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Asignatura: los peligros de la calle

Policías nacionales acuden a los colegios para informar a los chavales sobre los riesgos de internet, las drogas, el acoso o las bandas juveniles.Es una inversión para intentar que los riesgos de los que hablan se hagan realidad.

el 23 may 2010 / 20:12 h.

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Dos policías charlan con los alumnos del San Francisco de Paula.

"Yo sé que vosotros habéis nacido con internet y sabéis usar los programas, pero no conocéis los riesgos. Debéis saber que hay quien lo usa para buscar sexo o amenazar a otras personas. Y que, si lo hacen, nosotros los cogemos". En el San Francisco de Paula, un colegio privado del Centro, dos policías nacionales de uniforme tratan de hacerse escuchar por una revolucionada clase de 24 críos que se toman un poco a guasa la sesión informativa. "¿Si yo insulto pero uso un módem, usted sabe que he sido yo?", pregunta uno. "Puedo averiguar que el ordenador está en tu casa", responde el policía. "¿Y si lo hago en casa de un amigo y me voy, usted le echa la bronca a él?", insiste el chaval. "No, yo investigo. Hablo con él, y si me dice que no lo ha hecho, le pregunto a quién le ha dejado el ordenador y a qué hora, y sé que has sido tú". La clase guarda un instante de silencio nervioso mientras los alumnos, de 12 años, piensan en cómo esquivar esa vigilancia.

Los agentes tratan de retomar la lección, que imparten a los centros escolares que lo piden, un par de días por semana. Van de forma voluntaria, casi como una inversión para evitar que los riesgos de los que hablan se hagan realidad. "Internet es anónimo, así que no podéis estar seguros de con quién habláis", prosigue el policía. "Tenéis que tener cuidado con la información que dáis y no poner datos personales, ni fotos provocativas de ésas que os hacéis con el móvil". La clase se ríe, pero llegan los ejemplos. "Vosotros sabéis que no debéis poner fotos desnudos, pero imagínate que pones una de tu hermanito chico en la bañera, que es una foto inocente que todos tenemos, y la ve un hombre de 50 años al que le gustan los niños porque es un pervertido. ¿Qué pasa?". A la clase ya no le hace tanta gracia. "¿Y si estás en ropa interior porque crees que estás hablando con una amiga, y resulta que al otro lado hay un grupito de gente riéndose de ti? ¿O el padre de tu amiga?". Definitivamente, a los críos ya no les divierte, pero hacen un último intento: "Yo los veo por la cam" [web cam, la cámara del ordenador]". "¿Y si es una grabación?". Tras un rato de incredulidad, a un crío se le ocurre algo: "Pues le digo que mueva la mano a ver si lo hace". Los policías transigen: "Mira, eso es una medida de seguridad y está bien que lo hagáis".

La trabajosa clase -los alumnos son un torbellino y les entre la risa floja cada vez que los policías pronuncian la palabra "sexo"-, llega a la fase de los consejos: no colgar fotos de fiestas del colegio porque a sus amigos puede molestarles; no comprar por internet sin permiso, no quedar con nadie a quien conozcan en la red ni enviarle fotos comprometidas, no entrar en foros sexuales... los alumnos sólo se enganchan a la charla con los ejemplos: el del chaval que compró una moto por internet y era robada; el que tenía su perfil cerrado en una red social sin saber que podían ver sus fotos comprometidas a través del de un amigo, las campañas para recaudar ayudas para el terremoto de Haití que son un fraude...

No ven el riesgo. Tras la charla, los policías admiten que es una labor difícil. Los chicos han nacido con un ordenador en la mano. Es tan complicado que lo vean peligroso como lo es decirles que tengan cuidado al correr porque se pueden caer. Pero merece la pena advertirles sobre lo que ellos ven día a día. Alguno aprenderá la lección.

La situación no es muy distinta al otro lado de la ciudad: en el instituto público Domínguez Ortiz, en el corazón del Polígono Sur, otro policía nacional, José Antonio, tiene charla con otra veintena de alumnos adolescentes. Mientras va por pasillos en los que los niños dan voces y algún golpe a las puertas, explica que hablará de drogas "porque es lo que toca hoy, pero va por turnos: les hablo también de internet, bandas juveniles y acoso escolar". Su entrada en la clase -ésta sin pantalla táctil- es recibida con el mismo jaleo. Y se impone como lo hicieron sus compañeros: "¡A ver, que yo soy policía y vengo a enseñar cosas!". Luego, directo al grano: "¿Qué es la droga? ¿Qué es un yonki? ¿Qué es el mono?" Les habla de los tipos de droga, les recuerda que es delito venderla y enumera las fases de la adicción: primero te gusta y te hace evadirte, luego te engancha, al final sólo vives para lograr droga, aunque sea robando. "Como los gorrillas que véis aparcando coches. Aquí hay muchos ejemplos de enganchados a la cocaína y la heroína".

Ante las fotos de las formas que adopta la droga los chavales exhiben un amplio conocimiento: diferencian el cannabis del paquistaní o chocolate, el polen, la grifa, conocen los síntomas, hablan de trucos como echarse gotas en los ojos para que sus padres no noten el colocón. José Antonio les advierte de que con eso no engañan a su cuerpo. Avisa del alto nivel tóxico de las drogas de diseño: "Si las tomáis en discotecas y os ponéis a bailar, tomad mucha agua, descansad y no bebáis alcohol. Las pastillas pueden subir la temperatura corporal a 42 grados y os quedáis en el sitio". Les avisa de que causan alucinaciones "y haces tonterías porque crees que son verdad". Un chaval le pregunta: "Maestro, si la droga es ilegal, ¿por qué la sacan?". Por desgracia, los policías tampoco tienen respuesta a todas las preguntas.

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