Economía

Economía colaborativa. Crece el círculo de confianza

El binomio crisis e internet ha alimentado un boom de plataformas que optan por un consumo más eficiente y racional de los recursos, y lo hacen basándose en una relación de confianza con la opinión de otros.

el 03 nov 2014 / 12:00 h.

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¿Alguna vez ha dado ropa que ya no le quedaba bien a un familiar? ¿O ha aprovechado las plazas del coche para ahorrar gasolina al ir a la playa con los amigos? ¿Se ha quedado a dormir en casa de un conocido para gastar menos en un viaje? ¿Ha cocinado de más y le ha dado el plato sobrante a algún vecino? ¿O simplemente ha hecho algún favor y se lo han devuelto con otro cuando lo ha necesitado? Si se identifica con alguna o con todas estas situaciones, entonces ya sabe lo que es y cómo funciona la economía colaborativa. La única diferencia estriba en que el círculo de confianza en el que desarrollan esas acciones crece y se amplía hasta alcanzar «una escala que antes era impensable» gracias a internet y a las redes sociales, porque ya no se hacen solo con personas conocidas o del ámbito más cercano. Y si a la cultura de internet, que además llevamos encima en forma de móvil o de tableta, se suma la crisis, que ha hecho que mucha gente se replantee su forma de consumo por necesidad, da como resultado la gestación de nuevas comunidades. albert cañigueral «No es nada nuevo, ni revolucionario», sino una vuelta a los orígenes, a recuperar las actitudes que se tenían con amigos, conocidos, vecinos o familiares, coinciden en señalar los miembros de este movimiento. Uno de sus referentes es Albert Cañigueral, que acaba de publicar el libro Vivir mejor con menos en el que explica las que, a su juicio, son las ventajas de la economía colaborativa. Desde que en 2011 leyó los primeros textos (en inglés) no ha dejado de investigar, analizar, dar conferencias y ayudar a su divulgación. Es, además, el fundador de la web www.consumocolaborativo.com. Suele utilizar ejemplos muy gráficos para mostrar el potencial de este tipo de economía. «¿Sabes cuánto tiempo vas a usar el taladro que compraste y tienes en casa? Unos doce minutos». O un coche, que se pasa el 95 por ciento del tiempo estacionado sin ser utilizado. La clave es «pasar de entender el consumo como propiedad a entenderlo como acceso o uso». Si la economía o el consumo colaborativo se caracterizan por algo es por crear comunidad, recuperar las relaciones humanas, donde impere el consumo responsable –lo que se necesita, no más– y bajo la conciencia de que los recursos son limitados. «Ebay es considerado el abuelo del consumo colaborativo, ya que introdujo los mecanismos de reputación digital que muchas plataformas han tomado como modelo a seguir», explica Cañigueral. Sin embargo, si hay alguna empresa que, por su dimensión y alcance global, le ha dado alas a su difusión es Airbnb, que permite pagar por alojarse en casas de desconocidos. Se trata de un modelo que es aplicable a prácticamente cualquier actividad, aunque entre las más conocidas está Blablacar, que permite compartir coche al poner en contacto a conductores y pasajeros para ahorrar gasolina y costes al coincidir el trayecto. Un ejemplo. Una persona que viaja de Sevilla a Madrid en coche publica las plazas que tiene libres, la fecha en la que tiene previsto salir y el coste del viaje, que ronda los 25 euros por persona. Como curiosidad, el trayecto Granada-Sevilla es el tercero más frecuente entre los usuarios de Blablacar por detrás del Madrid-Valencia y del Barcelona-Toulouse. «La tecnología permite crear perfiles validados y conocer la opinión de otras personas», de ahí se crea una comunidad virtual de confianza. «Ya no se trata solo de ahorro, sino de una experiencia social, de una alternativa como forma de viajar», explica Elsa de la Haza, responsable de Comunicación de Blablacar para España, que considera que este movimiento no tiene vuelta atrás. Ya sea porque no habrá retorno al punto previo a la crisis o porque las conciencias están despertando, el boom de este tipo de plataformas indica que este modelo de economía ha llegado para quedarse. Y es que también muchos han encontrado en ellas una vía para obtener ingresos alquilando una habitación u ofreciendo su coche.

