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A veinte años de la muerte de Manolo Montoliú

El 1 de mayo de 1992, un toro de Atanasio Fernández partió el corazón del prestigioso banderillero valenciano.

el 30 abr 2012 / 20:39 h.

El veterano banderillero cayó fulminado allí mismo tras ser corneado por el astado de Atanasio Fernández.

Era el año de todos los fastos. Sólo diez días antes se había dado el pistoletazo de salida de aquella Exposición Universal que, con sus luces y sus sombras, adelantó el siglo XXI para una ciudad que se miraba gozosa en el espejo de sus propias complacencias. En la plaza de la Real Maestranza, que también vivía una programación extraordinaria con días de sesiones dobles de toros en mañana y tarde, se anunciaba una corrida de Atanasio Fernández que debían despachar José María Manzanares, el Niño de la Capea y José Ortega Cano.

Era viernes de farolillos y el festejo se retransmitía en directo por Televisión Española. La corrida, además, implicaba el estreno del nuevo reglamento taurino que desarrollaba la llamada Ley Corcuera, que entre otras novedades limitaba el calibre de la antigua puya y reducía drásticamente el peso de los caballos de picar.

Cubatisto era el primer toro de la tarde y fue lanceado por Manzanares antes de que fuera picado por el viejo Barroso con ciertas dificultades montado en el caballo –ligero y español– que consagraba la nueva reglamentación. El toro llegó pleno de pujanza al segundo tercio y Manolo Montoliú, vestido de cobre y azabache, arrancó despacio, se dejó ver más de lo debido y quiso hacer la suerte con la majeza de siempre.

Pero el toro le empitonó salvajemente en el embroque: el cuerno le había traspasado la delantera derecha de la chaquetilla pasando de un costado a otro hasta el corazón. Aquella salvaje cornada era mortal de necesidad y el veterano banderillero cayó fulminado allí mismo. Las asistencias lo llevaron a puñados, con la faz demudada y chorreando sangre hasta la antigua enfermería en medio de un clima de consternación que se contagió a los tendidos.

El equipo médico dirigido por Ramón Vila sólo pudo comprobar el alcance de las lesiones –el corazón estaba abierto como un libro– y certificar la muerte del banderillero. Manzanares acabó con la vida de Cubatisto mientras crecían todo tipo de rumores entre el público. Arrastrado aquel toro de Atanasio, y apesar de las inquietantes certezas que esperaban detrás de la puerta de la enfermería, aún se lidió otro ejemplar que fue despachado de puro trámite por el Niño de la Capea.

Moría el segundo de la tarde y la gente seguía más pendiente de las noticias irremediables que seguían trascendiendo de la puertecita blanca de los bajos del tendido 6. Pero ya no saldría ningún toro más aquella tarde aciaga. Un largo y escalofriante clarinazo anunció la tragedia mientras se arriaba el estandarte de la Real Maestranza. La condesa de Barcelona abandonaba el Palco Real. Se hizo un silencio escalofriante: acababa de morir un torero en Sevilla. No sería el único en aquel año trágico.

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