Pasajes de la historia de Sevilla

El simbolismo secreto de las esculturas desconocidas de Sevilla

Pasear por Sevilla es asombrarse con muchos de sus rincones, casi de postal, así como de historias desconocidas que, en muchas ocasiones, hasta el propio sevillano ignora que está en su ciudad. Hoy les invito a conocer algunas esculturas sorprendentes y con mucho significado.

18 feb 2022 / 04:24 h - Actualizado: 19 feb 2022 / 20:11 h.
"Pasajes de la historia de Sevilla"
  • El simbolismo secreto de las esculturas desconocidas de Sevilla

En este recorrido que hoy les propongo quiero hacer parada en diferentes puntos de la ciudad, el primero de ellos se encuentra frente a la Diputación de Sevilla y junto a nuestros emblemáticos Jardines de Murillo. Puede que el sevillano ignore que allí se encuentra una singular escultura que representa, nada más y nada menos, que el mismísimo Don Juan Tenorio, el mítico personaje de Zorrilla cuyas andanzas se desarrollaban en Sevilla.

Es la típica historia del bradomín, del galán vividor que cambia su vida radicalmente y es sinónimo de historia de amor y drama enmarcada en el bello entorno de la entrada al Barrio de Santa Cruz. Allí, entre jazmines, se «retrata» a Don Juan Tenorio, en su época de la Sevilla de los truhanes y duelos de acero y sangre. Nuestro seductor amigo se encuentra en la plaza de los Refinadores y hay un momento mágico del año donde disfrutar en este entorno: la noche del 31 de octubre al 1 de noviembre cuando se interpreta, a sus pies, «Don Juan y Doña Inés» a la luz de las velas.

Es obra del escultor Nicomedes Díaz en los años 70 y sorprende verla en un entorno inesperado.

Siempre serán eternos y resonarán aquellos versos:

Aquí está don Juan Tenorio,
y no hay hombre para él.
Búsquenle los reñidores;
cérquenle los jugadores;
quien se precie que le ataje,
a ver si hay quien le aventaje
en juego, en lid o en amores.

Otra de mis esculturas favoritas de la ciudad está en un apartado, pero céntrico parque, en las cercanías del teatro de la Maestranza, justo frente al Hospital de la Caridad. Su ubicación no es baladí pues representa a un ilustre personaje.

Entré en él y le saludará, en la puerta, don Miguel Mañara, aquel que fuera un pícaro de Sevilla, un vividor y que vio transformada su vida tras la visión del carro de la muerte que lo portaba a él mismo hasta el cementerio. Tan hondo caló en Miguel Mañara que transformó su vida y fue el renovador de la Hermandad de la Caridad en el siglo XVII.

Él justificó el nombre de la institución en pro de los más necesitados, de los que menos tenían y por ello dedicó su vida a tal labor.

Su magnífica estatua se encuentra en los Jardines de la Caridad y se debe a la mano magistral de Antonio Susillo, una soberbia escultura que quedaría instalada en 1902 y una de las últimas obras de Susillo representando al caballero Miguel Mañara, con su espada y sombrero, llevando encima a una persona desvalida, en señal de la caridad, impresionante verlo portando al enfermo con el rostro en sumisión.

En la plaza de la Pescadería, junto a la Alfalfa, encontrará la estatua de una simpática niña que lee sentada sobre una pila de libros, me hace gracia verla allí y deben saber que se trata de un personaje tan ilustres como Clara Campoamor, es obra de la escultora Anna Jonsson con asesoramiento de Margarita Aizpuru, instalada en este entorno bullicioso en el año 2007.

Está rodeada de libros con un gran simbolismo como «Historias en el Limbo», «Historias Violetas» o «Historias Invisibles» que esconde algo... Hay una llave, una cerradura, un gatito que toma un baño, unos patitos y un libro que lee que tiene una fecha: 1931 que fue la fecha en la que Clara Campoamor participa en el proyecto de la Constitución de la Nueva República donde se trató de establecer que no hubiera discriminación de sexo, igualdad jurídica entre hijos e hijas, el sufragio universal, el divorcio y otros avances en el pensamiento.

