En las inmediaciones del municipio onubense de Jabugo, se levanta orgulloso y desafiante, el imponente edificio conocido como Tiro Pichón. Desde sus ventanas se contempla casi a vista de pájaro la comarca que baña el río Múrtigas y al mismo tiempo, desde los municipios cercanos, se contempla el perfil recortado de esta construcción con el respeto e incluso el miedo que inspiran las historias que de él se cuentan y que ocurren en su interior.
De arquitectura regionalista andaluza, es deducible a simple vista que tras el diseño de este edificio se esconde la mano del insigne arquitecto sevillano Aníbal González (1876-1929). El que fuera arquitecto jefe de las obras acometidas en Sevilla con motivo de la exposición iberoamericana de 1929 construyó a principios del siglo XX este edificio. Pero, ¿cómo explicar la existencia de un edificio tan suntuoso en plena sierra onubense? Su construcción responde a la táctica del primer marqués de Aracena, D. Javier Sánchez-Dalp, quien se había propuesto elevar la categoría social de su marquesado convirtiéndolo en lugar de recreo y descanso de la más alta sociedad sevillana. Aracena, hasta 1833, había formado parte de la provincia de Sevilla y su segregación y posterior incorporación a la provincia de Huelva podía hacer mermar el encanto para las familias hispalenses de rancio abolengo. Para evitarlo dotó a sus tierras de construcciones de elevado valor artístico para lo cual, el marqués de Aracena, contó con el arquitecto Aníbal González con el que además estaba emparentado. El marqués, en su afán por encumbrar a Aracena como lugar de reclamo para lo mejor de la sociedad de la época, llegó incluso a rodar un documental con la productora Film Dalp Nazarí con el nombre La Sierra de Aracena en 1928.
El Tiro de Pichón fue diseñado por Aníbal González pensando en la familia del monarca Alfonso XIII. La familia real ya conocía de sobra la comarca, de hecho Don Alfonso y Doña Victoria Eugenia fueron los encargados de inaugurar las Grutas de las Maravillas en 1915, visita que repitieron en 1929. La familia real mostraba un especial afecto a la zona. No debemos olvidar la presencia en Huelva de importantes miembros de la sociedad inglesa victoriana a través de las explotaciones mineras de Río Tinto y el origen inglés de la reina Doña Victoria-Eugenia de Battenberg.
Ante este interés de los monarcas por la zona, Sánchez-Dalp no dudó en construir para ellos un pabellón de caza donde el monarca y su familia pasaran largas temporadas estivales practicando el tiro del pichón, una moda procedente de Europa y que causaba furor entre las clases más pudientes desde el siglo XIX. Tal prestigio tenía esta práctica, a medio camino entre la caza y el deporte, que las sociedades de tiro del pichón llegaban a conseguir la distinción de Real Sociedad de Tiro del Pichón, como es el caso de Granada. La familia Real encontró en este rincón onubense un espacio para el descanso, especialmente las infantas doña Beatriz y doña Cristina hasta que en 1931, tras la proclamación de la II República, se exiliaron a Roma.
El propietario de este magnífico edificio es el Ayuntamiento de Sevilla. Para su construcción, el marqués de Aracena pidió un préstamo al Consistorio hispalense. Con el paso de los años, el crédito no fue devuelto y el Ayuntamiento de Sevilla ejerció su derecho y se quedó con la titularidad.
En años posteriores el edificio sufrió reformas, siendo la de mayor importancia la ampliación que se le hizo en 1941. Durante años, el Tiro de Pichón recibió grupos de escolares que escogían Jabugo para sus campamentos de verano. También se le atribuyen en la comarca funciones de hospital o sanatorio. Incluso muchas personas lo conocen como el manicomio de Jabugo si bien es un dato pendiente de ser confirmado.
Es el investigador e historiador local Jorge Medina Bernabé (autor de varias obras con la Fundación Lara) quién primero nos pone en contacto y nos da antecedentes del lugar: «Durante la documentación de uno de mis libros sobre la Sierra de Aracena me encontré con algo curioso e inquietante... En Jabugo me hablaron de un lugar, del Manicomio, en el que me relataron diferentes vecinos que se viene produciendo toda suerte de fenómenos misteriosos, desde la visión de seres o siluetas luminosas en sus ventanas hasta la grabación en su interior de psicofonías y ruidos extraños, la verdad es que una vez en el lugar y en su interior pude comprobar como en realidad allí uno no está solo... Continuamente te sientes vigilado, acosado, e incluso puedes escuchar cómo te llaman voces de otros tiempos en un lugar en el que tienes la certeza de estar solo... Mi experiencia allí fue inusual, escuchar: «Jorge, acércate», clara y definidamente, es motivo suficiente para hacerme regresar sobre mis pasos y salir de allí. Tan interesante me pareció que decidí incluir una reseña en mi libro. Es un lugar para tenerle miedo».
