Foto: J.M. PaisanoLos gestores del Maestranza debieran replantearse repartir a la entrada, junto a los programas de mano, manuales de conducta para asistir a los conciertos guardando el respeto y la consideración que merecen vecinos y artistas. Se trata de impartir algo de educación a un sector del público que parece asistir a este templo de la música únicamente para completar su agenda social. Sólo así se entiende la incesante irrupción de agresivas y evitables toses, impertinentes caídas de objetos, envolturas de caramelos, timbres de móviles y otros ruidos que tanto perjudican a la magia de la música y la concentración de intérpretes y oyentes.Barenboim cumplió su visita anual a la capital de Andalucía junto a la Orquesta del Diván con un programa único y diferente al ofrecido en las otras plazas de esta gira, pero también más breve. Prácticamente la mitad de música a la interpretada el pasado viernes en Córdoba y al día siguiente en Madrid, aunque con una calidad extrema en la interpretación y el privilegio de contar con dos solistas de excepción, la oboísta de Linares Cristina Gómez Godoy y él mismo. Tras una luminosa y vibrante Obertura de Las bodas de Fígaro el conjunto se sumergió en un Concierto para oboe, que habría de derivar unos años después en el segundo para flauta del compositor salzburgués, que la joven solista desgranó con virtuosismo, delicadeza y gracia furtiva. Sus complejas cadencias obtuvieron así una respuesta estratosférica de quien ocupa una muy merecida plaza en la Staatskapelle de Berlín, si bien las del allegro inicial se vieron seriamente enturbiadas por las implacables toses aludidas. Por su parte el conjunto arropó con elegancia, sentido de la volatilidad y la ligereza, sin insistir en los aspectos bufos del rondó final.Disfrutar del arte pianístico de Barenboim en este auditorio era una asignatura pendiente, salvada ahora con un último concierto para piano de Mozart que el genial y legendario director atacó con exquisitez, intensidad emocional y enorme buen gusto. Barenboim hizo gala de su elocuencia evocadora en un intimísimo adagio, mientras la orquesta acompañó con serenidad y hasta solemnidad. En las propinas el maestro y Gómez Godoy se recrearon en una Romanza de Schumann de líneas claras y gramática precisa y transparente, mientras el pianista se enfrentó a un nocturno de Chopin, de quien podemos considerarlo una autoridad, con tanta imaginación y creatividad que logró extraerle sonoridades impresionistas sin traicionar su espíritu romántico.