Los trastornos alimentarios no son problemas con la comida, sino que se reflejan en ella

Hoy 30 de noviembre se celebra el Día Internacional de la lucha contra los trastornos alimentarios (TCA) con el claro objetivo de informar y concienciar sobre esta enfermedad. Los TCA son la anorexia, la bulimia, el trastorno por atracón y los trastornos de conducta alimentaria no especificada.

Paco Flores ipacoflores /
30 nov 2020 / 12:10 h - Actualizado: 30 nov 2020 / 15:30 h.
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En realidad, los TCA no son problemas con la comida, sino problemas que se reflejan en la comida. Estos trastornos tienen un origen multifactorial, originados principalmente por la interacción de diferentes causas de origen biológicas, psicológicas, familiares y socioculturales. Las consecuencias son tanto para la salud fíica como la mental.

Segœn datos de la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia (SEMG), son la tercera enfermedad crónica más frecuente entre adolescentes. Aunque afectan a ambos sexos, son dos veces y media más frecuentes en mujeres.

Un TCA es una enfermedad mental grave y compleja que afecta a unas 400.000 personas en España, pero se puede curar. Prueba de ello es el testimonio que recogemos en esta crónica. Que sirva para dar visibilidad a esta enfermedad y como ejemplo de superación para otros pacientes y familiares.

Día Internacional de la lucha contra los trastornos alimentarios

Perder para ganar

Mi nombre es María, tengo 20 años y vivo en Sevilla. Estoy estudiando un grado en Derecho. Vivo con mi preciosa madre y mi bonita hermana. El amor de mi vida se llama Álvaro y soy muy feliz con él.

Esta soy yo, una chica cariñosa, responsable, ambiciosa, quiero disfrutar de la vida y de todo lo bueno que hay en ella. Me gusta ayudar a los demás. Me gusta reírme de mí misma y probar cosas nuevas. Pero, si algo me caracteriza, es que me gusta tenerlo todo bajo control, cargar con la mochila yo sola para sentir que puedo hasta con lo más difícil.

De esta última cualidad no me siento tan orgullosa. La otra cara de la moneda muestra una chica insegura, con miedos, una chica culpable, acomplejada y dolida. Una mirada apagada y, sobre todo, una chica con una sombra constante, que no se va, que siempre está atormentando.

Esta Sombra de la que hablo tiene nombre y apellidos. Sombra es la anorexia nerviosa que me diagnosticaron en el año 2017. No obstante, ella nació mucho antes. Quizás ni me acuerde del momento en el que empezó a acechar. Solo recuerdo cuando ya era demasiado tarde, cuando se convirtió en mi aliada, y ya no quería que se marchara. Porque Sombra era el motivo por el que me levantaba por las mañanas y me iba a dormir por las noches.

Aunque el diagnóstico médico tuviese lugar en ese año, mi diagnóstico personal fue más tarde. Y para mí, el que realmente tiene valor, porque hasta que no me miré al espejo aquel día, ahogada en lágrimas, esclava de mi cuerpo, con los dedos marcados de haber vomitado, y con mi familia en la cocina disfrutando de la comida, no me llegué a dar cuenta del problema que tenía, y de la ayuda que necesitaba. De lo sola que me sentía, y de lo acompañada que estaba. Me di cuenta de la mentira que estaba viviendo con Sombra, y sobre todo me di cuenta de que, aunque sabía que iba a ser y está siendo actualmente la lucha más complicada, aposté por esa María que tanto disfruta de la vida y a la que tanto le gusta abrazar y repartir amor allá por donde pasa. Aposté y confié en una María sin miedos, sin castigos, sin arrepentimientos. Aposté por la vida.

La llegada de Sombra fue como ella es, discreta y silenciosa. Nadie sospechaba, nadie temía por aquel entonces en lo que se iba a convertir esta batalla. Sombra apareció cuando más la necesitaba, es por ello que me aferré a ella, pues me sentía perdida, y solo con esta encontraba el camino.

Es sencillo, usaba la comida y la obsesión por mi cuerpo para anestesiar todo el miedo que tenía, para calmar mi dolor. Como un alcohólico con su botella, yo me siento una adicta de Sombra. Una adicta que necesita ayuda para poder superarla y para aprender a vivir sin ella detrás de mí.

Sombra me daba todo lo que necesitaba para salir a la calle enfundada con mi mayor sonrisa posible, haciéndome sentir segura y feliz. Haciéndome creer que tenía todo bajo control, cuando probablemente no controlaba si quiera la ropa que me ponía. Era una marioneta de Sombra. Paso que daba, paso que me decía que tenia que dar.