Con tales afirmaciones el investigador no puede menos que sentir curiosidad y acercarse al lugar a informarse debidamente sobre los extremos relatados y afirmados por el historiador. Cruzando la siempre bella sierra Huelva encontramos, majestuoso e impertérrito, el edificio Tiro de Pichón. Desde lo alto de la colina corona la sierra. A sus faldas la localidad onubense de Jabugo, con mil y una tradiciones ganadas con esfuerzo y sacrificio durante décadas. Sus habitantes, recelosos de cámaras y grabadoras acceden, roto el hielo de la desconfianza, a narrarnos la Historia e historia del lugar, Ángel Rodríguez relataba para Más Allá lo siguiente: «En tiempos de mi abuelo vino el rey, Alfonso XIII, a hacer una visita a la sierra, se detuvo en la Gruta de las Maravillas y en las cercanías de Jabugo hizo la observación de lo bello e idílico del lugar para un pabellón de caza. Al poco se comenzó a construir, pero con el tiempo y la Guerra Civil el edificio ha tenido muchos usos, ha sido Sanatorio, Hospicio-Colegio e incluso albergó salas para enfermos mentales... En su interior se escuchaban unos chillidos que ponían los pelos de punta e incluso, dicen, se registraron fallecimientos. En épocas modernas los jóvenes se han metido dentro alentados por historias de fantasmas y la verdad es que han salido aterrados. Dentro dicen que habita el fantasma de un viejo guardés que en vida prometió guardar y vigilar siempre el edificio y mantuvo su promesa hasta el día de su muerte. Ahora muchos han visto su espectro en el interior y han podido comprobar cómo en ese edificio hay cosas que no pertenecen a este mundo...» Y no finaliza ahí el relato de Ángel Rodríguez, proseguía diciéndonos: «Los hijos de mi compadre se acercaron allí un día para hacer el juego del vaso y tuvieron un encuentro más que terrorífico, algo al final de un pasillo comenzó a aparecérseles, era un fantasma, lo pasaron muy mal, quizás les pasó por jugar con lo que no debían en el sitio que en el pueblo se sabe que no se debe de jugar jamás...» Y tan crípticamente nos deja con la impresión de que un buen vecino sabe más por lo que calla que por lo afirma.
Continuando en nuestra tarea de recopilar testimonios localizamos en la vecina localidad de Aracena a uno de esos chicos que movidos por la curiosidad y por lo desconocido se ha acercado al Tiro Pichón para tratar de desentrañar sus misterios vía tabla ouija. Enrique Santos nos relataba su experiencia: «Pues fue una tarde-noche en la que decidimos ir para hacer una ouija, ya nos habíamos metido antes en el cementerio, otros días, y en la ermita, pero un amigo nos comentó que había escuchado en el bar donde trabaja que unos clientes habituales habían visto la noche anterior una silueta luminosa, como una persona pero que irradiaba luz paseando por las ventanas delanteras del edificio, dijeron que era un fantasma y decidimos ir a ver si contactábamos con él... Llegamos y nos pusimos en el ático, allí aparte de los pájaros no había nada más, pusimos velas y comenzamos a invocar, no parecía suceder nada pero al cabo de la hora o así, en un rincón del ático comenzamos a sentir como una caja de música, todos nos miramos extrañados y sin casi pasar el tiempo algo comenzó a subir las escaleras, se sentía perfectamente, era un paso corto, pausado pero sin interrupciones, se acercaba más y más hasta que se detuvo. Nos puso muy nerviosos porque era la salida más cercana, y al final de aquella habitación comenzó a dibujarse la forma de una persona, poco a poco y surgiendo de la nada, nos miraba con severidad, no quisimos dar tiempo a que ocurrieran más cosas y salimos corriendo de allí,... Aquella misma noche quemamos la ouija, fue suficiente, ese edificio está encantado».
Para estos investigadores fueron meses de ir y venir a Jabugo y Aracena, de recopilar testimonios, narraciones de víctimas del misterio que encierra el edificio, de una continua búsqueda de información, de documentación, de grabaciones y experiencias en su interior y de la búsqueda de lo desconocido. Y, quizás, el misterio juega a veces con cartas marcadas: cuando nos disponíamos a archivar la investigación por falta de pruebas que no fueran los siempre interesantes testimonios y experiencias aterradoras de los testigos, algo vino a turbar y enriquecer la investigación en el edificio del Tiro Pichón.
