La aventura del misterio

El gran enigma de los ojos de la Virgen de Guadalupe

Nuestra Señora de Guadalupe es una advocación mariana de la religión católica, cuya imagen se venera en la Basílica de Guadalupe, al norte de la Ciudad de México. Pero encierra, esta imagen, un gran misterio...

10 abr 2022 / 04:16 h - Actualizado: 10 abr 2022 / 04:16 h.
"La aventura del misterio"
  • El gran enigma de los ojos de la Virgen de Guadalupe

Muchos son los significados atribuidos a este nombre. Según los guadalupanos mexicanos actuales, el nombre de la Virgen de Guadalupe podría ser la deformación de un nombre original desconocido (pronunciado en Nahúatl) con el que el indígena Juan Diego habría mencionado a la Virgen que se le había aparecido.

Varios investigadores han tratado de identificar palabras en idioma Náhuatl que suenen parecido a Guadalupe y tengan algún significado religioso, para que pudieran ser el nombre que dijo de la Virgen:


· Coatlallope: la que aplasta a la serpiente (coatl: serpiente, a preposición y llope: aplastar).

· Tequantlanopeuh: la que tuvo origen en la cumbre de las peñas.

· Tequatlasupe: la que aplasta la cabeza de la serpiente.

· Tlecuatlahlope: la que nos salva de ser comido.

· Tlecuauhtlacupeuh: la que viene volando a la luz como el águila de fuego.

· Tlecuauhtlapcupeuh: la que procede de la región de la luz como el águila de fuego.

Lo cierto es que en España, existían tres advocaciones previas de la Virgen de Guadalupe, en Guadalupe (Cáceres), en Úbeda (Jaén) y en La Gomera (Canarias).

Los conquistadores conocían y veneraban a la Virgen de Guadalupe en la basílica construida en España por Alfonso XI en 1.340.

El nombre de Guadalupe (de la estatuilla extremeña cuya copia llevaron los conquistadores a México) proviene el río Guadalupejo (nombre que viene de la unión de la palabra árabe “guada”, río, y la contracción latina “lux-speculum”, espejo de luz), supuestamente ocultada allí tras la invasión árabe de Hispania en el siglo VIII donde permaneció hasta su hallazgo por Gil Cordero.

El indio Juan Diego y la aparición de la Virgen

Corría el año 1.531, concretamente el 9 de Diciembre, cuando un humilde campesino indígena Nahúatl llamado Juan Diego Cuauhtlatoatzin que paseaba por el cerro del Tepeyac, fue testigo de algo que cambiaría la historia de México.

Era el mes de Diciembre, diez años después de la conquista de Tenochtitlán, la actual Ciudad de México, cuando la Virgen se le apareció por primera vez, pidiéndole que se le consagrara un templo en aquel cerro.

Juan, asustado, corrió a contarle aquella visión a fray Juan de Zumárraga, en aquel entonces, primer obispo de Nueva España, el cual no le creyó, pidiéndole pruebas de aquel hecho.

Triste y consternado por aquella reacción del franciscano, se marchó sin dar más explicaciones. Pero pronto volvería a tener contacto con aquel ser que le hiciera tan peculiar petición.

Hasta en tres ocasiones más, Juan Diego tuvo contacto con la que le decía ser la Madre de Dios, cuando en la última, el día 12 de Diciembre, ésta le pidió que recogiera flores en su manto, unas rosas de Castilla, las cuales no se encontraban en su época de floración y que habían crecido sin explicación alguna en aquella región tan árida. Con ello, daría una prueba a fray Juan de Zumárraga de que contaba la verdad. Cuando este regresó a casa del obispo para mostrarle las rosas que la Virgen le había pedido que recogiera, al desplegar su ayate, apareció la imagen de la Virgen impresa en el. La misma imagen que, según la tradición, se venera en la basílica guadalupana.

