La aventura del misterio

Impresionantes Milagros en Sevilla

Según la Real Academia Española, el Misticismo, es el “Estado extraordinario de perfección religiosa, que consiste esencialmente en cierta unión inefable del alma con Dios por el amor, y va acompañado accidentalmente de éxtasis y revelaciones.”

20 nov 2022 / 05:35 h - Actualizado: 20 nov 2022 / 05:35 h.
"La aventura del misterio"
  • Impresionantes Milagros en Sevilla

Místicos Andaluces, personas unidas en cuerpo y alma a su Dios. Son personas capaces de realizar milagros incontestables para la ciencia actual. Aparecidos después de muertos incluso en vida por el medio de la bilocación - hallarse en dos lugares distintos a la vez – como también lo hiciese la venerable de Ágreda.

Embargados por intensos éxtasis duraderos en el tiempo y a su vez suspendidos del ejercicio de los sentidos, estigmatizados con huellas sobrenaturales en su cuerpo rememorando la pasión de Cristo, capaces de rebelar por el don de la profecía incluso su propia muerte. Muerte que en muchos de los casos ha resultado un tanto extraña, al hallarse sus cuerpos incorruptos tras muchos años después de ser enterrados.

Estos y solo estos, serán nuestros Místicos Sevillanos.

Milagreros

Y emprenderemos esta guía por los Místicos Sevillanos, por aquellos a los que Dios premió con la capacidad sobrenatural de realizar cosas milagrosas, hechos sobrenaturales de los que se desprende un gran vínculo con lo divino.

Por supuesto, que la milagrería popular no distingue entre sexos y edades aunque sí toma un patrón en común; La Religiosidad.

Milagreros, los ha habido de todos los gustos y colores, hombres y mujeres, beatos y predestinadas como María de Salazar, una niña como cualquier otra, que tuvo la mala suerte de quedar huérfana muy joven, apenas con cuatro años y que con cinco su vida ya parecía estar escrita con los renglones de la Fe.

Corría el año 1626 y su padre Don Juan de Salazar y Ordóñez decidió casarse de nuevo y con cinco años pasó a estar en protección de su madrastra, la cual, le inculcó desde muy joven la lectura espiritual, la cual dio nacimiento a un irrefrenable deseo de convertirse en monja. Y a los 15 años, tras un intento fallido de casamiento por parte de su padre, la hermosa María de Salazar ingresó en el convento de Santa María de las Dueñas acompañada por su hermana menor, la cual también se movía por la llamada de la Fe.

A los cuatro años de ingresar en el convento, María ya era toda una monja, aunque se había quedado sorda como una tapia. Eso no le impidió para realizar una vida eclesiástica ejemplar, he incluso podríamos decir que a cambio de la sordera dios le dio una multitud de herramientas portentosas de las que ella sacó partido para hacer el bien al prójimo.

Entre estas herramientas aparecen testimonios escritos sobre la vida de esta religiosa; ejemplos tales como la profecía, la curación con las manos, sufrir los estigmas de Cristo y apariciones de la virgen. Pero como sucede en muchos de estos casos, cuanto mayores son los prodigios, más enferma y débil se encontraba, hasta el punto de que en 1698 con setenta y seis años de edad, una hemiplejia que arrastraba hace tres años, le dejó medio cuerpo totalmente paralizado, procurándole difíciles contorsiones en manos espalda y piernas y en pocos meses terminó con su vida.

Cuentan que el día de su muerte sucedió el que quizás fuese el suceso más extraño y misterioso de esta gran mujer puesto que como ya se citó en un breve apartado del periódico ABC de 1996. Algo extraño sucedía en aquel añejo cuerpo sin vida apunto de ser sepultado – Salazar, el día de su muerte, sudó tanto que el sudor llegó a salir por la puerta de la iglesia llenando la calle - . Aunque parezca extraño y porque no decirlo, un poco asqueroso, la sudoración abundante tras la muerte es un hecho del todo inexplicable.

Es Fermín Arana, escritor indispensable para el conocimiento de los místicos sevillanos, quien en su magna obra titulada - Hijos de Sevilla – y publicada a finales del siglo XVIII, nos da algunas pistas sobre los trastornos póstumos de esta sierva de Dios. Según Arana;...un globo de luz rodeaba la cabeza del cadáver. Al tiempo de la misa se le puso el rostro sonrosado y empezó a sudar tan copiosamente que mojaba las almohadas.