Esa falsa seguridad es lo que se llama la ‘luna de miel’. Las personas que se vuelven adictas a algo lo son porque se enganchan a eso bueno y ficticio que creen que les aporta al principio. En mi caso, el sentir que controlaba mi cuerpo, no comer, vomitar, hacer deporte hasta caerme al suelo, era la droga que me hacía sentir poderosa, que nada ni nadie podría conmigo.

Pero esa luna de miel termina, aunque no te quieras dar cuenta. Y ya no es controlar mi cuerpo, ya es que mi cuerpo me controla. Ya no es hacer dieta, es sentirte la peor persona del mundo si comes algo que se sale de las tres cosas que te permites comer. Ya no es vomitar, es levantarte pensando en cómo te las arreglarás ese día para escaparte al baño sin que nadie sospeche. Ya no te sientes poderosa, te sientes débil y te das asco. Te culpas hasta por existir.

Sin duda alguna puedo decir con orgullo que la mejor decisión que he tomado y que probablemente tomaré en toda mi vida fue la de reconocer que tengo un trastorno alimenticio, que no es ninguna broma, y que necesitaba tanta ayuda como necesitaba respirar.

Esta decisión fue la mejor, pero a la misma vez la más difícil. Porque esto suponía empezar una guerra con Sombra, con mi mayor enemiga, pero a la misma vez con mi mayor aliada. Quería con todas mis fuerzas que se fuera, pero a la misma vez no concebía ni un solo día sin que me dijera qué tenía que hacer. Intentaba escuchar a mi familia, pero a la misma vez Sombra me gritaba ordenándome que no hiciera caso a nadie, que lo único que querían era hacerme daño.

Desde aquella decisión han pasado ya 3 años. Tres años muy duros, pero también tres años muy reconfortantes. Donde he avanzado muchísimo, y a pesar de lo mucho que he tenido que trabajar para avanzar, esto solo lo ha hecho aún mejor. Porque todas las lágrimas y todos los gritos de desesperación no han sido más que la gasolina que he necesitado para arrancar y no parar. Para poder mirar atrás, y ver todo lo conseguido. Pero sobre todo para poder mirar hacia delante, ser consciente de todo lo que me queda, y saber que lo voy a conseguir. Que voy a llegar a la meta, y que voy a llegar sin Sombra.

Si algo me ayudó y me sigue ayudando hoy en día para saber que estoy yendo por el buen camino, es plantearme y proponerme retos cada día, e intentar por todos los medios superarlos. Y lo que para cualquier persona pueda suponer un mini reto, para mí han sido y siguen siendo montañas muy empinadas que me propongo escalar. Pero lo más importante es saber que si no llegas a la cima no eres menos que nadie, y que mañana o pasado se podrá terminar. Lo importante no es conseguir el reto, si no saber que puedes conseguirlo. No es más que confiar y apostar por ti.

Porque un día tu reto puede ser pedir ayuda, pero cuando te quieras dar cuenta tendrás retos como comer cosas que en tu vida pensarías que podrías comer. O ponerte el vestido que tanto te gustaba y que te prohibiste vestir porque decidiste que a ti ese tipo de ropa no te queda bien.

Proponerme estos retos me han servido de tanto porque cada vez que he ido superando algo he ido tomando más consciencia de lo que puedo llegar a ser capaz si realmente me lo propongo.

Y si no tienes fuerzas para pedir ayuda, quizás sea porque no estás preparado, y en ese caso, quizás debas proponerte como reto algo más sencillo como pedirle a alguien importante para ti un abrazo, o que te cojan de la mano.

Porque ese reto superado mañana podrá ser algo más, como pedirle un consejo. Y llegará el momento en el que pedir esa ayuda no resulte tan complicado.

Ese reto solo llega porque tú quieres que llegue. Y solo se supera porque tú has conseguido superarlo, sin miedos, sin prejuicios, sin Sombra.

Darme cuenta de que tenía un problema no fue perder, fue la primera victoria de mi vida contra Sombra. Fue quitarme una venda de los ojos, pero sobre todo fue coger fuerzas y armarme de valor para ganar una batalla que realmente no sé cuando ganaré, lo único que sé es que la ganaré.

Todo en la vida llega, con paciencia, perseverancia, y con la cabeza bien alta asumiendo todo lo que viene, tanto lo bueno, como lo malo. Ese día llegará, el día en que haya ganado.

Y hasta entonces, seguiré luchando y seguiré apreciando todo lo bueno que tiene esta vida. Me seguiré equivocando, pero a la misma vez estaré acertando por saber que no todo puede salir perfecto. Que la caída no es más que pararse a coger aire y seguir caminando. Que hay que perder. Perder para ganar.