Los increíbles místicos sevillanos

Comenzamos esta guía por los Místicos Sevillanos, por aquellos a los que Dios premió con la capacidad sobrenatural de realizar cosas milagrosas, hechos sobrenaturales de los que se desprende un gran vínculo con lo divino.

20 oct 2019 / 10:50 h - Actualizado: 20 oct 2019 / 10:50 h.
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Por supuesto, que la milagrería popular no distingue entre sexos y edades aunque sí toma un patrón en común: la Religiosidad.

Milagreros, los ha habido de todos los gustos y colores, hombres y mujeres, beatos y predestinadas como María de Salazar, una niña como cualquier otra, que tuvo la mala suerte de quedar huérfana muy joven, apenas con cuatro años y que con cinco su vida ya parecía estar escrita con los renglones de la Fe. Corría el año 1626 y su padre Don Juan de Salazar y Ordóñez decidió casarse de nuevo y con cinco años pasó a estar en protección de su madrastra, la cual, le inculcó desde muy joven la lectura espiritual, la cual dio nacimiento a un irrefrenable deseo de convertirse en monja. A los 15 años, tras un intento fallido de casamiento por parte de su padre, la hermosa María de Salazar ingresó en el convento de Santa María de las Dueñas acompañada por su hermana menor, la cual también se movía por la llamada de la Fe.

A los cuatro años de ingresar en el convento, María ya era toda una monja, aunque se había quedado sorda como una tapia. Eso no le impidió para realizar una vida eclesiástica ejemplar, he incluso podríamos decir que a cambio de la sordera dios le dio una multitud de herramientas portentosas de las que ella sacó partido para hacer el bien al prójimo. Entre estas herramientas aparecen testimonios escritos sobre la vida de esta religiosa; ejemplos tales como la profecía, la curación con las manos, sufrir los estigmas de Cristo y apariciones de la virgen. Pero como sucede en muchos de estos casos, cuanto mayores son los prodigios, más enferma y débil se encontraba, hasta el punto de que en 1698 con setenta y seis años de edad, una hemiplejia que arrastraba hace tres años, le dejó medio cuerpo totalmente paralizado, procurándole difíciles contorsiones en manos espalda y piernas y en pocos meses terminó con su vida.

Cuentan que el día de su muerte sucedió el que quizás fuese el suceso más extraño y misterioso de esta gran mujer puesto que como ya se citó en un breve apartado del periódico ABC de 1996. Algo extraño sucedía en aquel añejo cuerpo sin vida apuntó de ser sepultado – Salazar, el día de su muerte, sudó tanto que el sudor llegó a salir por la puerta de la iglesia llenando la calle - . Aunque parezca extraño y porque no decirlo, un poco asqueroso, la sudoración abundante tras la muerte es un hecho del todo inexplicable.

Es Fermín Arana, escritor indispensable para el conocimiento de los místicos sevillanos, quien en su magna obra titulada - Hijos de Sevilla – y publicada a finales del siglo XVIII, nos da algunas pistas sobre los trastornos póstumos de esta sierva de Dios. Según Arana “un globo de luz rodeaba la cabeza del cadáver. Al tiempo de la misa se le puso el rostro sonrosado y empezó a sudar tan copiosamente que mojaba las almohadas”.

Con estos síntomas el médico que no se atrevía a darla por muerta, pese a que su pulso hacía muchas horas que ya había dejado de latir. Aún más se lio el entierro cuando llegó la beata de turno contando que ella misma había empapado un pañuelo con el sudor de Sor María de Salazar y que con el mismo pañuelo le frotó las piernas a una impedida y que milagrosamente ésta quedó curada por completo. ¡A ver ahora quien se atrevía a enterrar ese bendito cadáver!

Y con las mismas y viendo que el sudor no mitigaba sino que se excitaba cada vez que se le quería dar santo entierro, fueron las mismas monjas, compañeras de ella quienes decidieron pasarse por alto el bochornoso momento del entierro y meter el cadáver en una caja y dejarlo en el honroso hueco de un altar del claustro que se encuentra en su monasterio, que fue el de Santa María de las Dueñas. Se cuenta, que aún siguió tras muchos siglos su cuerpo incorrupto, el cual, aún sudaba milagrosamente llenando una pequeña tinaja cada vez que las monjas pedían por un enfermo que necesita de su sudoración milagrosa. Lamentablemente, nada más se supo de esta milagrera maravillosa desde que el monasterio, que se encontraba en la periferia, fuese destruido en 1868 y la comunidad religiosa de Santa María de las Dueñas desapareciese de la ciudad a principios del siglo XX y con ella su documentación.

(No debe el lector confundirla con otra María de Salazar, Carmelita descalza, hija predilecta de Santa Teresa de Jesús, fallecida en 1603, quien también estuvo por estas tierras sevillanas.)

