La aventura del misterio

Sevilla, cuna de brujas y hechiceras

Sevilla, lejos de lo que pudiera parecer, fue cuna de la Inquisición y de sus terrores, una ciudad se dieron casos de brujería y hechicería. Lo prohibido, lo desconocido, lo oculto, atrae al ser humano desde el inicio de los tiempos

28 nov 2021 / 04:00 h - Actualizado: 28 nov 2021 / 04:00 h.
"La aventura del misterio"
  • Brujería y hechicería.
    Brujería y hechicería.

El temor a la brujería, brujos y brujas, se malentendió en la Edad Media. En dichos tiempos de oscurantismo, la bruja tornó su rol social, en otros tiempos benévolo y adivinatorio consultado por reyes y emperadores, a un origen demoníaco. Se asociaba la brujería, con ritos, en los que se rendía culto al Diablo y se adoraba su figura, entrando en la perseguida herejía. A las brujas, principalmente, se les atribuía fines malignos en sus prácticas, mantener sexo con demonios, realizar pactos con el Diablo, realizar ritos de Magia Negra, volar sobre animales, objetos o demonios y realizar encuentros sacrílegos con el Diablo, en los denominados aquelarres.

La aparición de la Inquisición, su radicalismo y subjetividad, hicieron que cualquier sospecha de brujería recaída en cualquiera persona, fuera severamente reprimida, incluso con la muerte...y hablamos sólo de sospechas. Extender la idea de maldad, en todo lo concerniente al concepto de brujería, le tocó al denominado “Martillo de las Brujas” o “Malleus Maleficarum”, un texto publicado en 1486 por Heinrich Kramer y Jacob Sprenger, a la sazón dos inquisidores dominicos, en el que se afirmaba: “Hairesis maxima est opera maleficarum non credere”, que traducido al castellano sería: “La mayor herejía es no creer en la obra de las brujas”. En dicha obra, se magnificaba el papel negativo, que en esta época de la Historia, se les atribuyó a las brujas. La Inquisición encontraría así un terreno abonado, para expandir su terror y comenzar una caza de brujas, que se cobró miles de almas en toda Europa.

Sevilla no se libró de aquella oleada de purificación y caza, esta ciudad había visto nacer la Inquisición Española y había comprobado como su crecimiento y expansión parecía no tener freno. Desde su sede, en el Castillo de San Jorge, los inquisidores atendían a todos aquellos que denunciaban a sus convecinos por realizar presuntas prácticas demoníacas, muchas veces, tan sólo debidas a disputas vecinales, que acababan de trágica forma cuando se implicaba a los “Justicieros de la Fe”. Curiosamente, esta ciudad tenía ubicaciones implicadas en ritos y rituales “satánicos” con brujas y brujos, con danzas e invocaciones al “macho cabrío” y supuestos pactos con el Diablo. Hoy día, si paseamos por el barrio de Triana, aún podremos ver los vestigios de aquel Castillo de San Jorge y sus ruinas bajo el mercado de Triana, junto al mítico Callejón de la Inquisición.

Lugares heréticos

Pero... ¿Dónde estaban esos centros de herejía en la ciudad? Si caminamos cercanos a la Catedral, en la plaza de la Virgen de los Reyes, se abre una calle llamada de Mateos Gago, desde ella podremos contemplar cómo se alza majestuosa, nuestra vieja torre cristianizada, la Giralda. Si continuamos andando por esta calle, aparte de admirar viejos edificios restaurados, podemos llegar a una ubicación que nos es familiar, a la calle Federico Rubio, donde se encuentra el Instituto Británico, y también la sede del Consulado Australiano en la ciudad.

En este edificio, vetusto, antiguo, cargado de historias reales (¿reales?) de fantasmas y tradición histórica, hallaríamos, hace ya más de tres siglos (por los años 1515 al 1634) el llamado “Horno de las Brujas”, en cuyo subsuelo también encontraríamos galerías y pasadizos secretos que nos conducirían, cual escape de los inquisidores o rutas hacía el demonio, a puntos tan dispares como las inmediaciones de los callejones en torno a la Catedral, o a la misma calle Abades...

