¿Alguna vez ha dado ropa que ya no le quedaba bien a un familiar? ¿O ha aprovechado las plazas del coche para ahorrar gasolina al ir a la playa con los amigos? ¿Se ha quedado a dormir en casa de un conocido para gastar menos en un viaje? ¿Ha cocinado de más y le ha dado el plato sobrante a algún vecino? ¿O simplemente ha hecho algún favor y se lo han devuelto con otro cuando lo ha necesitado? Si se identifica con alguna o con todas estas situaciones, entonces ya sabe lo que es y cómo funciona la economía colaborativa. La única diferencia estriba en que el círculo de confianza en el que desarrollan esas acciones crece y se amplía hasta alcanzar «una escala que antes era impensable» gracias a internet y a las redes sociales, porque ya no se hacen solo con personas conocidas o del ámbito más cercano. Y si a la cultura de internet, que además llevamos encima en forma de móvil o de tableta, se suma la crisis, que ha hecho que mucha gente se replantee su forma de consumo por necesidad, da como resultado la gestación de nuevas comunidades.
«No es nada nuevo, ni revolucionario», sino una vuelta a los orígenes, a recuperar las actitudes que se tenían con amigos, conocidos, vecinos o familiares, coinciden en señalar los miembros de este movimiento. Uno de sus referentes es Albert Cañigueral, que acaba de publicar el libro Vivir mejor con menos en el que explica las que, a su juicio, son las ventajas de la economía colaborativa. Desde que en 2011 leyó los primeros textos (en inglés) no ha dejado de investigar, analizar, dar conferencias y ayudar a su divulgación. Es, además, el fundador de la web www.consumocolaborativo.com.
Suele utilizar ejemplos muy gráficos para mostrar el potencial de este tipo de economía. «¿Sabes cuánto tiempo vas a usar el taladro que compraste y tienes en casa? Unos doce minutos». O un coche, que se pasa el 95 por ciento del tiempo estacionado sin ser utilizado. La clave es «pasar de entender el consumo como propiedad a entenderlo como acceso o uso». Si la economía o el consumo colaborativo se caracterizan por algo es por crear comunidad, recuperar las relaciones humanas, donde impere el consumo responsable lo que se necesita, no más y bajo la conciencia de que los recursos son limitados.
«Ebay es considerado el abuelo del consumo colaborativo, ya que introdujo los mecanismos de reputación digital que muchas plataformas han tomado como modelo a seguir», explica Cañigueral. Sin embargo, si hay alguna empresa que, por su dimensión y alcance global, le ha dado alas a su difusión es Airbnb, que permite pagar por alojarse en casas de desconocidos.
Se trata de un modelo que es aplicable a prácticamente cualquier actividad, aunque entre las más conocidas está Blablacar, que permite compartir coche al poner en contacto a conductores y pasajeros para ahorrar gasolina y costes al coincidir el trayecto. Un ejemplo. Una persona que viaja de Sevilla a Madrid en coche publica las plazas que tiene libres, la fecha en la que tiene previsto salir y el coste del viaje, que ronda los 25 euros por persona. Como curiosidad, el trayecto Granada-Sevilla es el tercero más frecuente entre los usuarios de Blablacar por detrás del Madrid-Valencia y del Barcelona-Toulouse.
«La tecnología permite crear perfiles validados y conocer la opinión de otras personas», de ahí se crea una comunidad virtual de confianza. «Ya no se trata solo de ahorro, sino de una experiencia social, de una alternativa como forma de viajar», explica Elsa de la Haza, responsable de Comunicación de Blablacar para España, que considera que este movimiento no tiene vuelta atrás. Ya sea porque no habrá retorno al punto previo a la crisis o porque las conciencias están despertando, el boom de este tipo de plataformas indica que este modelo de economía ha llegado para quedarse. Y es que también muchos han encontrado en ellas una vía para obtener ingresos alquilando una habitación u ofreciendo su coche.