Otras milagreras pasaron por este mundo con menos ruido y con algo menos de sudor, como es el extraño caso de Sor Beatriz de la Corona, del convento Madre de Dios, quien durante seis largas horas tras su muerte estuvo sudando a borbotones. Y digo extraño caso éste de Sor Beatriz, no solo por su alarmante sudoración, sino porque tras pasarse casi toda su vida muda, horas antes de su muerte y tendida en el camastro esperando su último suspiro, las monjas del convento comenzaron a cantar la Salve Regina a petición de la moribunda. En el momento más fervoroso de la entonación, como si de una cantante de opereta se tratase, arrojó la muda moribunda por su boca un chorro de voz tal que hizo vibrarlos corazones de los allí presentes, siendo todos testigos de ese milagroso prodigio. Otro caso olvidado fue el de Sor Tomasa, religiosa también del Convento Madre de Dios, en el que se encuentran los restos ilustres de la viuda de Hernán Cortés, y de su hija Doña Catalina Cortés. Pues bien, Sor Tomasa de Santo Domingo curaba con sus manos todo tipo de males, e incluso era capaz de reconstruir y dejarla como nueva con una simple oración, los trozos de una cazuela de barro rotan en varios trozos.

Otro milagrero por merecimiento propio es Fray Bernardino de Laredo, autor de varios libros de medicina. Ascético Franciscano y médico de Juan III de Portugal, nació en Sevilla en 1482, fue agraciado por Dios con los dones de éxtasis, visiones y milagros. Sobre él se preguntan algunos investigadores como Teodoro H. Martín, si lo suyo era inteligencia o sabiduría de la Mística, ya que muchas de sus curaciones no las realizó por la medicina, sino por la mano divina. Cuentan, que allí por donde iba, le acompañaba un pequeño crucifijo de madera con el cual sanaba a los enfermos con el simple hecho de posarlo en la zona afectada. Murió en Villaverde del Río (Sevilla) en 1540 y en olor de santidad.

Y si exorcizar al demonio de un cuerpo es un milagro, debemos de añadir a esta lista de milagreros dos nombres en mayúsculas, los dos exorcistas y misioneros (peligrosa coincidencia); uno el de Fray Eusebio de Sevilla, hombre vinculado estrechamente a la historia de Venezuela, al que nos lo describe José Eliseo López en el primer volumen de su obra La emigración desde la España peninsular a Venezuela, como un hombre delgado blanco y lampiño, al que se le vio, según otros, rodeado de una extraña luz o levitando mientras cristianizaba el Nuevo Mundo y que se pasó de recatado en el barco de vuelta a España, cuando una mujer le dijo que tenía unas manos preciosas y a este no se le ocurrió otra cosa que meterlas en aceite hirviendo. A este buen hombre se le atribuyen varias hazañas contra el demonio y fueron famosos sus exorcismos entre los indígenas americanos, e incluso se supo que resucitó a un niño en la cercana población de Sanlúcar de Barrameda.

El otro exorcista, Benito de Santa Mónica, Agustino Descalzo, sobre sus hazañas como exorcista tenemos constancia de él gracias a un libro publicado en 1681, escrito por la mano de Lucas Antonio de Bedmar, su trabajoso título; Historia general de los religiosos descalzos del orden de los ermitaños del gran padre... San Agustín, de la Congregación de España y de las Indias. En dicho texto, se narra una situación terrorífica; el Diablo un tanto mosqueado por la aparición de los cristianos en sus tierras, decidió aparecerse a una bruja y encomendarle la misión de acabar con el ejército español con la ayuda de embelecos y hechicerías. Y claro está, la bruja y su propio hijo encontraron su momento y consiguieron raptar a un soldado al cual llevaron por los aires hasta un collado próximo para ejercerle sus malas artes. El capitán del soldado, percatándose que éste no se encontraba en su puesto lo creyó fugado y mandó tras él a otro soldado de la guardia y no muy lejos del campamento militar lo encontró dando voces como un loco y desvariando.

Cuando en el campamento de los soldados españoles se percataron del problema, que no era otro que una posesión diabólica, mandaron llamar a nuestro buen amigo Padre Benito de Santa Mónica. Comenzó el exorcismo el Padre Benito con unas oraciones, a las que el muchacho contestó por boca del soldado en diferentes lenguas, todas ellas desconocidas. El Padre Benito le mandó callar a no ser que fuese preguntado y el demonio al parecer se amilanó y obedeció al religioso. Éste, le preguntó por la trama que le había llevado allí y tras el interrogatorio y el demonio abandonó aquel cuerpo.

Pero como ustedes se estarán imaginando, esta historia no acaba aquí. A la mañana siguiente, ocho soldados amanecieron con el demonio en su cuerpo y a Benito le desbordaba el trabajo. Lo mejor estaba por llegar.

Se dispusieron todos los clérigos a rezar, y cuanto más rezaban más se cabreaban los demonios multiplicándose las infecciones diabólicas. Llegada la noche aquel lugar parecía el mismísimo infierno y espíritus horripilantes vagaban de alma en alma corrompiendo todo lo que tocaban. En un momento de desesperación, el Padre Benito miró al cielo y en ese momento apareció el Santísimo Sacramento en la fortaleza y todos los demonios huyeron a las entrañas de la tierra para nunca más salir. Después de este suceso el campamento militar, más que una fortaleza, parecía un claustro religioso. Benito de Santa Mónica, falleció en 1622.