A partir de entonces, muchos indígenas dejan de adorar a Tonantzin Coatlicue (cuyo significado en Náhuatl es nuestra venerable madrecita de falda de serpientes), diosa azteca de aquellos primeros habitantes de tan insólitas tierras cuyo centro de devoción se encontraba en la ribera occidental del lago de Texcoco y que fue destruido durante la conquista, construyendo en su lugar una pequeña ermita como señalan los escritos por la década de 1.530.

Este hecho, junto con la curación milagrosa del tío de Juan, Juan Bernardino, así como otro hecho milagroso que ocurriera durante una peregrinación que hicieran los indígenas celebrando la aparición de tan divina señora, hizo que el número de convertidos al cristianismo pasara de 250.000 bautizados a 9 millones en un periodo muy corto de tiempo, tal y como se recoge en el Nicam Mopohua (“aquí se narra”), documento del siglo XVI escrito en el idioma Náhuatl.

Este último milagro fue la sanación de un indio al cual se le clavó accidentalmente una flecha en el cuello, seccionándole la yugular. Al desprenderle dicha flecha, el indio se levantó sin señal alguna de la herida causada.

Pero no es hasta el año 1.550, cuando se comienza a levantar, en el lugar donde se encontraba aquella pequeña ermita, la antigua basílica por el sucesor de Zumárraga, fray Alonso de Montúfar, a quien muchos detractores de los hechos vividos por el indio Juan Diego, atribuyen también el encargo de la pintura de la imagen de la Virgen de Guadalupe. Posteriormente, ya entre los años 1.974 a 1.977 es edificada a los pies del Tepeyac la nueva Basílica de Guadalupe, con una estructura circular de 330 pies de diámetro y una capacidad para 50.000 personas.

Pero, ¿qué genial pintor en el siglo XVI, fue capaz de llegar a realizar unos detalles hallados en este lienzo, que ni con la tecnología actual somos capaces de realizar ahora?, ¿qué genio de aquella época tenía tanto conocimiento astronómico y médico?, ¿Cómo fue capaz un pintor local de aquella época de crear un enigma que ha llegado hasta nuestros días sin ser aclarado?

El enigma de los ojos de la Virgen de Guadalupe

Los ojos de la Virgen de Guadalupe constituyen uno de los grandes enigmas de la ciencia en estos momentos. Cientos de investigadores, ingenieros, graduados en sistemas ambientales, etc., han estudiado durante años este misterio, al que nadie hasta el momento ha podido dar explicación.

El tejido en el que se encuentra impresa la imagen de la Virgen de Guadalupe, es fibra de maguey. Dicho lienzo tiene unas dimensiones de 175 x 105 cm, siendo la imagen impresa de un tamaño de 143 cm de altura.

El iris y las pupilas de los ojos de la imagen, de pequeñísimas dimensiones (8 mm), tienen impresas al menos la imagen sumamente detallada de trece personajes.

Curiosamente, la escena con los mismos trece personajes que se encontraban aquel 12 de Diciembre de 1.531 en la habitación del obispo fray Juan de Zumárraga cuando el indio Juan Diego desplegó su manto para mostrar las flores que la Virgen le había encargado que recogiera.

Pero el misterio de estos ojos, va más allá. De manera sorprendente, las trece personas que se pueden observar en la pupila del ojo izquierdo, son las mismas que en el derecho se encuentran con unas proporciones diferentes, al igual que sucede en los ojos de un ser humano que refleja los objetos que tiene en frente.

Infinidad de métodos y técnicas se han empleado en el estudio de estos ojos. Incluso procesos usados por los satélites y por las sondas espaciales para transmitir informaciones visivas.

Estos estudios, realizados por el científico Tönsmann, han llegado a la conclusión, de que “esta imagen no ha sido pintada con mano de hombre”.

Muchos otros, han intentado reproducir lo que en estos ojos podemos contemplar a través de microscopio, fracasando evidentemente en su empeño.

Una nueva sorpresa se encontraron los investigadores, cuando al acercar una luz a las pupilas de la Virgen para observar los detalles, pudieron comprobar que estas se contraían, mientras que al retirar dicha luz, estas se volvían a dilatar, tal cual como ocurre en un ojo vivo.