Hablando de pensamiento: un libro con una cerradura. Es la puerta que abre el conocimiento: los libros. ¿Hay un simbolismo más bello?

En el cementerio de San Fernando, en Sevilla, encontrará la escultura de un imponente Cristo al llegar paseando al ecuador del mismo... Es la tumba de Antonio Susillo (1.857 † 1.896) que tiene una de las historias más curiosas y trágicas que se puedan narrar...

Su tumba es una de las más impresionantes de todo el recinto. Fue uno de los escultores españoles más famosos, de la segunda mitad del siglo XIX. Nunca sabremos por qué, Antonio, decidió quitarse la vida con un revólver. Hay dos teorías, una hace referencia al Cristo que preside su tumba “El Cristo de las Mieles”. Cuentan que al crear este Cristo, tuvo una equivocación que a él le pareció imperdonable, colocó en posición inversa los pies del crucificado. Debido a este error, se pegó un tiro. La otra versión se refiere a una depresión, vinculada a la difícil relación que mantenía con su segunda esposa, una mujer a la que no amaba y que gastaba más dinero del que el autor conseguía. Tanto que llevó a Susillo a la bancarrota...

Se marchó para siempre el 22 de diciembre de 1.896, cuando contaba tan solo 39 años de edad. Se dirigió a la Barqueta, se colocó delante de un tren y quiso que fuera atropellado, aún iba vestido tal y como salió del taller... En el último momento comprendió que aquella no era la muerte que debía tener y con una pistola, que había conseguido en París hace una década, se dirigió a la zona de San Jerónimo, al llegar a la altura del Instituto Anatómico, siguiendo las vías del tren, se sentó sobre un montón de traviesas de madera, sacó la pistola del blusón que llevaba puesto y la colocó bajo la barbilla... En un momento determinado, se armó de valor, disparó... Y allí dejó su vida Antonio Susillo.

En la prensa de la época se publicó: “Hallazgo de un cadáver. Junto a las vías del tren, en el ramal de la Barqueta en San Jerónimo, apareció ayer tarde el cadáver de un hombre decentemente vestido. Fue trasladado al depósito judicial, donde aún no ha sido identificado”. Al día siguiente se conoció la muerte del genial Antonio Susillo y Sevilla entera se conmocionó con la noticia.

Por un permiso especial concedido por el Arzobispo a la infanta doña María Luisa se permitió que fuera enterrado en lugar sagrado, cosa que no podía hacerse –sin ese permiso- sin la autorización de la autoridad eclesiástica.

Su cuerpo fue enterrado en la rotonda al pie del Cristo que el mismo había realizado.

Imagino, que se preguntaran el porqué se le puso a este Cristo el nombre “de las Mieles”... Cuenta la leyenda, que el primer verano que estaba la imagen del Cristo situada en el sitio que aquí ven, observaron que, inexplicablemente, brotaba un líquido extraño de su boca y le caía por el pecho, lo que en principio parecía un milagro. No era tal.

Simplemente era que un enjambre de abejas, se había instalado en la boca y garganta hueca de la escultura, que con los calores veraniegos, aumentados por ser de bronce, hizo que los panales se derritieran y brotara la cera y la miel por la boca de la imagen.

Nació en Sevilla el 17 de Abril de 1.857, concretamente en la Alameda y desde muy joven, gozó del mecenazgo de la infanta Luisa Fernanda de Orleáns, que fue su principal valedora y gracias a ella, se pudo desarrollar su don escultórico. Sus obras son tan inmortales como su leyenda.

