Los científicos implicados en ellos son Mario Gutiérrez-Rodríguez, José N. Pérez-Asensio, Francisco José Martín Peinado, Enrique García Vargas, Miguel Ángel Tabales, Antonio Rodríguez Ramírez, Eduardo Mayoral Alfaro y Paul Goldberg, de amplia capacidad y credibilidad.
De todo ello se tiene constancia merced al yacimiento arqueológico existente bajo el Patio de banderas de los Reales Alcázares de Sevilla y cuyo trabajo arqueológico se realizó entre los años 2009 y 2014 -del que se ha escrito dentro de El Correo de Andalucía-. Allí hay diferentes inscripciones romanas datadas de entre el año 245 y 253 de nuestra Era y cuyo «mensaje» era que el Emperador les eximió de impuestos dentro de la Bética.
Ha sido la prestigiosa publicación Natural Science in Archaeology la que refleja este estudio y en donde se habla de un maremoto que llegó a las costas gaditanas desde Tarifa a Gades y que alcanzó Sevilla con olas de 7 metros.
En el yacimiento sevillanos se encuentra un miro del siglo III (aprox.) y que coincide con la época en la que el maremoto destruyó Cádiz (Gades) y Baelo Claudia, mostrándose la evidencia en la sedimentación del mismo. Así, en 2017, el arqueólogo Miguel Ángel Tabales, indicó que la sedimentación fue como causa de una tormenta ciclónica o un tsunami «que destruyó esta parte de Sevilla, que durante 200 años quedó prácticamente abandonada».
La costa de Cádiz no es ajena a este tipo de evento pues cabe recordar el maremoto de 1755 que se correspondió con el terremoto de Lisboa de proporciones dantescas. Así en el siglo III d.C. ese maremoto acabó con Baelo Claudia (Bolonia) del que se pueden contemplar hoy sus hermosas ruinas cerca de la costa.
Sobre las ruinas el informe indicaba: Estos trabajos revelaron una impresionante estratigrafía urbana de entre los siglos IX a. C y el XIII. Pero entre todos los hallazgos destacó un edificio público romano muy bien conservado, construido en opus africanum [sillares] durante la República tardía (del 60 al 30 a. C.)” aunque entre los años 200 y 225 d.C. se produjo “un derrumbe generalizado de los restos arquitectónicos, donde la mayor parte de los muros habían sido desplazados [por una fuerza exterior] siempre hacia el noroeste” cayendo los muros si bien se descartó que fuera un tsunami pues el yacimiento está a 6,70 metros sobre el nivel del mar y porque la distancia entre Híspalis y el Lacus Ligustinus era de casi 40 kilómetros (75 kilómetros actualmente). De haber sido un maremoto habría tenido unas proporciones colosales.
Pero el nuevo informe contradice esa opinión inicial donde hicieron estudios por carbono 14 (C-14), análisis de micromorfología, mineralogía, geoquímica, micropaleontología, microscopía ultravioleta de fluorescencia, espectrometría de masas con acelerador, calibrador por radiocarbono y estudios de las cerámicas y materiales teniendo como primer análisis “un depósito microlaminado, mezclado con arena, lechos limosos y con abundantes fragmentos de conchas” así como columnas de ladrillos, sillares en calcarenita, yesos y otros elementos. «Estos materiales no pertenecían al edificio, ya que fue levantado con piedra caliza y ladrillos” y otros elementos arquitectónicos «habían sido transformados químicamente por un “suceso altamente enérgico” que los llevó hasta el Patio de Banderas» donde quedaron depositados por «el impacto de la inundación del maremoto” entre el 197 y el 225 d.C. siendo todo como consecuencia de un «oleaje extremo».
En el informe se concluye que «con los datos que tenemos, y teniendo en cuenta la distancia desde este punto hasta la costa en la época romana [unos 40 kilómetros], afirmamos que el origen probable del yacimiento es la acción combinada de una tormenta energética, que podría haber producido olas y corrientes en el Lacus Ligustinus suficientes para transportar fauna estuaria y marina, junto con una intensas lluvias e inundaciones del Guadalquivir”.
En la actualidad el peligro de tsunami es latente así como, debido al Cambio Climático, la posibilidad que el nivel del agua suba es muy alta ocasionando graves daños y peligros. Se considera que 40 zonas costeras de 21 países cuentan con el reconocimiento de la Unesco de estar preparadas para sufrir un tsunami y que se expuso en la cumbre de los océanos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) celebrada en Lisboa en junio.