Por lo tanto, en los ojos de la imagen impresa en el ayate, se pueden observar varios efectos oftalmológicos que aún hoy en día, son imposibles reproducir con un pincel.


Personajes de la escena

¿Quiénes son los personajes que podemos contemplar en esa escena? Como hemos comentado anteriormente, en los ojos de la Virgen de Guadalupe podemos observa una escena en la que trece personajes observan el momento en el que el indio Juan Diego abre su manto mostrar las rosas recogidas.

“La escena es como un revelado fotográfico, el cual ha quedado impreso en los ojos de cualquier persona que se encontrara en esa posición”, comentan algunos investigadores.

En dicha escena podemos contemplar:

1.- El perfil de un anciano, con la barba blanca y la cabeza con calvicie avanzada (Juan de Zumárraga)

2.- Un indio sentado que mira hacia arriba

3.- Un hombre más joven, con toda probabilidad el intérprete Juan González

4,- Un indio de rasgos marcados, con barba y bigote, que abre su propio manto ante el obispo, sin duda Juan Diego

5.- Una mujer de rostro oscuro, una sierva negra que estaba al servicio del obispo

6.- Un hombre de rasgos españoles que mira pensativo acariciándose la barba con la mano

Pero diréis, faltan 7 personajes aún para completar la cantidad antes señalada.

En el centro de cada una de las pupilas, además de dimensiones mucho más reducida, se puede contemplar una escena totalmente independiente a la primera.

Se trata de una familia indígena, compuesta por una mujer, un hombre y tres niños.

A diferencia con la primera escena, esta segunda difiere en el ojo derecho con respecto al izquierdo, ya que en el derecho, además de los personajes de esta familia indígena, se puede contemplar otras personas de pie detrás de la mujer.

Para poder determinar a todos los personajes, se ha tenido que ampliar la imagen de cada iris hasta alcanzar una escala de 2.500 veces el tamaño real, a la misma vez que utilizar métodos matemáticos y ópticos.

El tamaño de las imágenes detectadas en los ojos de María de Guadalupe es de una cuarta parte de un millonésimo de milímetro.

Casi 500 años intacta

Los indios aztecas, usaban fibra de maguey para confeccionar sus mantos. Esta fibra, de origen vegetal se degrada con el tiempo, teniendo una vida media de unos 20 o 30 años.

Sin embargo, el lienzo en el que se encuentra impresa la imagen de la Virgen de Guadalupe desde hace casi 480 años, sigue intacta.

Diferentes análisis químicos han podido constatar que la imagen no tiene colorantes naturales, animales o minerales.

Por lo tanto, debido a que en aquella época no existían los colorantes sintéticos, la imagen, desde este punto de vista, es inexplicable.

En otros estudios realizados con rayos infrarrojos, fue descubierto, que no existía huella alguna de pintura. Además, se comprobó que el tejido no había sido tratado con ningún tipo de técnica para prolongar su vida.

Se puede observar en el ayate, que el reverso es áspero como todos los creados con la fibra de maguey, mientras que el anverso, donde se encuentra la imagen de la Virgen, es suave con la seda más pura.

Solamente existe un lienzo en el mundo que tiene unas características similares al ayate de la Virgen de Guadalupe y que hasta el momento no tampoco se le ha encontrado una explicación científica de su origen, la Sagrada Síndone de Turín

Por tanto, ¿cómo es posible explicar esta imagen?, ¿cómo explicar su consistencia en el tiempo con un tejido que no ha sido tratado?

La pregunta de algunos científicos llega más allá ¿cómo es posible que, a pesar de que no haya pintura, los colores mantengan su luminosidad y brillantez?

El códice guadalupano

La imagen de la Virgen de Guadalupe, puede considerarse un códice del Siglo XVI.

Si se observa el manto, pueden observarse que en el mismo se haya impresas las constelaciones que podían observarse precisamente el día 12 de diciembre de 1.531.

Algunos de nuestros lectores, estudiosos de las estrellas podrán decir, “estas no coinciden en absoluto”.

