Mariano Rajoy, el maestro del fuego lento

El líder gallego acaba el año como pocos analistas imaginaron en 2015 tras perder más de tres millones de votos y la nueva política amenazando su poder

25 dic 2016 / 20:53 h - Actualizado: 26 dic 2016 / 08:00 h.
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No sabemos si a Mariano Rajoy (Santiago de Compostela, 1955) le gusta estar entre fogones, pero es evidente que conoce la esencia más tradicional de la cocina: dejar cocer los ingredientes a fuego muy lento para que se vayan mezclando e incluso deshaciendo con el objetivo de que el guiso vaya cogiendo cuerpo. Pero en el perol del presidente del Gobierno y del PP no hay tomates, ni cebollas, ni patatas ni garbanzos. Su peculiar olla contiene extesoreros, expresidentes autonómicos, contrincantes internos y externos, despidos en diferido, variados casos de corrupción, plasmas y partidos de la oposición. Una receta que hasta la fecha le ha servido para salir victorioso ante cualquier envite e incluso sobrevivir al fuego amigo.

El dirigente gallego termina este 2016 como pocos analistas políticos imaginaron el 20 de diciembre de 2015: jefe de un Ejecutivo en minoría con el apoyo de Ciudadanos y la abstención de un PSOE en ruinas. Entonces el PP había perdido más de tres millones de votos tras una legislatura de durísimos recortes sociales, variopintas tramas de corrupción, controvertidas leyes impuestas a golpe de rodillo (o de decretos) y una incipiente recuperación económica. Pero sobre todo porque la suma de los escaños de PSOE, Podemos y Ciudadanos permitían desalojar a Rajoy y su vieja política de La Moncloa. Sin embargo, aquella aritmética parlamentaria se quedó en papel mojado. Y un año y dos elecciones generales después Rajoy sigue en el poder mientras los dos principales partidos de la oposición –PSOE y Podemos– se desangran en peleas internas (especialmente los socialistas) y el tercero en discordia –Ciudadanos– sufre su particular travesía del desierto.

Políticamente Rajoy ha sido dado por muerto en tantas ocasiones como cadáveres hay esparcidos en los campos donde se desarrollaron aquellas batallas. Y lo más curioso es que el líder conservador no asesinó a ninguno. Se mataron ellos solos. Su indolencia y su apatía han terminado por desquiciar a todos y cada uno de sus rivales. Una medicina que han probado Esperanza Aguirre, quien ha tratado de arrebatarle insistentemente la dirección del partido; Pedro Sánchez y Ferraz en pleno y el mismísimo José María Aznar, quien hace unos días abandonó la Presidencia de honor del PP en desacuerdo con el gallego después de nombrarlo (a dedo) su sucesor.

Periodistas, analistas y opinadores llevan años debatiendo sobre Rajoy y su pasividad ante polémicas primicias en la prensa, escándalos judiciales, cuitas internas e incluso formaciones de gobierno. Una actitud que exaspera a propios y extraños. Hace unos días uno de esos expertos (Rubén Amón) escribía en El País que a «Rajoy no se le puede ganar en el ring de boxeo porque Rajoy no pelea». Y tiene razón. El modus operandi del presidente es el mismo en Génova –sede nacional de los populares– o en la Carrera de San Jerónimo –ubicación del Congreso de los Diputados–. ¿Dejación o estrategia? Un debate eterno en el que a estas alturas la respuesta es lo de menos. ¿Qué fue antes: el huevo o la gallina? Pues aquí igual.

Rajoy no se inmuta. No importa que su tesorero sea imputado en el trama Gürtel, que su partido sea acusado de financiación irregular, que varios de sus colaboradores más cercanos sean investigados por corrupción o que el Rey le proponga formar gobierno. Rajoy deja hacer y cocinar. Sabe que al final todos acabarán quemados. A fin de cuentas es lo que lleva haciendo desde que aparcó su carrera de registrador de la propiedad para servir a los ciudadanos. Y le funciona. Desde que la mayor catástrofe ecológica en España se hizo pasar por unos meros hilillos de petróleo contaminando toda la costa gallega hasta su designación como líder del PP pese a que Rodrigo Rato lideraba todas las encuestas.

Hace unos días en la cena del Navidad de los populares el presidente sorprendió a todos al llamar a los militantes a trabajar ya en las próximas elecciones. Puede que fuera uno de sus famosos lapsus o que ya haya puesto el perol a cocer. Por supuesto, a fuego lento, muy lento.