Con estos síntomas el médico que no se atrevía a darla por muerta, pese a que su pulso hacía muchas horas que ya había dejado de latir. Aún más se lió el entierro cuando llegó la beata de turno contando que ella misma había empapado un pañuelo con el sudor de Sor María de Salazar y que con el mismo pañuelo le frotó las piernas a una impedida y que milagrosamente ésta quedó curada por completo. ¡A ver ahora quien se atrevía a enterrar ese bendito cadáver!

Y con las mismas y viendo que el sudor no mitigaba sino que se excitaba cada vez que se le quería dar santo entierro, fueron las mismas monjas, compañeras de ella quienes decidieron pasarse por alto el bochornoso momento del entierro y meter el cadáver en una caja y dejarlo en el honroso hueco de un altar del claustro que se encuentra en su monasterio, que fue el de Santa María de las Dueñas.

Se cuenta, que aún siguió tras muchos siglos su cuerpo incorrupto, el cual, aún sudaba milagrosamente llenando una pequeña tinaja cada vez que las monjas pedían por un enfermo que necesita de su sudoración milagrosa. Lamentablemente, nada más se supo de esta milagrera maravillosa desde que el monasterio, que se encontraba en la periferia, fuese destruido en 1868 y la comunidad religiosa de Santa María de las Dueñas desapareciese de la ciudad a principios del siglo XX y con ella su documentación.

(No debe el lector confundirla con otra María de Salazar, Carmelita descalza, hija predilecta de Santa Teresa de Jesús, fallecida en 1603, quien también estuvo por estas tierras sevillanas.)

Otras milagreras pasaron por este mundo con menos ruido y con algo menos de sudor, como es el extraño caso de Sor Beatriz de la Corona, del convento Madre de Dios, quien durante seis largas horas tras su muerte estuvo sudando a borbotones. Y digo extraño caso éste de Sor Beatriz, no solo por su alarmante sudoración, sino porque tras pasarse casi toda su vida muda, horas antes de su muerte y tendida en el camastro esperando su último suspiro, las monjas del convento comenzaron a cantar la Salve Regina a petición de la moribunda.

En el momento más fervoroso de la entonación, como si de una cantante de opereta se tratase, arrojó la muda moribunda por su boca un chorro de voz tal que hizo vibrarlos corazones de los allí presentes, siendo todos testigos de ese milagroso prodigio. Otro caso olvidado fue el de Sor Tomasa, religiosa también del Convento Madre de Dios, en el que se encuentran los restos ilustres de la viuda de Hernán Cortés, y de su hija Doña Catalina Cortés. Pues bien, Sor Tomasa de Santo Domingo curaba con sus manos todo tipo de males, e incluso era capaz de reconstruir y dejarla como nueva con una simple oración, los trozos de una cazuela de barro rota en varios trozos.

Otro milagrero por merecimiento propio es Fray Bernardino de Laredo, autor de varios libros de medicina. Ascético Franciscano y médico de Juan III de Portugal, nació en Sevilla en 1482, fue agraciado por Dios con los dones de éxtasis, visiones y milagros. Sobre él se preguntan algunos investigadores como Teodoro H. Martín, si lo suyo era inteligencia o sabiduría de la Mística, ya que muchas de sus curaciones no las realizó por la medicina, sino por la mano divina. Cuentan, que allí por donde iba, le acompañaba un pequeño crucifijo de madera con el cual sanaba a los enfermos con el simple hecho de posarlo en la zona afectada. Murió en Villaverde del Río (Sevilla) en 1540 y en olor de santidad.

Y si exorcizar al demonio de un cuerpo es un milagro, debemos de añadir a esta lista de milagreros dos nombres en mayúsculas, los dos exorcistas y misioneros (peligrosa coincidencia); uno el de Fray Eusebio de Sevilla, hombre vinculado estrechamente a la historia de Venezuela, al que nos lo describe José Eliseo López en el primer volumen de su obra La emigración desde la España peninsular a Venezuela, como un hombre delgado blanco y lampiño, al que se le vio, según otros, rodeado de una extraña luz o levitando mientras cristianizaba el Nuevo Mundo y que se pasó de recatado en el barco de vuelta a España, cuando una mujer le dijo que tenia unas manos preciosas y a este no se le ocurrió otra cosa que meterlas en aceite hirviendo. A este buen hombre se le atribuyen varias hazañas contra el demonio y fueron famosos sus exorcismos entre los indígenas americanos, e incluso se supo que resucitó a un niño en la cercana población de Sanlúcar de Barrameda.