Para poder comprobar esto, deberíamos invertir la imagen de la Virgen, es decir, ponerla boca abajo. Entonces sí puede comprobarse este fenómeno.

¿Cuál es el motivo de tener que invertir la imagen? Según indican algunos investigadores, esto es debido a que la imagen debería ser vista desde el espacio exterior hacia la tierra, es decir, una imagen impresa desde los cielos.

Sea esta la explicación o no, lo cierto es que entre las constelaciones que realmente se encuentran en el manto se puede distinguir, sobre el lado izquierdo (visto de frente, nuestra derecha) la constelaciones del sur.

Cuatro estrellas que forman parte de la constelación de Ofiuco.

Abajo se observa Libra y a la derecha, aquella que parece una punta de flecha corresponde al inicio de Escorpión. Intermedia con la porción inferior, pueden señalarse dos estrellas de la constelación de Lupus y al extremo de Hydra.

Hacia abajo se evidencia la Cruz del Sur sin ninguna duda, y a su izquierda aparece el cuadrado ligeramente inclinado de la constelación de Sagitario. Sobre el lado derecho del manto de la Virgen están las constelaciones del norte. Sobre la espalda, un fragmento de las estrellas de Boote, abajo a la izquierda la sigue la constelación de Osa Mayor en forma de “carro”. A los lados están, a derecha: la cabellera de Berenice y los Lebreles (Cani Venatici); a izquierda: Thuban que es la estrella más brillante de la constelación del Dragón. Más abajo dos estrellas (también ellas parte de la Osa Mayor) y entonces otra pareja de estrellas de la constelación de la Auriga y al oeste, hacia abajo, tres estrellas del Toro. El León queda justo en el vientre de la imagen de la Virgen, siendo un nuevo símbolo, ya que a Jesucristo era conocido como “El León de Judá”. En tal modo, se identifican en su totalidad y en su posición, un poco compactas, las 46 estrellas más brillantes que circundan el horizonte del Valle de México.

Curiosamente, el hombre tiene 46 cromosomas (23 pares) ¿nueva casualidad?

Por otro lado, si observamos la túnica de la Virgen de Guadalupe, podemos observar algo aún más espectacular.

Si colocamos la imagen de la Virgen de manera horizontal sobre el mapa de México, podemos observar que las flores que componen dicha túnica, así como las estrellas que componen la imagen, es un mapa geográfico perfecto de los montes más importantes de la zona Central de México, coincidiendo la flor de cuatro pétalos que se encuentra en el vientre de la Virgen con el cerro del Tepeyac, lugar de la aparición a Juan Diego.

Además, dicha flor de cuatro pétalos era un símbolo para las tribus indígenas de aquella época (Mayas, Aztecas, Olmecas,...) siendo para ellos símbolo del centro del universo.

Finalmente, colocada la imagen en esta misma posición, se ha podido descifrar una bella composición musical con la posición de dichas estrellas.

Otros símbolos que se pueden observar en la imagen de María de Guadalupe es la luna negra que se encuentra a sus pies.

¿Por qué una luna negra? La explicación que nos dan los investigadores, es que dicha luna simboliza el eclipse del sol anterior de los indígenas, siendo ella misma el nuevo sol o nueva luz que les alumbra.

En la base de dicha luna, un ángel con alas de colores aparece con sus brazos abiertos. Hasta hace poco, se pensaba que dichas alas de colores eran los mismos que usaban los mensajeros de los dioses indígenas, los caballeros águilas.

Sin embargo, recientes investigaciones han descubierto que los colores de las alas de los ángeles (negro, verde agua, amarillo y rojo) simbolizaban los cuatro puntos cardinales.

El último descubrimiento realizado sobre el ayate, es algo que seguro sorprenderá a todos nuestros lectores.

Como se puede observar en la imagen, esta tiene la cabeza ligeramente inclinada hacia su derecha (hacia la izquierda tal y como la vemos). Dicha inclinación es de 23,5º con respecto a la horizontalidad de sus ojos.