Era una fría tarde de noviembre, llevábamos más de seis meses enfrascados en esta apasionante historia, acudimos al lugar para realizar nuevas pruebas y experiencias antes de la llegada de diciembre y de que se recrudeciera la climatología. Todo discurría con normalidad, como en tantas otras ocasiones dispusimos los equipos para garantizar la investigación y la veracidad de todo lo que se pudiera grabar y/o captar: detectores de presencias en quince puntos del edificio, alarmas de continuidad láser, varios equipos informáticos portátiles registrando vía webcam con visión nocturna y audio lo que pudiera ocurrir, nueve grabadoras digitales colocadas en otros tantos para captar audio y psicofonías, dos viejas e históricas (en el mundo de las psicofonías) grabadoras Philips con unos magníficos micrófonos, una grabadora de amplio espectro y dos videocámaras que irían registrando todo lo que aquella noche de investigación deparara. Dispuesto todo el equipo y reunidos en el ático donde se realizaron las sesiones ouija, transcurridas ya unas horas desde nuestra llegada, en plena ala construida a finales de 1920, comenzamos a sentir aquello que nos habían relatado: una melodía como perteneciente a una cajita de música. Sorprendidos buscamos la procedencia de aquel sonido tan peculiar sin encontrar nada que pudiera originarlo.
En nuestro discurrir por el edificio comenzamos a acercarnos al ala construida en 1941, allí la noche comenzó a caer y entramos en una amplia sala donde nos habían relatado que se escuchaban voces y lamentos de niños, quizás en recuerdo de antiguas y pasadas épocas. Tras nosotros unos pasos, salidos de la nada, originados por un algo o alguien invisible que no acertábamos a ver, tal vez no fuera de este mundo, un sombra o silueta que definidamente observamos y que nos seguía y una consulta de José Manuel García Bautista a sus dos compañeros: «¿Estamos solos en el edificio?», tras revisar todo lo grabado, en el momento en el que el sevillano hace tal consulta, una voz casi de ultratumba responde psicofónicamente: «En-fer-mi-zo», aquella voz o respuesta no audible en ese momento sí dio paso a una serie de raps, de sonidos que anuncian que el misterio se encontraba en aquel edificio, una serie de sonidos que nos hacía entrar en una zona de habitaciones, un amplio pasillo a cuyos laterales convergían la salidas de las múltiples habitaciones que en él se encontraban, múltiples habitaciones con múltiples camas aún, dispuestas, con colchones y almohadas, como si el tiempo no hubiera transcurrido y algo hubiera hecho que se hubiera abandonado precipitadamente.
En aquel pasillo, Francisco Márquez nos había relatado: «Es un lugar maldito, yo entré un domingo al mediodía y sentí como un llanto, un quejido lastimero, creí que era algún gato herido o atrapado y fui a ver si podía hacer algo, cuando entré en aquel lugar las puertas comenzaron a abrirse y cerrarse como si alguien las cerrara y abriera pero allí estaba yo solo. Me comenzaron a caer almohadas, vamos, me tiraban almohadas y yo no veía quién porque allí estaba yo solo, fueron los peores momentos de mi vida». En aquel mismo pasillo y en aquel mismo momento el estruendo de una puerta cerrándose nos sobrecogió, ¿qué sucedió? Aún buscamos respuestas. Nuevamente en la revisión de nuestras grabaciones una voz psicofónica nos parecía llamar: «Venid», nos llamaba, nos atraía y como comentaba nuestro compañero, el periodista Sergio Moreno: «Era como si la casa nos hubiera admitido en su interior pero para ser la propia casa la que nos investigara y no nosotros los que investigáramos en su interior, era como un juego macabro en el que el investigador era investigado...» Y es que hubo momentos de tensión, tras nosotros algo arrastraba sus pies, tosía, las brújulas no encontraban su rumbo, perdieron el Norte, las baterías de las cámaras y linternas se vinieron abajo y la disposición del edificio no parecía la misma. La escalera principal no se encontraba donde debiera y todo parecía extraño y ajeno a nosotros y al camino trazado entre el crujir de cristales a nuestros pies. Ante una determinada estancia, Jordi Fernández realiza una fotografía. Al revisar las mismas, una extraña cara parece observarnos. ¿El viejo guardes cumpliendo su promesa ahora eterna? En la zona de cocinas, al mismo investigador algo lo golpea y le toca la cabeza, entre nosotros había alguien más. Tras nosotros algo provocaba un sonido de subir y bajas escaleras de forma frenética y nuevamente los raps comenzaron a sentirse coincidiendo con una brusca bajada de temperatura.
Aquel recorrido eterno por las dependencias del edificio nos hizo tomar conciencia que realmente algo extraño, desconocido o paranormal, habita el edificio de Tiro Pichón en la localidad onubense de Jabugo, algo que desafía a la lógica y transciende más allá de lo conocido. Es la constatación de que los testimonios narrados por testigos sobre sus experiencias en su interior son reales y, tal y como grabaron nuestras cámaras para Localia Tv Sevilla, en aquel edificio suceden fenómenos que se escapan de toda lógica. Como en un extraño juego, el edificio acepta las investigaciones, pero todo aquel que penetre en su interior debe de hacer suya la advertencia de que está expuesto a ser investigado por aquello que mora entre sus gruesos muros.