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Cuando el rumor trepa como la hiedra

Cuantos nos dedicamos a este supuestamente noble oficio de informar sabemos que nuestro enemigo público número uno es el rumor. Esa especie no clasificada, indefinida, no contrastada, generalmente falsa que nos hace perder mucho tiempo...

el 15 sep 2009 / 21:06 h.

Cuantos nos dedicamos a este supuestamente noble oficio de informar sabemos que nuestro enemigo público número uno es el rumor. Esa especie no clasificada, indefinida, no contrastada, generalmente falsa que nos hace perder mucho tiempo en averiguar si detrás de eso que se dice, sin que se sepa siquiera quien lo dice, puede haber algo de cierto. Es una tortura para cualquier periodista amante del rigor y de la veracidad.

El rumor es por sistema de ignota procedencia, no hay fuentes que lo sustenten ni suele apoyarse en ningún hecho acaecido. Pero suele agazaparse detrás de una remota causalidad, a veces incluso verosímil, ante la que solo existen dos caminos a seguir: el de no darle carta de naturaleza ante la imposibilidad de confirmar su veracidad o, por el contrario, ponerla blanco sobre negro sin la menor comprobación ni respeto al libro de estilo. Este último sendero, perverso donde los haya, es el que ha conducido al llamado periodismo con tomate a ese enloquecimiento en el que la excepción es que se diga una sola verdad cada mil programas. Pero somos muchos más, seguramente mayoría silenciosa de profesionales, los que nos hemos decantado por no dar pábulo al rumor ni hacernos eco de ninguna sedicente noticia que no venga con las bendiciones de su santidad la ética.

El periodismo español, por lo general, goza de bien merecido prestigio por su desprecio a todo aquello que no pasa el fielato del contraste y la comprobación. No he de referirme aquí a las excepciones, bien conocidas, de las ondas episcopales y sus imitadoras.

Estos días Sevilla se ha visto literalmente sorprendida por un rumor sin el más mínimo fundamento que pertenece a la categoría del boca a boca y que le ha dado tres o cuatro vueltas a la ciudad como la hiedra que trepa por las paredes de las casas de campo. No voy ni a mencionar el argumento de semejante engendro porque, además de no querer contribuir a propagarlo, me había propuesto en este artículo escribir sobre la exégesis del rumor y en ningún caso sobre casos concretos. Mas me ha parecido oportuno reflexionar cómo la menor majadería, la más increíble ocurrencia de cualquier desaprensivo, puede escalar cotas de tanta resonancia en esta consternada ciudad por el sucedido objeto de la rumorología popular. No es ni siquiera un divertimento de estas gentes aburridas en el largo invierno de los fríos y de la crisis. Es, a mi juicio, algo que adquiere el rango de maldad y retorcimiento mental en aquellos que contribuyen a propalar mentiras como puños. Y a sabiendas de que lo que le susurran al amigo al oído es más falso que Judas.

Dudo incluso que esta reflexión en letra impresa tenga algún sentido. Pero he notado tanta indignación y tanta repugnancia cada vez que alguien me ha venido con el consabido "ya sabes lo que se dice", que haciendo paréntesis en el propósito de no mentar el asunto he creído un deber de conciencia con la memoria del amigo desaparecido proclamar estas cuatro verdades del barquero sin necesidad de bajar al fondo del mar.

Periodista

gimenezaleman@gmail.com

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