Esta semana que termina, el día 8 en concreto, Edgar Morin ha cumplido 100 años, lúcido y en activo. ¿Quién es Edgar Morin? Una de esas grandes mentes que convertirían a este mundo en más llevadero si quienes corresponda les hicieran caso a sus teorías, basadas en interpretar y mejorar el mundo no sobre la base de la simplicidad sino sobre lo que es en realidad: un hecho complejo, el resultado de una macroevolución que comienza -por decir algo- con las primeras partículas elementales y termina, para nosotros, en el humano que posee una composición similar a la materia no viva porque la vida surgió de la no vida.
Padre del pensamiento complejo
A Morin lo consideramos en los ámbitos universitarios el padre del pensamiento complejo, ese que considera que todo está relacionado con todo. Cuando usted está enfermo, ¿qué le recetan? Química, porque usted es química y el alma está en el cerebro, como afirmaba Eduard Punset, es decir, en unos 100.000 millones de neuronas que se comunican entre sí a velocidades de vértigo. ¿Sobre qué base han estado investigando quienes han creado las vacunas anti-covid? Sobre la química orgánica, sobre la genética. Esto es feo e inaceptable para el gran público y por consiguiente es un tabú para los políticos y los medios de comunicación más populares que no pueden indicarles a los públicos algo tan desagradable, aunque realmente no sea exactamente así. Morin es un materialista pero es un materialista espiritualista, cree en el amor y en la amistad como factores máximos para el desarrollo interno del humano. Todo eso puede existir sin necesidad de un dios creador si se tiene como punto de partida a la materia que ha existido siempre.
La complejidad ha estado siempre ahí, en las civilizaciones humanas, al menos desde los sacerdotes y filósofos del antiguo Egipto que formaron a algunos filósofos griegos presocráticos. Llegó un momento en que los filósofos, como se sabe de sobra, pensaron que todo se derivaba de los cuatro grandes factores: tierra, agua, fuego, aire. Sin embargo, Leucipo o Demócrito no lo tenían tan claro y creyeron que había que ir más allá: los cuatro elementos, a su vez, estaban compuestos por partículas tan pequeñas que no se podían dividir más: los átomos. Se trataba de una deducción genial, una deducción desde la nada, sin un microscopio, sin nada, sólo observando, así es como la filosofía se convirtió en la madre de todos los saberes porque hasta nuestros días el humano sigue y sigue la senda de los presocráticos cuando, por ejemplo, los físicos cuánticos han creído descubrir el llamado bosón de Higgs al que algunos llaman la partícula de Dios. La obsesión humana ha sido dar con la partícula que ya no se pudiera dividir más, con el ladrillo del universo y, por tanto, con nuestros orígenes más remotos.
Quien en nuestros días ha dedicado más tiempo -y aún lo dedica- a intentar ordenador algo este enorme rompecabezas se llama Edgar Morin. Morin ha abierto un camino que recorremos muy pocos científicos en el mundo, un camino por supuesto desconocido no sólo por el gran público sino en los mismos pasillos de la universidad mundial. Sin ir más lejos, en la Universidad de Sevilla (US) seremos, como mucho, media docena de profesores con trayectoria los que nos dedicamos a enfoques macroestructurales complejos que ni siquiera podemos explicar en clase ya que las generaciones han ido perdiendo capacidades cognitivas conforme las promociones han ido avanzando en el tiempo. No les exagero si les digo que hay alumnos del último curso de una carrera que no entienden lo que quiere decir alguna pregunta de un examen, ¿cómo ir entonces a la complejidad?
Edgar Morin tiene antepasados españoles. Nació en París un 8 de julio de 1921 con el nombre de Edgar Nahum, hijo de judíos provenientes de Salónica con raíces sefardíes. Quedó huérfano de madre a los 10 años. Como afirma el profesor Manuel Ángel Vázquez Medel, de la US, “ha sido capaz de cruzar todo un siglo terrible. Lo ha hecho desde el impulso de la resiliencia, la resistencia, la aceptación de la complejidad y la incertidumbre, pero siempre desde el impulso de la esperanza. Y nos sigue sorprendiendo, con casi cien años, desde su cuenta de Twitter, con lúcidos mensajes en los días previos a su centenario. El 3 de julio, por ejemplo, proclamaba: “Me gusta ver las parejas mixtas: blanco-negro, blanco-amarillo, judeo-cristiano, judeo-árabe, franco-alemán, etc.”
