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Después de Manzanares, nadie...

El diestro alicantino marcó la cumbre indiscutible de una Feria plagada de ausencias que confirmó los peores augurios.

el 02 may 2012 / 07:30 h.

Las grandes faenas del diestro alicantino llenaron de contenido una pobre Feria de Abril que, en otras circunstancias habría resultado calamitosa.

No hubo más. Después del recital de Manzanares en el viernes de la preferia, el resto del ciclo se vivió pendiente de su tercera y última venida. Pero en esa ocasión, con los esperados toros de Núñez del Cuvillo, el alicantino no mostró sus mejores registros, especialmente con un exigente ejemplar de Núñez del Cuvillo que le puso a prueba. A estas alturas tampoco importa demasiado. La altura técnica y estética y el carácter de gran acontecimiento que fue adquiriendo su pasmosa actuación con la corrida de Victoriano del Río lo han convertido en triunfador indiscutible y en el intérprete más virtuoso de una Feria que sólo tiene su nombre. Pero no hay que olvidar que Manzanares, que volvió a elevar considerablemente su techo y ya había cortado una oreja en Resurrección, contó a favor con el auxilio de una cuadrilla histórica -Chocolate y Barroso a caballo; Curro Javier, Trujillo y Blázquez a pie- que algún día será una leyenda de la historia del toreo.

Debajo de la esa altísima cima escalada por Manzanares, que se marcha de la Feria de Abril con cinco orejas guardadas en su esportón, sólo hay desfiladeros angostos y la sensación de haber cumplido punto por punto un paupérrimo guión establecido que, fatalmente, no podía fallar. Si las ausencias de El Juli, también la de Miguel Ángel Perera, habían cantado sobre el papel, se pusieron en definitiva evidencia según iban sucediéndose las actuaciones de dos toreros a los que las peripecias de la política taurina colocaron como insólita base de la Feria. Estamos hablando del Cid, que forma parte de la plantilla de la casa; y de Sebastián Castella, al que se premió con tres tardes para darle un buen arreón en la cresta a El Juli, que había quedado fuera de Sevilla encabezando la lista de víctimas de la torpe guerra catódica que él mismo había iniciado con tantas razones como sentido de la inoportunidad. Morante de la Puebla, cada vez más discutido, tampoco pasó de unos quites de perdón que ya nada redimen aunque había esbozado algunas esperanzas esforzándose a tope el Domingo de Pascua. Pero todo eso queda muy lejos del recital que le debe a la plaza de la Maestranza. Algo parecido le ha ocurrido a Daniel Luque, que después de deslumbrar con el percal en la primera de abono, pasó de puntillas en el resto de compromisos contraídos a pesar de sus esfuerzos con el último, y potable, cartucho que quemó en la Feria.

Alejandro Talavante, que ha cortado dos orejas de distinto registro, ha confirmado el buen momento que atraviesa sin salirse tampoco del pellejo. Descendiendo un escalón, también agradó la entrega del todoterreno Fandi y cayó de pie la sincera predisposición de Iván Fandiño para navegar por las ferias. Eso sí, la corrida de Victorino Martín enseñó sus virtudes, pero también su techo. Es algo parecido a lo que le ocurrió a David Mora, que pasó de puntillas en el mano a mano con su compi Fandiño y salvó su feria cortando una esforzada oreja a un toro de El Pilar, el más bravo del ciclo.

Poco más hay que contar de un serial continuado que se había estrenado con el valor sin pulir de un novillero desconocido, Gonzalo Caballero, y los retrocesos del madrileño Fernando Adrián con el mejor novillo de Fuente Ymbro. Al día siguiente se iniciaban las corridas de toros arrojando nuevas paletadas de cal y de arena: entrega y buenos pasajes de un Oliva Soto sin redondear; un Silveti que apunta sin disparar o un Bolívar salvando los muebles con los toros del Conde de la Maza.

Pero en la preferia hubo cosillas que recordar: como la solvente, capaz y brillante presentación del mexicano Joselito Adame o la confirmación de la solidez de Antonio Nazaré, enfibrado a tope con un duro e importante ejemplar de Fuente Ymbro al que arrancó una oreja a cambio de una cornada. También hay que salvar las entregadas actuaciones de toreros como Javier Castaño, también de Alberto Aguilar, muy por encima de sus aplomados y reservones cuadris, y del malagueño Jiménez Fortes, que se pegó un severo arrimón con los toros de El Ventorrillo. Esaú Fernández, que cortó una oreja, se quedó muy cortito con el sexto de Fuente Ymbro, posiblemente el mejor toro para el torero de todo el ciclo. El público también acogió con cariño el retorno de Padilla, que solventó con sobria profesionalidad sus dos compromisos; también celebró las ganas de Rafaelillo con un miura toreable o premió con una oreja a López Simón, que resultó herido por el gran cuvillo de su doctorado después de una entonada actuación. En el apartado ecuestre, Ventura mostró su primacía sobre todo y sobre todos.

Y hablando de decepciones hay que apuntar las bajísimas horas de Salvador Cortés, muy por bajo de uno de los mejores ejemplares de Fuente Ymbro. También marca su irremediable camino de vuelta Antonio Barrera, que ya no anda para muchos trotes o Diego Urdiales, sin recursos y con el motor al mínimo, más o menos como el veteranísimo Fundi, que se despidió de Sevilla con aires profesorales pero dejando ir un excelente ejemplar de Garcigrande la misma tarde que abroncó a Tristán, el director de la banda de Tejera. En esta lista hay que añadir la escasa solvencia profesional de Cayetano, la inoperatividad de El Cordobés o la escasez de recursos de Moreno y Serafín Marín con la miurada. Demasiado poco que recordar...

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