Casi al mismo tiempo que la Universidad hispalense anunciaba las actividades del bicentenario de Darwin con un especial recuerdo a Antonio Machado Núñez, que introdujo aquí su teoría, el Centro de Estudios Andaluces daba a la luz el libro de Alberto Carrillo-Linares, Subversivos y Malditos en la Universidad de Sevilla (1965-1977), con un voluminoso índice en el que los nombres de susodichos suman varios centenares. Al principio del período, entre los actos de las Asociaciones de Estudiantes, ya copadas en parte por los subversivos, se programó un ciclo sobre el Evolucionismo en el que la consigna era aplaudir cuando un conferenciante pronunciaba el nombre de Darwin o Theillard: sus teorías aún no habían entrado en aquellas aulas.
Antes de que la rebeldía cristalizara en oposición política, algunos de los que después formarían el Sindicato Democrático de Estudiantes tenían el valor de meterse entre las ruinas de la antigua Universidad, en la calle Laraña, y rescatar fósiles o pequeños aparatos. Todos ellos formaban parte del Laboratorio de Ciencias, fundado por Antonio Machado Núñez, que nadie se había preocupado de retirar antes de derruir el edificio; el darwinismo del abuelo de los Machado lo habían dejado allí, bajo vigas y cascotes.
Parece que tampoco se llevaron a la nueva sede su retrato de rector, porque nadie lo encuentra. Jiménez Lozano, en su obra Los cementerios civiles en España, da cuenta de cómo una de las faenas hechas a conciencia por los ultraconservadores fue cambiar de sitio las tumbas o los recuerdos de muchas de estas personas y el odio de algunos de sus coetáneos queda patente en los Apuntes para la Historia de la Revolución de septiembre, de José María Tassara. Mucho de lo que ahora parece natural y de toda la vida fue maldito y subversivo hasta anteayer.
Antonio Zoido es escritor e historiador