El otro exorcista, Benito de Santa Mónica, Agustino Descalzo, sobre sus hazañas como exorcista tenemos constancia de él gracias a un libro publicado en 1681, escrito por la mano de Lucas Antonio de Bedmar, su trabajoso título; Historia general de los religiosos descalzos del orden de los ermitaños del gran padre... San Agustín, de la Congregación de España y de las Indias. En dicho texto, se narra una situación terrorífica; el Diablo un tanto mosqueado por la aparición de los cristianos en sus tierras, decidió aparecerse a una bruja y encomendarle la misión de acabar con el ejército español con la ayuda de embelecos y hechicerías. Y claro está, la bruja y su propio hijo encontraron su momento y consiguieron raptar a un soldado al cual llevaron por los aires hasta un collado próximo para ejercerle sus malas artes. El capitán del soldado, percatándose que éste no se encontraba en su puesto lo creyó fugado y mandó tras él a otro soldado de la guardia y no muy lejos del campamento militar lo encontró dando voces como un loco y desvariando.

Cuando en el campamento de los soldados españoles se percataron del problema, que no era otro que una posesión diabólica, mandaron llamar a nuestro buen amigo Padre Benito de Santa Mónica. Comenzó el exorcismo el Padre Benito con unas oraciones, a las que el muchacho contestó por boca del soldado en diferentes lenguas, todas ellas desconocidas. El Padre Benito le mandó callar a no ser que fuese preguntado y el demonio al parecer se amilanó y obedeció al religioso. Éste, le preguntó por la trama que le había llevado allí y tras el interrogatorio y el demonio abandonó aquel cuerpo.

Pero como ustedes se estarán imaginando, esta historia no acaba aquí. A la mañana siguiente, ocho soldados amanecieron con el demonio en su cuerpo y a Benito le desbordaba el trabajo. Lo mejor estaba por llegar.

Se dispusieron todos los clérigos a rezar, y cuanto más rezaban más se cabreaban los demonios multiplicándose las infecciones diabólicas. Llegada la noche aquel lugar parecía el mismísimo infierno y espíritus horripilantes vagaban de alma en alma corrompiendo todo lo que tocaban. En un momento de desesperación, el Padre Benito miró al cielo y en ese momento apareció el Santísimo Sacramento en la fortaleza y todos los demonios huyeron a las entrañas de la tierra para nunca más salir. Después de este suceso el campamento militar, más que una fortaleza, parecía un claustro religioso. Benito de Santa Mónica, falleció en 1622.

Y cerramos esta lista de milagreros con el que quizás sea uno de los más prodigiosos hombre de su época; Fernando Contreras.

Corría el año 1470 y en la iglesia de San Gil, se celebraba la ceremonia de bautismo de aquél en el que muchos quisieron ver un santo para la Catedral de Sevilla, el Venerable Padre Fernando Contreras. Probablemente no les falta razón al querer ver en este hombre de Dios a un Santo de aquellos con corona y manto. Pero quizás, a éste debemos de añadirle una admirable facilidad para hacer milagros. Ya hablamos largo y tendido en la segunda obra de esta colección de libros “Guía Secreta de Sevilla” sobre su simpatía con la duquesa de Maqueda, más conocida como la “Loca del Sacramento”. Aquella cuyo marido, Gutierre de Cárdenas, fue al que confiaron para llevar a un joven llamado Fernando, para casarse con una joven llamada Isabel, los futuros Reyes Católicos.

Pero este personaje se nos desvela poco a poco en este quinto libro, y esta vez lo hace desde su lado más desconocido.

Como íbamos relatando, no pasaron demasiados años de aquel bautizo, cuando ya en su adolescencia, el futuro padre Contreras, ya exhibía grandes dotes para la vida religiosa y para cuestiones como las matemáticas, pero por falta de dinero en el núcleo familiar, sus intenciones de proseguir los estudios fueron frustradas. Y a los 16 años de edad, es cuando resuelve, no sin grandes dudas, iniciarse en la vida y los estudios eclesiásticos. Estudios en los que se centró especialmente con la Sagrada Teología Moral. Pasaron los años y aquel joven penitente se había convertido en un hombre de costumbres extremadamente austeras que vivía en una exigua habitación sin más compañía que una silla, una mesa y un carcomido escritorio. Y fue a mediados del siglo XIV cuando es ordenado sacerdote, impartiendo su primera misa, en la enigmática Capilla de la Virgen de la Antigua en la catedral Hispalense.

