Sevilla y sus leyendas (III)

A la sirvienta le daban somníferos para sacarle sangre por las noches con la que hacían transfusiones a un niño enfermo

12 mar 2016 / 21:31 h - Actualizado: 12 mar 2016 / 21:34 h.
"La aventura del misterio"
  • La leyenda del Cachorro, los ladrones de sangre o la de la Susona, que da nombre a una calle, tienen lugar en Sevilla. / Fotos: El Correo
    La leyenda del Cachorro, los ladrones de sangre o la de la Susona, que da nombre a una calle, tienen lugar en Sevilla. / Fotos: El Correo
  • Sevilla y sus leyendas (III)
  • Sevilla y sus leyendas (III)

Sevilla es, de entre todas las ciudades del mundo, una de las que más bellas leyendas, a veces entroncadas con el misterio, tiene. Leyendas sacadas de una realidad cotidiana que más parecen ficción. Leyendas que hunden sus raíces en el tiempo para descubrir que tras ellas se esconden el germen de la verdad.

El rostro del Cachorro

Tenía Sevilla un pozo en las afueras de la ciudad, decían que en su cercanía se encontraba el convento de monjas agustinas del Dulce Nombre de Jesús. En aquel pozo se dice que apareció la imagen de una Virgen y que muchos fueron los se apresuraron en ir a ver aquel nuevo milagro de esta tierra de María Santísima. Aquella talla fue cobijara en un pórtico bajo la advocación de Nuestra Señora del Patrocinio. Con el tiempo aquel oratorio dio lugar a la Capilla del Patrocinio.

Y en el Patrocinio encontramos la hermandad de El Cachorro nacida como fruto de la unión entre la hermandad del Patrocinio con la del Cristo de la Expiración a principios del siglo XVII. Esta hermandad tiene a uno de los más bellos y legendarios crucificados de la ciudad, orgullo de Triana y de la calle Castilla, obra de Francisco Antonio Gijón en 1682 tras serias tribulaciones y vicisitudes consigo mismo. El Cristo de la Expiración representa el último suspiro de Jesús en la cruz, patética escena de sufrimiento, estremecedor sentimiento de bondad, conmovedor gesto en tan particular pasión, abrumadores el choque de impresiones que se sufre cuando se contempla su imagen. Es conocido por todos como el Cristo del Cachorro. Y es que, dicen, que su imagen fue fruto de un casual encuentro que tuvo su autor con un personaje de esa Sevilla de siempre, que vivía en Triana y era conocido como El Cachorro, gitano, en aquella primavera de 1682 que atravesaba el puente de barcas junto al castillo de San Jorge y cruzaba el Guadalquivir hacia Sevilla.

Cuenta esta bella historia que creyendo infiel un marido celoso a su mujer con El Cachorro le asestó varias puñaladas a la altura de la Venta Vela. El imaginero se encontraba en el lugar y se asomó entre el corrillo de curiosos que rodeaba al moribundo gitano cuando contempló aquella mirada perdida, vacía, y aquella expresión final cuando aquel hombre exhalaba su último aliento, justo cuando expiraba. Francisco Antonio Gijón corrió a su taller estremecido aún por la escena pero embriagado de una fuente de inspiración que lo llevaría tallar una de sus obras más inmortales: el Cristo del Cachorro.

Decían de aquel gitano apodado El Cachorro que era un auténtico don Juan con muchas doña Inés a su alrededor. Por su parte el imaginero era temido en Sevilla. Se decía de él que era un tanto siniestro y le caracterizaban sus salidas nocturnas y su estampa sombría. Y buscaba la inspiración para tallar una obra imposible que no acababa de encontrar. Aquella noche trágica el bello gitano era apuñalado y Francisco Antonio Gijón contempla a aquel personaje, venerado por unos y odiado por otros, alzando su mirada los ojos hacia lo alto, como buscando a Dios, encontrándose a un solitario imaginero amparando los últimos momentos de su vida.

Aquel incidente marcaría la vida y la obra de Gijón. Cuando procesionó por primera vez ante aquellos trianeros y sevillanos la impresión fue la deseada, la imagen del crucificado levantó la admiración del pueblo sevillano que se rindió al arte del imaginero. Dicen que entre el siempre aroma del azahar en Sevilla algunos conocidos del Cachorro gritaron: «El Señor se parece al Cachorro», y así, aquel inspirado Cristo de la Expiración fue conocido como Cristo del Cachorro para gozo de Sevilla y de su hermandad.

Los ladrones de sangre

En la plaza de San Lorenzo iba a ser escenario de un suceso propio de la historia de la crónica negra de Sevilla pasado el ecuador del siglo XIX, una delirante historia que haría las delicias del más creativo de los guionistas del séptimo arte.

Era en año 1868 y en San Lorenzo en 1868 ocurrió algo estremecedor. Había un obrero, albañil, que vivía en el barrio y a la puerta de su casa vinieron a llamar una noche, era un caballero que le ofrecía una importante suma de dinero a cambio de un «trabajo especial», pero debía ir con los ojos tapados hasta el lugar. En época de hambre y necesidades el obrero aceptó el encargo y lo subieron a carruaje en el que durante varias horas estuvieron dando vueltas hasta detenerse en una casa. En el interior el albañil vio a una mujer atada en una silla e inconsciente, y cauteloso no dijo nada. Se le acercó el caballero que le explicó que debía levantar un tabique donde se encontraba la mujer.

Comprendiendo de lo que se trataba el trabajo comenzó su macabra obra, sintiendo las campanadas de un reloj, de un campanario marcaba los cuartos.

