando comenzó la erupción. EFE/Luis G Morera
    En la imagen, René Miranda, de 64 años, y Teresita Estévez, de 62, que apenas llevaban cinco meses en la isla desde que viajaron desde Cuba cuando comenzó la erupción. EFE/Luis G Morera

En el Valle de Aridane, en la isla de La Palma, es difícil encontrar a alguien que no haya resultado perjudicado por la erupción volcánica, incluida la comunidad americana, que no es poca.

Yosneidy Álvarez, de 20 años, y su familia se instalaron en la isla, procedentes de Venezuela, tres años antes de que surgiera el volcán; René Miranda, de 64 años, y Teresita Estévez, de 62, apenas llevaban cinco meses desde que viajaron desde Cuba para iniciar una nueva etapa en sus vidas al otro lado del Atlántico.

En ambos casos se vieron de repente «sin nada». Yosneidy y su familia, compuesta por once miembros, también perdieron su vivienda en Las Manchas. Estaba a apenas 800 metros del volcán.

Tocaron muchas puertas hasta que dieron con el programa de Cruz Roja «Ahora + La Palma» para la recualificación e inserción laboral para damnificados por esta catástrofe natural.

Yosneidy cuenta a Efe que su vida dio «un giro de 180 grados» porque, recalca, «lo perdimos todo». También el empleo quienes trabajaban en su familia, la mayoría en las plataneras.

A partir de ahí, relata, fue «ir de un lado para otro».

Pasaron por varias «casas prestadas», en las que padres, hijos, tíos y abuelos convivieron como «sardinas en lata», hasta que finalmente han quedado repartidos por varias viviendas de alquiler en El Paso.

Pero para llegar a este punto antes tuvieron que tocar muchas puertas solicitando ayuda.

Cruz Roja les aportó tarjetas monedero para comprar comida y también las herramientas para encontrar un trabajo. Gracias a eso han podido ir «amortiguando el golpe».

Yosneidy ha conseguido un puesto de monitora de acompañamiento en la playa de personas mayores o con alguna discapacidad y su hermana, de auxiliar en un comedor escolar.

Espera que su familia, que es «mucho de vivir juntita», alguna vez pueda cumplir ese anhelo, aunque por el momento se centra «en el día a día».

René y Teresita no perdieron su vivienda, en el casco de Los Llanos de Aridane, pero se quedaron sin ingresos para pagar el alquiler.

Él también trabajaba en las plataneras pero tras la erupción el negocio se vio muy mermado y su jefe no pudo seguir pagándole un salario; ella, como cuidadora de una persona mayor cuya salud empeoró y acabó falleciendo.

«Nos vimos muy necesitados», cuenta a Efe Teresita, que tiene la doble nacionalidad, cubana y española, pues sus abuelos vivían en Icod de los Vinos, en Tenerife.

Prácticamente fue llegar y «encontrarnos con una erupción, vernos sin familia aquí, prácticamente sin conocer a nadie... fueron momentos muy duros», anota su marido René.

Buscaron ayuda en los servicios sociales municipales y cobraron un mes de alquiler, pero no pudieron encontrar trabajo.

En la mayoría de los casos los rechazaban porque tenían «mucha edad».

Finalmente dieron con el programa «Ahora + La Palma’ de Cruz Roja», donde recibieron formación, y ambos han encontrado una salida profesional: él como peón forestal en las cuadrillas de retirada de ceniza, y ella en una empresa de limpieza.

René, que a los 16 años empezó a trabajar en la flota del camarón en Cuba y a partir de ahí nunca había estado parado, está dispuesto a seguir formándose para mejorar su perfil profesional.

Con la misma emoción dice sentirse «un palmero más, de corazón», pese a que apenas lleve año y medio en la Isla Bonita, que ya siente como su «casa».

El director de «Ahora + La Palma», Iván Acosta, señala a Efe que en Cruz Roja solo son «el trampolín» y resume la filosofía del programa en una frase: «Si has superado un volcán, puedes con lo que venga».

Acosta se ha visto también perjudicado por la crisis volcánica pues residía en Puerto Naos, uno de los núcleos desalojados, primero por peligro de derrumbes y luego por las altas concentraciones de dióxido de carbono (CO2) que impiden a los vecinos regresar a sus viviendas y reabrir los negocios.

Dice sentir «admiración» por las personas a las que él y sus compañeros ayudan, por su capacidad de resiliencia y de superación, «estando en una situación tan complicada» como la que han tenido que sufrir.

Y da la clave de lo que cree que es el rasgo diferencial: «La sensación es que no trabajamos con usuarios. Trabajamos con personas y para las personas» que «necesitan sentirse escuchadas, que les pregunten cómo se sienten, sin rellenar formularios ni papeleos».