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Catecismo de tablas

En Sevilla existe un catecismo diferente, un libro de enseñanzas que nadie redactó y que la tradición oral se encarga de marcar a fuego en el corazón de nuestros hijos

el 27 feb 2015 / 12:00 h.

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Los palcos ya están en la plaza de San Francisco / Foto: José Luis Montero. Los palcos ya están en la plaza de San Francisco / Foto: José Luis Montero. El hombre, en su empeño por definir, encuadrar y dominar numéricamente el universo, utiliza las tablas para controlar el mundo. Así nacieron las tablas de multiplicar, las tablas de mareas y las de Daimiel. Todo lo aprendemos cubicado en tablas porque nos empeñamos en encerrar el pulso de un espacio infinito que nos queda muy grande. Metemos en jaulas aritméticas los vaivenes del océano. Lo que haga falta se hace si se trata de dormir tranquilos en el convencimiento de que dominamos el entorno y sus impulsos. Cortamos tablas de quesos, caminamos a diario por las tablas del gran teatro de la vida y se dice de quien adquiere experiencia que «tiene muchas tablas». Y existen las tablas de Moisés, que son palabras mayores. En Sevilla existe un catecismo de tablas, un libro de enseñanzas que nadie redactó y que la tradición oral se encarga de marcar a fuego en el corazón de nuestros hijos reescribiendo las mismas líneas todos los años. Es el catecismo de tablas. No está publicado pero es público. El catecismo de tablas queda abierto cuando llega el primer camión con las maderas de los palcos a la sevillana plaza de San Francisco. Suele ocurrir a finales de febrero o primeros de marzo. Normalmente es un camión casi humilde, digamos que un vehículo bastante normal. Llega sin hacer demasiado ruido, ya de noche, y los operarios empiezan a descargar las tablas del escenario principal de una ciudad que en este preciso instante vuelve a entender que todo se acerca. Ahora sí. El teléfono móvil se encarga de encender la mecha, de abrir el catecismo: Han empezado a montar los palcos. Y el pueblo visualiza, inmediatamente, al camión soltando maderas muy cerca de las piedras platerescas del edificio municipal del poder político local. Los palcos son el catecismo de madera de Sevilla. Ellos son los testigos de la lección más honda de este pueblo. Las gradas efímeras que saludan a la calle Sierpes forman el escenario perpetuo de una representación ideal y también idealizada que explica como nada y como nadie la mejor versión de la muerte en este epicentro católico de la Europa clásica. Sevilla utilizará el barroco para llenar las tablas y le pondrá otra vez letras de oro a la portada del catecismo de la calle. Me ha llegado el SMS. El camión hacía su aparición en la plaza de San Francisco. Cargado de tablas y sueños, hasta arriba de maderas dispuestas a ser pisadas, lloradas, utilizadas como vigas de la fe. Merece un homenaje la madera. Porque de madera son las tablas, de madera los retablos y de madera está hecho el Gran Poder, el árbol de nuestra vida. Todo está preparándose. A esta hora somos niños a punto de recibir la lección, ese mensaje no escrito que permanece labrado en el universo sentimental de nuestros mayores. Lo tienen en el alma, y por eso lo fijan en nuestra herencia. Pero el hombre se empeña en ordenarlo todo, y por eso utiliza las tablas. Se trata de que nada se escape de los lados, de las celdas, de las columnas. En Sevilla, mientras tanto, ciudad milenaria y por tanto con muchas tablas, seguimos haciéndole caso al catecismo de tablas, el que explica nuestra forma de ver el mundo. Sigamos pasando sus páginas hasta que se coloque la rampa del Salvador, que también es de tablas.

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