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En Sevilla hay ejemplos de empresas que han incorporado esta filosofía a sus actividades desde hace ya algún tiempo. Una de ellas es Bluemove, heredera de la antigua Cochele. Lo suyo es el carsharing, el alquiler de coches compartidos. En febrero de 2013 se fusionó con la firma madrileña para aumentar sinergias, explica Sócrates Domínguez, responsable de Comunicación, ya que Cochele estaba centrada en alquilar coches eléctricos. Se intercambiaron vehículos gasolina y eléctricos entre Madrid y Sevilla y el resultado se notó enseguida. La filosofía de la empresa es sencilla, contribuir a que haya menos coches en la ciudad y ayudar a que sea más sostenible desde un punto de vista medioambiental porque cada uno de sus vehículos «quita los coches particulares de 25 personas», apostilla Manuel Leoncio. Lo que empezó en Madrid con cuatro coches, hoy se traduce en una flota de «151 entre Madrid y Sevilla, con unos 8.000 usuarios». En ello ha jugado un papel esencial el cambio de mentalidad, precisan desde la compañía. «En España cuando había estabilidad económica, comprarse un coche era símbolo de estatus y se veía como la opción más óptima». Movilidad, alojamiento, trueque, espacios de trabajo colaborativo (coworking), micromecenazgo (crowfunding), banco de tiempo... Dentro de la economía colaborativa caben modelos tradicionales de sociedades anónimas, con interés lucrativo y también altruistas. «La economía colaborativa es simplemente una forma de entender cómo gestionamos los recursos y activos con los que contamos. Desde Bluemove se consideró que podíamos usar las herramientas del mercado para otros fines como mejorar la ciudad», precisan. Al igual que para otros muchos, en el caso de Álvaro Saco, un cordobés de 30 años, todo comenzó con la lectura del libro What’s mine is yours (Lo que es mío es tuyo) para engancharse a este movimiento. «En verano de 2012 creé un grupo de Facebook con mis amigos para publicar objetos que no usábamos por si a alguien le hacía falta antes de tener que comprarlos». Lo que empezó entre amigos se abrió a todo el mundo y la comunidad alcanza ya los 10.000 usuarios. Él ve el potencial en el sentido literal de «compartir». De hecho, Compartio se llama la herramienta en la que trabaja este ingeniero informático y que está desarrollando con otras cuatro personas y con la que persigue «ofrecer una herramienta libre y abierta para que cualquier persona pueda hacer su propia plataforma». Su punto de conexión con Albert y otros interesados en consumo colaborativo está en Ouishare, una comunidad «global y abierta» que reúne a emprendedores, makers, diseñadores, investigadores y ciudadanos que quieren impulsar este tipo de economía. «Somos más de 70 conectores –personas más activas y que lideran proyectos– y unos 3.000 miembros en más de 30 países», explica Francisco Rodríguez. Albert Cañigueral señala que el camino natural a seguir es que este tipo de plataformas se normalicen y se añadan como una opción más de consumo dentro de un abanico más amplio. En ese punto incide en que lo interesante es que un usuario pueda elegir si quiere dormir en un sofá gratis (como ofrece couchsurfing.org), intercambiar su casa con la de otras familias o alquilar un alojamiento a particulares, a sumar a las opciones tradicionales de reservar un hotel o apartamento. REGULACIÓN ¿Recuerdan el conflicto que generó Uber entre el gremio de taxistas? El crecimiento de estas nuevas plataformas debe ir acompañado de una regulación de la que hoy día adolecen, apunta Cañigueral, quien incide en que el recelo que despiertan en sectores tradicionales «no es una reacción nada sorprendente», que se da cada vez que aparece un nuevo fenómeno. Y señala que ese proceso de normalización