En la Puerta de San Cristóbal, de la Catedral de Sevilla, encontrará a «El Giraldillo», realmente «La Giraldilla», inspirada en la diosa Atenea y que es uno de los símbolos más inmortales y eternos de la ciudad. Está realizada en bronce por Bartolomé Morel bajo diseño de Luis de Vargas y, no se equivoquen, la estatua da nombre a la Torre de Sevilla, a la Giralda, y no al revés.

Tiene cuatro metros de altura y es la representación de la Fe católica, viste atuendo de guerrera y casco pero no lleva espada sino una hoja de palma seca, signo de la resurrección y del martirio. En la mano derecha lleva un lábaro -estandarte- que es la que la hace girar marcando la dirección del viento -de ahí la palabra «Giraldillo», de giro-. Es una veleta de la que Cervantes escribió: “Una vez me mandó que fuese a desafiar a aquella famosa giganta de Sevilla llamada la Giralda, que es tan valiente y fuerte como hecha de bronce, y sin mudarse de un lugar es la más movible y voltaria mujer del mundo”.

Reconozco que siento particular «devoción» por uno de los más grandes arquitectos de Sevilla: Aníbal González. Me rindo ante su saber, antes su pasión arquitectónica y todo lo que nos quiso decir más allá de la arquitectura pues, como yo lo defino: es nuestro particular Gaudí.

El arquitecto sevillano Aníbal González es el autor de obras insignes en la ciudad tales como la emblemática Plaza de España, el Museo de Arqueología, la Casa de las Concha, la Casa de los Montoto y otras muchas edificaciones donde ese evocador costumbrismo derrochaba sevillanía y andalucismo por los cuatro costados, y escribo a la luz del conocimiento y del corazón.

Mucho podría escribir sobre Aníbal González -más aún lo que me guardo, que eso es un secreto- pero hoy quiero acercarles a conocer un detalle que incluso aquellos que rindieron homenaje al arquitecto quisieron tributar...

El monumento a Aníbal González tiene dos metros de altura y está ubicada en el Parque de María Luisa, el mismo que contiene su obra cumbre, «la obra entre las obras» como me gusta llamarla: la Plaza de España.

La Plaza de España debió haber sido redonda, es decir, doble, lo que vemos ahora más una general que conformarían un círculo, con todo lo que ello significa y representa... Pues bien, en su escultura podemos encontrar algo que es un pequeño guiño y un pequeño y simbólico gesto, un secreto.

Así sus autores, Manuel Nieto, Guillermo Plaza y Manuel Osuna, tuvieron unas circunstancias personales que los unieron aún más... De esa forma quisieron esconder algo: «En un principio, pensamos en ponerle una especie de pin en la solapa de la chaqueta y a partir de ahí decidimos ponerle algo escondido para que la gente lo buscara. Finalmente, decidimos hacer un pequeño homenaje a nuestros hijos, porque en el transcurso de la realización de la escultura, los tres fuimos padres. Así que le pusimos tres manos, una por cada uno de nuestros hijos» matiza Guillermo Plaza. Sólo el fundidor sabía ese mensaje nacido del corazón que, sin dudas, Aníbal González, habría aprobado.

Desde el Ayuntamiento de Sevilla lo toman bien: «La verdad es que después de inaugurarse le contamos a los responsables del Ayuntamiento lo que habíamos hecho y les hizo mucha gracia. No obstante, las manos están tan escondidas, que no altera el diseño o imagen de la escultura» indica Manuel Nieto.

De esa forma, hasta más allá de la muerte la curiosidad, el simbolismo, está presente en la figura de Aníbal González constituyendo su estatua lo que se denomina «un huevo de Pascua» pues contiene un secreto que hay que buscar. Aunque su figura esconde muchos más secretos.

Un secreto más... Los nombres de esas manos: Guillermo, Irene y Alejandra. Al fin y al cabo Aníbal perseguía el Conocimiento a través de la Arquitectura y, puede, que lo consiguiera...

Son estatuas de Sevilla, no son las únicas, hay más... Pero eso déjeme que se lo cuente otro día.