-¿El haber trabajado en la restauración del paso del Gran Poder ha supuesto una responsabilidad mayor?
-En escultura, en Andalucía, en el 90% de los casos esa responsabilidad la llevamos en la mochila, la responsabilidad de no hacer solo bien tu trabajo sino de transmitir la intención de tu trabajo a los demás y que la comprendan, la respeten y se vea como un logro, no como una carga. En el paso del Gran Poder y en cualquier bien que tiene ese componente devocional siempre hay una doble carga de responsabilidad.
-¿Cuando les toca una obra así piensan que es un marrón?
-No, no, es una responsabilidad añadida que hay que tener en cuenta a la hora de diseñar el proyecto y que se asume como parte intrínseca de la obra que se va a restaurar. Está claro que cuando abordas una obra de un museo estás más relajado porque sabes que no hay miles de personas esperando un resultado.
-Los profesionales son conscientes del valor simbólico de los bienes, pero ¿son los fieles conscientes del valor artístico?
-Creo que sí. Lo que pasa es que está mezclado de una forma muy fuerte el componente devocional. Quizás en el paso del Gran Poder no sean tan conscientes del valor artístico porque para los fieles lo importante va arriba.
-¿Estaba el paso del Gran Poder en tan mal estado?
-Sí, porque ocurre que es un objeto de uso, hecho para salir a la calle y, al mismo tiempo, es un objeto frágil. Se le dan golpes, roces en el traslado, en la salida... A lo largo del tiempo sufre pequeños accidentes que a veces se reparan de una forma no demasiado ortodoxa que se convierte en otro nuevo problema.
-Cuando llega una obra de este valor, ¿cuál es la manera de abordarla? ¿Si hubiera algún componente devocional en su caso, habría que aparcarlo?
-Se trabaja de una manera aséptica. Te separas de la obra, no tienes enlaces emocionales con ella. Preferiblemente no, porque no podrías de otra manera abordar tu trabajo.
-Que el público aplauda la intervención es, imagino, una doble satisfacción.
-Sí, porque gustarle a todo el mundo no es fácil.
-¿Cómo llegó al IAPH?
-Uf, hace muchos años ya de eso. Era autónoma, concursé para un puesto y nada, una cosa me llevó a otra y aquí estoy.
-Se lo pregunto porque el IAPH ha tenido una carrera ascendente vertiginosa. ¿Cuál ha sido la clave para conseguir este reconocimiento?
-El buen hacer desde todos los sentidos: preparar bien los proyectos de intervención, entablar conversación con el cliente, discutiendo mucho los tratamientos, justificando al máximo todos los tratamientos, y después una gran difusión del trabajo. Esto es muy importante para nosotros y para lo que se restaura. Así los fieles toman conciencia del valor que tiene el objeto, que a lo mejor lo tenían muy cerca pero no se habían percatado de ello.
-¿Es fácil discutir y llegar a acuerdos con los cofrades?
-Sí, en la mayoría de los casos sí. Se dejan aconsejar porque fundamentamos lo que vamos a hacer. Les decimos por qué debe ser así y no de otra forma. Ellos asumen una gran responsabilidad a la hora de restaurar una imagen porque en casi todos los casos va a cambiar su aspecto estético. El punto en el que proponemos retirar sustancias es siempre polémico.
-Esto es como el que decide someterse a cirugía estética: sí, hágamela, pero que no se note.
-Claro, pero eso es casi imposible. Lo normal es que la intervención sea para mejor. Quedan satisfechos, aunque siempre les advertimos que hay un momento de choque, de reencuentro con la imagen, que al principio sorprende. Nosotros hacemos comisiones de seguimiento, grupos de trabajo en los que hay miembros representando a los propietarios de la obra (desde hermandades, congregaciones religiosas, museos) y miembros del IAPH. Mantenemos reuniones en las que vamos explicando el proceso. Esas personas no tienen el choque directo que pueden tener los fieles después de un proceso de restauración.
-¿Llegan las imágenes religiosas en muy mal estado?
-No siempre. Cada una tiene un problema diferente.
-¿No apuran entonces demasiado para evitar traer una imagen a restaurar por ese miedo al impacto?
-Cada vez consultan más rápido.
-Como profesional, ¿qué piensa cuando ve un paso en la calle mojándose?
-[Hace un gesto de cerrarse la boca].
-¿Qué efecto tiene el agua sobre los pasos?
-El agua puede hacer mucho daño, claro. Las bases de las policromías son sulfato y cola animal, son muy sensibles a la humedad. Pero lo normal es que las hermandades no se arriesguen.
-¿Cuáles son las técnicas del futuro en la restauración?
-La mayoría van enfocadas a mejorar el diagnóstico de la pieza, serán técnicas no destructivas, aunque esto no significa que las actuales lo sean. Cuanto más se conoce sobre la obra, más te facilita el trabajo. Se interviene con más garantías.
-Y tras la intervención, ¿se da una especie de decálogo sobre lo que hay que hacer para mantener la restauración el mayor tiempo posible?
-Sí, aunque la restauración tiene un tiempo de vida que nosotros fijamos en diez años. A partir de ese tiempo, hay que hacer una revisión.
-¿Hay un momento en el que una obra ya no se puede tocar más o siempre es posible seguir restaurando?
-Siempre hay un momento en el que la restauración es ambiental, es decir, mejor lo dejamos como está y lo que hacemos es controlar el entorno para que la incidencia sobre la obra sea la menor posible.