Pues bien, esos 23,5º coincide exactamente con la inclinación del eje terrestre. Inclinación que permite nuestras estaciones, nuestros días y nuestras noches, en definitiva, la vida sobre la tierra.

Otros datos de interés

El misterio de la Virgen de Guadalupe tiene un punto más, no conocido por muchos aunque igualmente estudiado por científicos e investigadores.

Si se observa la imagen, esta cambia ligeramente de color según el ángulo de visión de la misma.

Este fenómeno, conocido como iridiscencia, es imposible reproducir con manos humanas. Igualmente, a la vez que nos acercamos o alejamos de la imagen, la tonalidad de sus colores varía de tonalidad.

Incluso, si nos fijamos bien en el manto de la Virgen, se pueden observar gotas de agua. Esos vestigios de agua, son gotas de rocío de las rosas que recogiera el indio Juan Diego.

Además, el ayate de Juan Diego, ha sufrido a lo largo de la historia accidentes y atentados que ha podido destruirlo definitivamente, saliendo completamente “ileso” de todos ellos.

En el año 1.791, mientras un operario limpiaba el marco que guarda la imagen con ácido nítrico, este se derramó sobre el ayate.

Normalmente, este hubiera quedado completamente destruido debido a la corrosión que este provocaría sobre el ayate.

Sin embargo, este ácido recorrió de arriba a abajo la tilma sin que el ácido tocara la imagen de la Virgen.

El ayate quedó manchado por el ácido, pero nada más pasó. A día de hoy aún se puede percibir dicha mancha sobre el lado derecho del ayate, aunque según cuentan las personas encargadas del cuidado de la basílica, esta está desapareciendo poco a poco.

El 14 de Noviembre 1.921, Luciano Pérez colocó a las 10:30 de la mañana un ramo de flores a los pies de la Virgen de Guadalupe. Nadie podía sospechar que aquella composición florar no iba destinada a exornar el bello altar, sino a destruirlo.

¿Casualidad?, ¿Suerte? El caso es que cuando explotó la bomba que contenía aquel ramo de flores, la basílica estaba completamente llena pero nadie resultó herido y la imagen de la Virgen de Guadalupe quedó completamente intacta.

Ni tan siquiera el cristal que la protegía resultó dañado. Sin embargo, todo alrededor de ella quedó completamente destrozado, escuchándose la detonación en 6 km a la redonda.

Un crucifijo que se encontraba delante de la imagen, quedó completamente doblado, como si de plástico se tratara. Incluso un cuadro que se encontraba tapado por el ayate de la Virgen de Guadalupe, quedó dañado por la onda expansiva.

Leyendas sobre el ayate de “María de Guadalupe”

Muchas otras historias y leyendas se cuentan referentes al ayate guadalupano.

Entre estas historias, se encuentra el rumor de que cierto médico acerco un día su estetoscopio a la cintura de la imagen, sintiendo latidos que se repetían rítmicamente a 115 pulsaciones por minuto, los mismos que un niño en vientre materno.

Al mismo tiempo, acercó un termómetro y logró comprobar que la fibra de maguey mantenía una temperatura constante de 36,6 grados centígrados, la misma del cuerpo de una persona viva.

La verdad es que nada de esto es cierto. Ni existen pulsaciones en el ayate ni la temperatura del mismo es superior a la temperatura ambiente en el que se encuentra.

Otra de las historias o leyendas que se cuentan sobre el mismo, es que durante el gran terremoto que asoló la Ciudad de México, el fajín de la Virgen se volvió del color negro que actualmente podemos observar en el ayate.

La verdad de todo esto, es que jamás dicho fajín fue de otro color que no fuera el negro, como además se puede comprobar en fotografías de primeros del siglo XX o en copias del ayate que se han realizado durante siglos.

El fenómeno está ahí y con él su misterio.

Millones de personas pasan cada año a los pies de esta imagen (unos 14 millones anuales) y no son pocos los que se paran a mirar los ojos de esta bella imagen, intentado contemplar, en pleno siglo XXI que sucedió aquel 12 de Diciembre del año 1.531.