En 1506 llegó las grandes hambrunas en la ciudad y poco después la peste que lo infectaba todo, y nuestro querido Contreras, luchó con toda su Fe por paliar la escasez y la pobreza de aquellos que poco o nada tenían e incluso consiguió limosnas de donde no las había. Cuentan las crónicas de la época, que algo divino debía de proteger a este siervo de Dios, puesto que su trato con los apestados lo llevó hasta tal extremo, que incluso se le vio cavar las tumbas para los fallecidos con sus propias manos.

Gracias tanto a su acción, como a su devoción, lo quisieron premiar con buenos puestos dentro de la curia y tras rechazar un Beneficio en la parroquia de San Ildefonso, fue el todo poderoso Cardenal Cisneros quien consigue para él un puesto de Capellán Mayor del Colegio de San Ildefonso de Alcalá de Henares, donde aprovechó para estudiar Teología.

Tras muchos lugares y vicisitudes, y al servicio de Doña Teresa Enríquez, esposa y en aquellos años viuda del Comendador Mayor don Gutierre de Cárdenas, fue donde de alguna manera espiritual el Padre Contreras sintió en el fondo de su ser una llamada especial. Doña Teresa Enríquez, deseaba fervorosamente apiadarse de los niños que se hallaban en poder de los Moros, y el Padre Contreras sería el instrumento por el cual aquella empresa se haría posible de realizar.

En 1526, el Padre Contreras, vuelve a Sevilla, su ciudad natal, para reunir las fuerzas y los apoyos necesarios para su primera expedición de rescate a zona infiel. Se retrasa un poco en la campaña y toma como residencia una austera casa en la zona de la Puerta del Arenal, pero ni mucho menos se está quieto. En poco tiempo funda un colegio para niños pobres y él mismo imparte distintas materias como la gramática y la teología.

Y por fin, habiendo reunido todo lo necesario para la primera expedición para el rescate de niños en manos de los Moros, fue Argel la ciudad a donde se encaminó este buen siervo de Dios.

Largo tiempo de pesares y penurias le costó al pobre Contreras en alcanzar su propósito. Pero una vez allí, supo que de una gran sequía de cuatro años que soportaban en el lugar. Y nuestro buen hombre, y gracias a la Fe que procesaba, logró arrancarle al cielo gran cantidad de lluvias. Las suficientes para convertir los campos yermos en un vergel frondoso. Tan agradecidos de aquel milagro que logró Contreras, que el mismísimo rey Moro, le entregó treinta niños cristianos. También quedó muy agradecido el Rey turco, haciendo lo mismo. En total, entre unos y otros, el Venerable Contreras rescató a trescientos niños, a los cuales los regresó sanos y salvos a la capital hispalense entre vítores y felicitaciones.

Pero no crean ustedes que con este milagro y rescate se conformó el Padre Contreras, en el año de 1533, emprende su segunda ruta a la infiel ciudad de Argel. Pero esta vez el mar estaba embravecido y dispuesto a mandar a pique al barco y al Padre Contreras. Y en estas, que el barco se tambaleaba como lo hacen las campañas de una iglesia, Contreras se dispuso a emplearse a fondo con un nuevo milagro. Cogió su báculo y lo clavó como si de una espada se tratase frente al timón, y como si de una mano invisible se tratase, aquel timón empezó a moverse de tal manera y con tal pericia que logró llegar al puerto de Argel sin un solo rasguño en su estructura.

Por si esto les parece poco, nada más pisar tierra, extrajo el demonio del cuerpo de dos moros infieles que automáticamente se convirtieron a la Fe cristiana.

En esta segunda travesía, logró liberar a muchos niños, pero como se quedó escaso de dinero tuvo que empeñar el báculo milagroso y así poder repatriar al mayor número de chiquillos. A su vuelta para Sevilla, se vio asediado por embarcaciones turcas, y a falta de báculo milagroso, balbuceó algunas palabras que el solo conocía, y milagrosamente los barcos turcos dieron la vuelta y huyeron como si del mismo demonio se tratase. Una vez pisado tierra, reunió a todos los jóvenes para delante de la Virgen de la Antigua celebrar una misa en agradecimiento por su socorro.

Y con estos ya van tres los milagros de este buen hombre, sin contar los dos exorcismos.

Pero no acaban aquí las hazañas milagreras del Padre Contreras, puesto que le faltó tiempo para embarcarse en su tercera cruzada personal en el rescate de niños cristianos en zona infiel. Esta tercera expedición tuvo como objetivo los niños presos en la ciudad de Túnez. Y allí, el Padre Contreras, el rescatador de niños, hizo un gran despliegue de sus facultades milagreras, convirtiendo infieles, realizando exorcismos y rescatando a cientos de imberbes.