En épocas recientes se ha especulado que este “Horno de las Brujas” realmente fueran los restos reutilizados, de los vestigios de unas antiguas termas romanas, a las que se podía acceder por los recovecos de un inmueble de la calle Cardenal Sáenz y Flores. También son numerosas las historias que circularon por la ciudad, de escapatorias al Guadalquivir, con salida en una zona cercana a la Torre del Oro y que tras estudios realizados, podría tratarse del desagüe del arroyo Tagarete, entubado desde la calle San Fernando. Lo cierto es que aquel centro de reunión, en la calle Federico Rubio, congregaba secretamente a aquellos adoradores del demonio que habían perdido el miedo, pero no el recelo, a la “justicia” inquisidora y habían decidido rendir pleitesía a un nuevo “Dios” llamado Diablo.

A la cercana iglesia de San Nicolás de Bari, también se la señala como antiguo lugar de herejes, motivado tal vez, por ser edificado sobre un viejo edificio dedicado a cultos sacrílegos, posiblemente, tan sólo de otras sociedades y otras religiones, que llenaron de cultura a la capital hispalense. Lejos de demonios y herejías, es más que seguro que se tratara de un antiguo templo visigodo y posteriormente musulmán, que fuera cristianizado allá por tiempos de Fernando III y su reconquista, entre los años 1248 a 1267, en la zona de la denominada “Cabeza de Malos”.

Aquelarres en Sevilla

El termino aquelarre explica mejor su significado si citamos otras localidades españolas, como Zugarramurdi, en Navarra, o La Guixas, en Huesca, y se comprende así aquel término euskera que proviene de la unión de “macho cabrío” (aker) y campo (larre). Pero los perdidos arenales de Sevilla fueron lugar de reunión de las brujas sevillanas y no falta quienes añaden, una zona indeterminada del Aljarafe, como punto de encuentro de las mismas.

Los días “grandes” de las reuniones sacrílegas en Sevilla eran aquellos cuyas noches conducían irremediablemente al aquelarre... Imagínense a un brujo herético, sabiéndose perseguido, en los tiempos de la Sevilla inquisidora, caminando hacía un lugar en las afueras de la ciudad, en los Arenales, en las inmediaciones del río Guadalquivir, para celebrar esa reunión secreta y adorar al demonio, el temido “Sabbat” o aquelarre, que también condujo a un inexplicable -¿o no?- antisemitismo.

A los judíos de la época, que tanto dieron a la ciudad, se les culpaba de todo, incluso de estos ritos alejados de su religión. Aquellos arenales perdidos de Sevilla, que se encontrarían en las cercanías de San Jerónimo, o donde hoy hallamos el Puente del V Centenario, alejados de Sevilla y de esa ubicación que tantos les han atribuido, de la zona de El Arenal, cercana a la plaza de toros y que, sin embargo, se hallaría casi frente al Castillo de San Jorge. Ningún “brujo” o “bruja” en su sano juicio, realizaría un aquelarre “frente” a la Inquisición, ni en aquel lugar ni dentro de los límites de la ciudad.

Aquellos desdichados que caían presos de la Inquisición y eran conducidos al Castillo de San Jorge, tenían un final cruel y cercano. Se decía que la inquisición sevillana, que era una de las más crueles y despiadadas, no dudaban en torturar de mil formas al reo, hasta que confesara lo que aquel “santo” tribunal deseaba. Tras la confesión, el reo ya confeso de su pecado de herejía, era conducido a las llamas purificadoras, en el Prado de San Sebastián o en la zona de Tablada, también llamada como la “Horca de Tablada”. Zonas cuya luminosidad nocturna atemorizaba a los sevillanos al saber que, allí, estaban siendo quemadas las brujas y otros “pecadores” que de esa forma purgaban su mal...