Su obra cumbre es El método, desarrollada en cinco volúmenes: 1. La naturaleza de la naturaleza; 2. La vida de la vida; 3. El conocimiento del conocimiento; 4. Las ideas; 5. La humanidad de la humanidad.
Sus ideas centrales
Improcedente es alargarse en un periódico sobre la ingente obra de Edgar Morin. Lo mejor es apuntar ideas claves suyas y que el lector juzgue. “Necesitamos un conocimiento cuya explicación no sea mutilación y cuya acción no sea manipulación. Plantear el problema de un «método” nuevo», afirma Morin. Su obra ya de madurez total, llamada La Vía para el futuro de la humanidad recoge lo que es necesario para interpretar nuestra existencia:
1. Reconocer las cegueras del conocimiento: el error y la ilusión.
2. Conocer los principios del conocimiento pertinente.
3. Enseñar la condición humana en toda su complejidad.
4. Enseñar la identidad planetaria.
5. Capacidad de afrontar las incertidumbres.
6. La enseñanza de la comprensión y de la capacidad de interpretación.
7. Ética del género humano, tanto en sus dimensiones individuales como sociales y como parte de la especie humana y de la naturaleza.
Todo se deriva de este principio: “La situación sobre nuestra Tierra es paradójica. Las interdependencias se han multiplicado. La conciencia de ser solidarios con su vida y con su muerte liga desde ahora a los humanos. La comunicación triunfa; el planeta está atravesado por redes, faxes, teléfonos celulares, módems, Internet. Y sin embargo, la incomprensión sigue siendo general”.
La educación del futuro
El método de Morin exige reformar a fondo la educación a todos los niveles y a eso le tienen miedo las autoridades políticas y hasta las académicas y por supuesto numerosísimos profesores que no quieren y a veces no pueden enfrentarse al reto. Morin indica que hace decenios, cuando él comienza a centrarse más en el pensamiento complejo, todos los investigadores llegaban con sus disciplinas de la mano, exclusivamente. “Era yo el único interesado en vincular los conocimientos”. Las palabras siguientes de Morin resumen la importancia esencial de su metodología y nos explican el analfabetismo funcional que existe en nuestro mundo:
“Desde luego, las enseñanzas de la literatura, la historia, las matemáticas, las ciencias, contribuyen a la inserción en la vida social, y las enseñanzas especializadas son necesarias para la vida profesional. Pero cada vez se es menos capaz de afrontar los problemas fundamentales y globales del individuo, del ciudadano, del ser humano. Para ello es necesario reunir y articular las disciplinas entre sí”.
Una vida apasionante ha enseñado a Morin la necesidad de no conformarse con la simplicidad, una vida que le ha mostrado y demostrado que la complejidad es bella, justa y necesaria para saber más, mucho más. Participó en la resistencia contra los nazis y estuvo varias veces a punto de ser apresado por la Gestapo o incluso asesinado. Militó en el Partido Comunista de Francia al que abandonó ante los excesos de Stalin. Con su nombre hay centros académicos, cursos, doctorados y cátedras por medio mundo, hasta una estatua suya en México que inauguró con esa vergüenza que sienten los grandes hombres humildes. Aun así, es poco en comparación con el enorme ámbito del mundo académico y de la enseñanza y educación en general.
Se ha casado tres veces, la última a los 98 años. Y es que, para Edgar Morin, “el amor y la amistad son cosas vitales, en el sentido literal: hacen vivir”. Como hace vivir la música y el disfrute de ella, Morin afirma que a él todavía le apetece bailar, sobre todo el rock. No le gustaría morirse aún porque tiene la impresión de que sus ideas se extienden cada vez más por el mundo. No le falta razón, aunque lo complejo necesita mucho tiempo para darse a conocer en amplias capas de ciudadanos.