Al acabar el trabajo lo montaron en el carruaje y volvieron a darle vueltas en él con el propósito de despistarlo. Aquel obrero, una vez en su casa, acudió a la Policía y explicó lo ocurrido con la particularidad de aquel reloj que daba los cuartos, la Policía se puso en marcha y descubrió que el reloj era el de la Plaza de San Lorenzo y así se pudo localizar el lugar donde tenían a aquella desdichada cautiva.

Aquella mujer salvó su vida por los recuerdos de aquel joven unido a su ingenio y atención, y la Policía capturó también a su raptor que fue condenado a prisión.

No fue el único incidente en la Sevilla del hambre. Era una época dura, por ejemplo, en la calle Sales y Ferrer vivía una sirvienta que se comenzó a encontrar muy mal. Todas las noches la señora de la casa le subía un vaso de leche y a la mañana siguiente se encontraba peor. Todos le dijeron que fuera al médico y así lo tuvo que hacer cuando se creyó morir. El médico le dijo que no se bebiera la leche y, que de alguna forma, cogiera una muestra de la leche. Así lo hizo la joven sirvienta, Paquita, descubriendo el médico que la leche contenía un potente somnífero que utilizaban para dormir a la joven profundamente y sacarle sangre con que hacer transfusiones a su hijo enfermo. Fue un escándalo, corría el año 1947.

La leyenda de la Susona

En el barrio de Santa Cruz encontrábamos, antaño, una calle de tétrico nombre: «calle Muerte, hoy Susona», y es que ese nombre es el evocador recuerdo de una grave traición y una tragedia.

Susona era la fermosa hembra, una hermosa mujer que vivía en el barrio de Santa Cruz, en la Judería. El barrio de Santa Cruz tiene una arquitectura anárquica, puramente musulmana, estrecha, laberíntica, casi tan liosa como aquel mítico laberinto del Minotauro. Sea como fuere es una estructura de calle típica del Sur, para favorecer las corrientes de aire, el fresco, la armonía con el agua y el verde de la naturaleza. Esa es la arquitectura del barrio de Santa Cruz y otras muchas zonas de Sevilla, siempre a caballo entre el crisol de culturas que intervinieron en su construcción y las leyendas. Pues aquí, entre el patio de Banderas y la plaza de Doña Elvira estaba la antigua calle de la Muerte, ahora Susona, y es que todo en ella te recuerda a su historia, desde el azulejo en la pared que representa a una calavera hasta su significado.

En Sevilla convivían varias culturas, desde la judía, la cristiana, a la musulmana. En 1481 los Reyes Católicos comienzan a urdir una trama contra los judíos para su expulsión del territorio español o su forzada conversión para permanecer en él. En Sevilla apenas un siglo antes había habido una gran matanza de judíos, se cree que perecieron casi cuatro mil de ellos, en una sin razón xenófoba.

Los judíos no estaban parados ante lo que se les venía encima y también trataron de hacerse con el control de la ciudad uniéndose a los moros. Y así una noche se reunieron las partes implicadas en casa de don Diego Susón, que era un judío converso que iba a acaudillar aquella revuelta.

La hija de don Diego se llamaba Susana Ben Susón, que era muy bella y tenía cautivados a los hombres de Sevilla, pero que no se acercaban por temor al poder de su padre, que era uno de los banqueros más poderosos de la ciudad. Pero Susana era de cascos ligeros. Así, desobedeciendo a su padre, comenzó a tontear con un hidalgo cristiano y comenzó a fantasear con una vida aún mejor de la que ya gozaba e incluso a codearse con la alta nobleza sevillana, y cristiana.

Un día esperó a que todos estuvieran dormidos para salir al encuentro del joven hidalgo, y por azar, hizo que se enterara de aquella reunión secreta entre judíos y moros para controlar Sevilla. La fermosa hembra escuchó escondida con atención todos los detalles de aquel plan con su padre e como jefe de la revuelta.

Y aquella misma noche Susana, la Susona, informó a su amante de los planes de los conspiradores, sin darse cuenta que con ello advertía a los caballeros cristianos y ponía en peligro la vida de su propio padre.

El joven lo puso todo el conocimiento del asistente de la ciudad don Diego de Merlo, quién detuvo a todos los miembros de aquel complot incluido don Diego Susón, para días después ser ejecutado mediante la horca en la zona de «La Horca de Tablada», en lo que hoy es Tablada y que también fue uno de los quemaderos de la Inquisición.

Susona fue repudiada por todos, y acudió a escondidas buscando la confesión en la Catedral, tan próxima al barrio de Santa Cruz. Allí le dieron el perdón y la bautizaron. Luego la joven arrepentida entró en un monasterio de clausura, ya que el joven hidalgo también la repudió. Y en el convento de clausura pasó el resto de sus días.

Cuando murió Susona en su testamento dejó escrito: «Y para que sirva de ejemplo a los jóvenes en testimonio de mi desdicha, mando que cuando haya muerto separen mi cabeza de mi cuerpo y la pongan sujeta en un clavo sobre la puerta de mi casa, y quede allí para siempre jamás».

Y se cumplió su voluntad, y su cabeza fue despegada del cuerpo y fue clavada sobre el portal de su puerta donde para horror de todos permaneció más de un siglo, hasta pasado el siglo XVII, y por eso todo el que pasaba por la calle se quedaba consternado al ver el cráneo de la joven y conocer su historia. Y la calle, obviamente, pasó a llamarse como calle de la Muerte.

Con la popularización de esta historia se mandó poner un azulejo en la calle que recordara a la Susona, que hoy aún puede verse. De todo ello dejó constancia don Diego de Merlo en sus crónicas de la ciudad.

Hermosa ciudad pare perderse conociendo su historia más heterodoxa, aquella que nos enseña que hay otra Sevilla, la más misteriosa y legendaria, ¿se atreve a descubrirla?