Pasó a la Historia como "La Tregua de Navidad" y, quizás, sea uno de los momento más hermosos jamás vividos en un campo de batalla donde todo es terror y muerte. Un momento en el que soldados de uno y otro lado cambiaron las balas y obuses por oraciones y amistad.

Sucedió un 24 de Diciembre de 1914 en pleno campo de batalla y tuvo como ejércitos implicados al del Imperio Alemán y a las tropas británicas de la Iª. Guerra Mundial en plena, y cruel, trincheras.

Los soldados alemanes, en la víspera de tan señalado día, no efectuaron ningún disparo, sólo comenzaron a decorar las trincheras y comenzaron a cantar el villancico "Stille Nacht" ("Noche de paz").

Los británicos no lo podían creer y a asomar vieron que los alemanes no disparaban, que estaban colgando avalorios más o menos navideños y cantaban. Lo comentaron rápidamente al oficial de guardia quién mandó cantar villancicos también.

A ambos lados de aquel frente no se escuchaban los sordos disparos de sus toscos fusiles, sólo canciones navideñas. De repente un soldado alemán salió de la trinchera y se ubicó en pie junto a ella, nadie le disparó; hizo lo propio un inglés, y comenzaron a salir soldados de uno y otro bando. Uno de ellos ofreció tabaco y pronto el whisky y la amistad brotó entre los enemigos.

No había fuego de artillería, sólo comentarios y risas con el fondo de los villancicos en uno y otro idioma. Un grupo de hombres recuperaba los cuerpos de los caídos en combate para darles cristiana sepultura.

De expresaron mutuamente las condolencias por los caídos y se celebró un entierro en tierra de nadie. Los británicos y los alemanes, juntos, leyeron un fragmento del Salmo 23 para despedir a sus amigos fallecidos en acto de servicio:"El Señor es mi pastor, nada me falta./ Sobre pastos verdes me hace reposar,/por aguas tranquilas me conduce./El Señor me da nueva fuerza, /me consuela, me hace perseverar. /Me lleva por el buen camino, /por el amor de su nombre./Aunque camine por un valle oscuro /no temeré mal alguno porque Él está conmigo".

Un soldado escocés sacó un balón de fútbol, nadie sabía de donde había salido aquella pelota pero decidieron retar a los alemanes a jugar un partido en el congelado suelo del frente de batalla; los alemanes accedieron. Los escoceses sólo llevaban sus faldas sin nada debajo y a los germanos les llamó mucho la atención. Ganaron los alemanes 3 a 2.

En otras zonas se propagó el rumor de lo que estaba sucediendo en aquella zona, máxime cuando desde allí no se escuchaban disparos ni artillería pesada. Durante todo aquel día no se disparó ni una sola bala incluso en otras zonas imitaron aquel ejemplo de cordura ante la sinrazón de la guerra.

El sumo pontífice del Vaticano, en la época, era Benedicto XV, quién pidió una tregua en aquellas fechas, pero los altos mandos no hicieron caso, sus soldados parece que sí, que al fin y al cabo eran los que se jugaban la vida en aquel teatro de combate.

De echo a los comandantes británicos John French y Sir Horace Smith-Dorrien no les gustó el gesto de los soldados en el frente y juraron que una tregua así nunca volvería a permitirse, quizás porque el corazón ellos lo tenían en el despacho lejos de donde morían miles de personas por ganar un palmo de terreno al enemigo.

En los siguientes años, para evitar estas alegrías, los británicos ordenaron bombardeos de artillería en la víspera de la festividad siendo las tropas eran rotadas por varios sectores del frente para que no se familiarizaran con el enemigo.

Aunque siempre se trató de evitar lo que para ellos era una "vergüenza en combate", en los años posteriores hubo treguas no oficiales similares como la de Pascua de 1916 en el Frente oriental, quizás impulsada por el recuerdo de esta otra, espontánea y surgida de allá donde moran los sentimientos: del corazón.