El actor Javier Gurruchaga, fotografiado esta semana en el teatro Lope de Vega de Sevilla. / Pepo Herrera
Javier Gurruchaga (San Sebastián, 1958) es uno de esos actores y músicos que siempre han estado ahí, aunque en ocasiones podamos tenerle poco localizado. Un vistazo a su trayectoria reciente arroja un dato feliz: el líder de la Orquesta Mondragón no ha parado de trabajar. Aquí o en América, singularmente en México, donde recibe un calor seguramente mayor que el que hoy le dispensa su país. Su penúltima aventura escénica (ya hay otras más recientes en vías de desarrollo) es la comedia Pluto, de Aristófanes, con la que estuvo hasta ayer en el Lope de Vega.
Si hay alguien que merezca la etiqueta de artista de culto es usted, ¿la lleva con honor o con indiferencia? Pues depende de en qué sentido me la quieran adjudicar. Mi profesión es larga y tortuosa, siempre estamos en el filo, procurando mantenernos. Esa es la vida del actor, con todas sus alegrías y sus muchas miserias.
Lo dice porque ser de culto no implica tener siempre trabajo, ¿verdad? Bueno sí, yo no soy el más indicado para quejarme, vengo de rodar un cortometraje que tal vez se convierta en película. Y bueno, tengo a México, o ellos me tienen a mí. Allí rodé el año pasado el biopic Cantinflas y he hecho muchas cosas, en el teatro y con mi orquesta.
¿En qué punto está la Orquesta Mondragón? Arrancamos en el 79 a nivel nacional con el propósito de reírnos de la vida misma, poniéndole siempre mucha purpurina. Si queremos sobrevivir y no morir en el intento hay que tomárselo todo, pero absolutamente todo, ¿eh?, con un poquito de broma. Hoy con la que nos está cayendo encima la Mondragón es más necesaria que nunca. ¿Quién lo iba a decir, eh? Pues así son las cosas, fíjese.
Está a las puertas de grabar un nuevo disco con ella. Sí, queremos grabar un disco con amigos en México. Nuevos temas, nuevas versiones. Yo creo que la Orquesta tiene recorrido por delante. Y me siento muy cómodo con ella, otra cosa son los conciertos, no es fácil cerrarlos. La pelea, la pelea...
Ha hecho muchas cosas, no todas con el mismo éxito. ¿Cuál le apetecería reivindicar más? Yo no soy muy de mirar atrás, ¿sabe? Pero sí, ya que me lo pregunta, en 1990 hice un disco por mi cuenta, sin la Mondragón, con canciones que me escribieron gente muy grande, como Joaquín Sabina. Música para camaleones se llamó. No lo escuchó nadie. Pero nadie. Qué injusto, qué pena.
También ha hecho programas de televisión que hoy, seguramente, serían imposibles, ¿no cree? Mucha parodia, mucha contracultura. Claro, claro... ¿Se acuerda de Viaje con nosotros?Eso hoy no, ¡qué va! A veces haciendo zapping me encuentro con programas nostálgicos que ponen cositas, como pildoritas, vaya a ser que se ofenda alguien. Pero aquello, en horario de máxima audiencia, sería impensable. En 1988 sí, pero en 2015, no. Pero claro, mire, ahora que estoy representando a Aristófanes a veces me pregunto: ¿ah, pero estamos de verdad en 2015, no será que en realidad vivimos en el 2015 pero antes de Cristo?
¿Qué es lo que más le indigna? ¿Como teatrero o como persona?Bueno, da igual, le contestaré. Podría hablarle del poco aprecio que le tiene este país a la cultura. Pero no tiro la toalla... además, hay cosas más importantes. La historia es cíclica, se repite una y otra vez. Se repite lo malo, claro. Me indigna la pasividad ante la guerra en Ucrania y que tanta gente lo esté pasando canutas en España. Y la censura, lo que queda de ella, ¡yo, que vivo en la calle Libertad de Madrid! Mire usted qué paradoja tan enorme.
¿Por eso recita a Aristófanes con tanta convicción? Fue visionario. Y naturalmente acabó mal, por decir cosas como si desaparecen los pobres, ¿quién trabajará para los ricos... quién se partirá el lomo? Y aquí estamos, preguntándonos lo mismo.