En el cementerio de San Fernando, en Sevilla, encontrará la escultura de un imponente Cristo al llegar paseando al ecuador del mismo... Es la tumba de Antonio Susillo (1857-1896) que tiene una de las historias más curiosas y trágicas que se puedan narrar...

Su tumba es una de las más impresionantes de todo el camposanto sevillano. Fue uno de los escultores españoles más famosos, de la segunda mitad del siglo XIX. Nunca sabremos la razón por la que, Antonio, decidió quitarse la vida con un revólver. Hay dos hipótesis: una hace referencia al Cristo que preside su tumba El Cristo de las Mieles. Cuenta la leyenda que al crear este Cristo tuvo una equivocación que a él le pareció imperdonable: colocó en posición inversa los pies del crucificado. Debido a este error, se pegó un tiro. La otra versión se refiere a una depresión, vinculada a la difícil relación que mantenía con su segunda esposa, una mujer a la que no amaba y que gastaba más dinero del que el autor conseguía. Tanto que llevó a Susillo a una situación difícil.

Se marchó para siempre el 22 de diciembre de 1896, cuando contaba tan sólo 39 años de edad. Se dirigió a la Barqueta, se colocó delante de un tren y quiso que fuera atropellado. Aún iba vestido tal y como salió del taller... En el último momento comprendió que aquella no era la muerte que debía tener y con una pistola, que había conseguido en París hace una década, se dirigió a la zona de San Jerónimo. Al llegar a la altura del Instituto Anatómico, siguiendo las vías del tren, se sentó sobre un montón de traviesas de madera, sacó la pistola del blusón que llevaba puesto y la colocó bajo la barbilla. En un momento determinado, se armó de valor, disparó... Y allí dejó su vida Antonio Susillo.

En la prensa de la época se publicó: «Hallazgo de un cadáver. Junto a las vías del tren, en el ramal de la Barqueta en San Jerónimo, apareció ayer tarde el cadáver de un hombre decentemente vestido. Fue trasladado al depósito judicial, donde aún no ha sido identificado». Al día siguiente se conoció la muerte del genial Antonio Susillo y Sevilla entera se conmocionó con la noticia.

Por un permiso especial concedido por el arzobispo de Sevilla a la infanta doña María Luisa, se permitió que fuera enterrado en lugar sagrado, cosa que no podía hacerse –sin ese permiso– sin la autorización de la autoridad eclesiástica.

Su cuerpo fue enterrado en la rotonda al pie del Cristo que él mismo había realizado.

Imagino, que se preguntaran el por qué se le puso a este Cristo el nombre «de las Mieles»... Cuenta la leyenda, que el primer verano que estaba la imagen del Cristo situada en el sitio que aquí ven, observaron que, inexplicablemente, brotaba un líquido extraño de su boca y le caía por el pecho, lo que en principio parecía un milagro. No era tal.

Simplemente era que un enjambre de abejas, se había instalado en la boca y garganta hueca de la escultura, que con los calores veraniegos, aumentados por ser de bronce, hizo que los panales se derritieran y brotara la cera y la miel por la boca de la imagen.

Nació en Sevilla el 17 de abril de 1857, concretamente en la Alameda, y desde muy joven gozó del mecenazgo de la infanta Luisa Fernanda de Orleans, que fue su principal valedora y gracias a ella, se pudo desarrollar su don escultórico. Sus obras son tan inmortales como su leyenda.