De vuelta para España, seguían a la embarcación cristiana siete rápidas naves corsarias y nuevamente musitó el padre Contreras unas extrañas palabras y a continuación una espesa niebla cayó sobre las embarcaciones corsarias, dejándolas totalmente inoperantes y los corsarios desistieron de sus oscuras intenciones.

Y como no hay dos sin tres, tampoco hay tres sin cuatro. Y la cuarta redención llegó y su destino fue Fez y Tetuán, donde tuvo que empeñar su nuevo báculo para llegar a la cantidad acordada por el rescate de unos cientos de niños.

A la vuelta, en aguas del estrecho de Gibraltar, la mar empezó a arremeter con fuerza contra la popa del barco y de nuevo, el padre Contreras hizo un milagro. Contreras se desató su manteo, que a diferencia de otras capas, ésta es larga con cuello derecho y bastante estrecho, y como si de un mantel se tratase, empezó a sacudirlo con fuerza de allí de donde golpeaban las olas y en un corto espacio de tiempo, la mar se quedó en calma como si de un lago se tratase.

Pobre Contreras, difícil trabajo el suyo, ese de salvar las almas de jóvenes cristianos. Nos encontramos en el año de 1536 y recién llegado de su cuarta expedición, el padre Contreras cae y terriblemente enfermo, algo le impide respirar con fluidez y todos pensaban en que sucedería lo peor. Pero ni corto ni perezoso, Contreras pide a sus hermanos que le lleven al Altar Mayor de la Catedral, debe rezar a María Santísima. Una vez allí, se arrodilla frente al altar, levanta los ojos como el que mira a su madre y comienza a rezar: Virgen Santísima dadme reposo... - Y en esos instantes los que allí presentes se encontraban se quedaron ojipláticos al ver como una culebra salió de su garganta cayendo muerta en el suelo. Instantes después y habiendo terminado el rezo como sin nada, nuestro querido Padre Contreras se incorporó totalmente restablecido de sus dolencias y con una única idea en su mente...la quinta expedición a tierras hostiles en busca de niños cristianos.

Dicho y hecho, tres años más tarde, en 1539, este siervo de Dios se dirige por barco al Reino de Fez. Primeramente, hizo parada en Ceuta, donde algunos cronistas de la época, aseguran que allí, mientras estaba hospedado en la casa del Gobernador, fue a sus aposentos para rezar en calma. Y mi entras rezaba se le vio levitar durante largas horas, sin que nadie se atreviese a molestarlo.

Tras una quinta expedición llegó una sexta en las ciudades de Tetuán y Ceuta, donde ya se lo conocía y había tomado fama de santo convirtiendo al cristianismo a muchos infieles. En este último viaje muchos aseguran que se le vio también en Ceuta, después de a ver surcado el mar en su capa como si fuese una barcaza.

En 1546, y cercano a los ochenta años, regresó a Sevilla junto a una gran muchedumbre de niños cristianos. A su llegada el pueblo se echó a las calles y pese a lo poco que le gustaban los halagos, fue vitoreado y aclamado por todos los rincones de la ciudad, incluso el rey Carlos V le propuso para el Obispado de Guadix.

Pero los años no pasan en balde, ni siquiera para este gran místico milagrero. Nuestro octogenario padre Contreras, no tardó mucho tiempo en embarcarse en la que sería su última expedición de la cual, llegó sano y salvo pero aquejado de varias dolencias.

El día 17 de febrero de 1548, el Venerable Padre Contreras dejaba este mundo con el alma en paz y el trabajo cumplido. Pero este buen obre aún nos dejó un guiño en las horas postreras de su muerte. Resulta, que los señores del Cabildo, no sabían muy bien en que lugar darle santa sepultura, y en medio de ese dilema apareció un niño en la catedral. Tenía la voz suave y su aspecto era de una finísima hermosura. El niño misterioso se detuvo junto a la puerta del coro e indicando con el dedo les dijo a los allí presentes: Aquí es donde Dios quiere que se le entierre. Y nada más decir esto se desvaneció y no se le volvió a ver.

El día de su entierro, casi hacen añicos al cuerpo del Venerable, puesto que tal fama alcanzó en su vida, que en su muerte se multiplicó por mil la de milagrero, y a jirones dejaron sus mortajas aquellos que quisieron llevarse una reliquia milagrosa, incluso algunos historiadores cuentan, que no le dejaron ni una uña sana al pobre cuerpo del que para siempre quedará como el milagrero y Venerable Padre Contreras.