implica «integrar, no eliminar a nadie». Las empresas deben estar atentas: los usuarios están modificando su rol. Dejan de ser meros consumidores para convertirse en productores, advierte. Desde Bluemove consideran que la tendencia será de consolidación porque así lo marca el sentido común. «¿Tener en casa un taladro que usamos una vez cada dos años? La lógica va a acabar imponiéndose y aportando el punto de humanidad que habíamos perdido», concluyen. Si quiere conocer un poco mejor qué es esto de la economía colaborativa el evento de web social EBE que se celebrará del 14 al 16 de este mes en Sevilla, contará con la presencia de los principales exponentes del sector. LOS EJEMPLOS bin_33114919_con_16384792 OBSSO. Un trueque de trastos sin mediar dinero «Cada español tiene 52 productos en casa que no utiliza y que acabarán en la basura». Víctor González Canito (Badajoz, 30 años) cita un estudio sobre el que basó su propuesta de solución junto a su socio Carlos González Martín: Obsso, el primer mercado sin dinero de Europa desde Granada. Al registrarte en la aplicación, tienes acceso a todos los productos que los usuarios tienen publicados. «Si te interesa alguno le mandas un mensaje y le ofreces algo a cambio hasta llegar a un acuerdo». Eso sí, lo que les distingue es su leitmotiv: evitar el uso de dinero. «En nuestros trasteros hay más de 3.000 productos y mensualmente se suman mil usuarios nuevos», explica. La aplicación se ha traducido a siete idiomas, lo que está incorporando usuarios de numerosos países. ¿Y cómo se hace negocio así? En su caso, tienen un acuerdo con una empresa de paquetería, de modo que le ofrecen al usuario la posibilidad de encargarse de la recogida y envío. BLUEMOVE. Un coche con cinco ‘propietarios’ al día Bluemove, antigua Cochele, es líder en carsharing, alquiler de coches por horas o días. En Sevilla cuenta con 1.500 usuarios que tienen a su disposición 30 coches, el 20 por ciento eléctricos. La media de reservas es de cuatro o cinco personas al día, explica Manuel Leoncio, responsable de Marketing. El origen de la firma, centrada en coche eléctrico, limitaba mucho. «La gente demandaba el de gasolina por la autonomía», así que desde que se incorporaron estos vehículos y tras sacarlos a la calle en julio –puede encontrar 20 aparcados en las calles del Arenal y Nervión– el aumento de usuarios ha sido notable. El uso es muy fácil: se registra, se solicita el vehículo y se paga desde dos euros la hora y 0,25 euros el kilómetro (hasta los 100 primeros, luego baja a 0,16). Gasolina y seguro están incluidos. La gran ventaja es que tienen aparcamientos reservados en zona azul («que pagamos», precisa Leoncio) y no hay problema para estacionarlo luego. bin_33114911_con_16384800 TIMEREPUBLIK. El tiempo como moneda de intercambio La filosofía de TimeRepublik parte de la premisa de que «todos tenemos una capacidad, un talento». Y de lo que se trata es de crear una comunidad en la que cada uno comparta lo que sabe hacer a cambio de tiempo, sin necesidad de que haya intercambio económico. «Si yo soy experto en inglés, te ayudo a traducir un texto». Por eso gana una hora con la que pagar otro servicio que necesite en otra ocasión. Jonas Bianchi explica que la web cuenta con más de 400 servicios distintos. El uso es sencillo: se establece contacto por chat para llegar a un acuerdo y luego se obtiene una evaluación que comparte el resto de la comunidad. Es la «reputación» que hace ganar la confianza de los demás. TimeRepublik nació a finales de 2012 en Suiza, llegó en septiembre de 2013 a España, donde tiene unos 700 usuarios. Son ya más de 50.000 los servicios en más de 100 países. Traducción, diseño gráfico y ayudante de ordenador, los más compartidos.

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