Si hay un arquitecto que representó con personalidad propia el regionalismo costumbrista sevillano ese fue, sin duda, el singular Aníbal González. A él se deben obras de la importancia de la Plaza de España de Sevilla donde, acuérdense, hay una lápida y su nombre.
Fue un arquitecto regionalista de referencia, además ocupó el cargo de vicepresidente del Ateneo de Sevilla y dirigió, como arquitecto jefe, las obras de la Exposición Iberoamericana de Sevilla de 1929.
Algunas de sus numerosas obras fueron: el pabellón de la Asociación Sevilla de Caridad, en la calle Arjona, la fachada de la capilla de los Luises, en calle Trajano de Sevilla, el Pabellón Real del Parque de María Luisa y un largo etcétera. Algo que no se comprende muy bien es, que este arquitecto que tanto hizo y construyó para esta ciudad, falleciera a los 53 años de edad, en la ruina más absoluta. Hasta tal punto que su familia tuvo que vivir de prestado.
Su panteón encierra un misterio profundo. Lo podemos encontrar entre la evocadora glorieta del Cristo de las Mieles de Antonio Susillo y la glorieta de la Piedad, y en su interior se esconde evadido de la realidad cotidiana, desde hace muchas décadas, un gran misterio.
Si se asoma por su reja forjada, con dificultad, verá en su interior un impresionante crucificado. Dicen de él que es el auténtico Cristo del Cachorro llevado allí para acompañar en su último viaje al insigne arquitecto sevillano. Si pregunta, no faltará aquel que le afirme que efectivamente aquel es el auténtico Cachorro depositado allí tras el incendio sufrido en la iglesia del Patrocinio y que dañó gravemente a la imagen de su Cristo titular y cuyas llamas devoraron sin piedad a la Dama de la calle Castilla.
Hoy sabemos y desvelamos aquel misterio: el Cristo del Cachorro del panteón de Aníbal González es una copia de aquel que guarda Triana desde casi el otro brazo del río. El Cachorro del cementerio –como popularmente se le conoce– es una copia realizada por Eduardo Muñoz Martínez y policromada por Cayetano González, sobrino del popular arquitecto sevillano, y mandada hacer por el propio Aníbal González previa autorización de la hermandad.
Con todo ello, aparte de la copia en el cementerio que guarda la tumba del arquitecto, también se hizo una segunda que regaló a Manuel Siurot para que presidiera un colegio en Huelva, pero que se quemó en los años más anticlericales de aquella República española.
Y es que fue Rafael Blanco Guillén, quien a riesgo de su propia vida, un 26 de febrero de 1973 entró en la capilla del Cachorro cuando ésta era consumida por las llamas y salvó a aquel Cristo que desde su cruz ahoga su último aliento en un último suspiro. Un suspiro al cielo sevillano en el día en el que, por gracia divina, sólo se dañó las piernas y talones para hoy día seguir siendo la admiración de la calle Castilla. Los hermanos Raimundo y Joaquín Cruz Solís fueron los autores de la restauración del Cachorro en 1974 tras sus consecuencias en la impresionante talla de Gijón.
Guardando los restos de Aníbal González esta copia, que si no fuera por las evidentes marcas del paso del tiempo, cualquiera diría que el mismísimo Cachorro ha querido visitar al más universal de sus devotos.