Eduardo Arrebola, un profesor del centro de educación de adultos de Alhama (Granada), regresó un viernes de madrugada de Senegal. Salió al hall del aeropuerto cargado con una enorme mochila y cuando se acercó a comprar un refresco vio que los periódicos hablaban de él: “Sancionan a un profesor que se fue a África a crear una escuela”. Llevaba tres meses fuera, tenía la piel reseca por el sol y arena en los pies. De repente se acordó de lo que el inspector de educación le había advertido meses atrás. “Te la estás jugando, Eduardo. Y te quedan menos de nueve años para jubilarte”.
El profesor Arrebola, de 56 años, casado y con dos hijas, llevaba 25 años dedicado a enseñar. Fue profesor con cinco de las seis leyes educativas que ha habido en este país y en los últimos años empezó a compaginar su trabajo con proyectos de cooperación.
En su municipio, Zafarraya, a 80 kilómetros de Granada, residen muchos inmigrantes que trabajan en la recogida de la aceituna. Gran parte de la economía del pueblo depende de la agricultura y ésta se sostiene con manos negras, magrebíes, sudamericanas y de Centroáfrica. Arrebola se vinculó a la ONG Llano Acoge para ayudar a la integración de inmigrantes, y de la noche a la mañana, el significado de la educación que aplicaba en su escuela cambió radicalmente. Dejó de ser algo ordenado, sujeto a un currículum y a unos objetivos marcados, y se redujo a su expresión más esencial: la socialización. Enseguida se dio cuenta de que el problema estaba en el país de origen, donde se quedaron las mujeres y los hijos de los inmigrantes que viajaron a Andalucía a por trabajo. Empezó a viajar los veranos a Senegal donde pasó largas temporadas dando clases básicas, enseñando a las mujeres a desenvolverse a valerse por sí mismas. Debió ser en algún momento de aquellos días cuando el profesor Arrebola empezó a sentir más por su labor de cooperante que por su trabajo en la escuela. “Visto el resultado de lo que hago aquí y allí, a cámara lenta, me doy cuenta de que es mucho más rentable mi esfuerzo en África. Además mi pueblo depende de la agricultura y le debe mucho a los inmigrantes”, explica.
Mientras Arrebola estuvo en un poblado de Senegal, casi incomunicado, ayudando a montar una escuela dentro de una casucha abandonada, en Granada la Consejería de Educación le había abierto un expediente y se lo envió a casa para informarle de que estaba suspendido de empleo y sueldo por faltar al trabajo. Su amigo Hassan, presidente de Llano Acoge, no pudo entender que la Junta sancionara a un hombre que “se estaba dejando la piel” por su pueblo. Arrebola viajó a Senegal con una enfermera y con una intérprete (la mujer de Hassan). Así que su amigo filtró a los medios la “injusticia que había cometido Educación con Eduardo”. Cuando Arrebola aterrizó en Granada, la prensa ya le había convertido en un héroe solidario enfrentado a la obtusa mentalidad de la Junta. El consejero de Educación, Francisco Álvarez de la Chica, reconoció que “crear una escuela en el Tercer Mundo era loable”, pero justificó su expulsión: “Se le insistió en que se iría a África de forma irregular y eso tiene consecuencias. Hay que cumplir las normas”, sentenció.
Seguramente Eduardo Arrebola lo sabía cuando salió del despacho del inspector. Le ofrecieron una excedencia o un permiso de un año sin sueldo, pero él quería que Educación encajara su trabajo en África en alguno de sus programas oficiales, darle cuerpo administrativo. “No me gustó que me vieran como un héroe. Pero es verdad que Educación no supo encontrar la fórmula para justificar mi trabajo en Senegal”, dice. A efectos administrativos, era un profesor absentista, alguien que había faltado a su puesto de trabajo durante tres meses sin justificarlo, y eso causó perjuicios tanto a sus compañeros en la escuela de adultos como a sus alumnos.