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El arte de jugar a la cucaña

el 22 jul 2010 / 19:10 h.

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¿50 euros y un jamón o 50 euros pero sin jamón? La duda momentos antes de que diera comienzo la competición de cucaña parecía adquirir tintes dramáticos. La dotación del trofeo era determinante para algunos antes de decidirse a abrazar un palo engrasado y dar, con toda seguridad, con el cuerpo en las aguas del Guadalquivir.

"Más que miedo lo que impone un poco es tanta gente pendiente alrededor", decía Jaime, quien por cuarto año se afanaba en la cucaña de adultos. En la juvenil hay quienes ya tienen el doctorado, como Jose, más familiarizado con el palo que con la PlayStation de su hermano."El ungüento resbaladizo lo regala Persan y es biodegradable", apuntó Lola, una experta en la Velá de Santa Ana que no pierde un sólo resquicio de diversión.

"Antes teníamos un barco arenero muy bonito y muy tradicional pero desde que se hundió es Lipasam el que nos presta uno", apunta mirando las caras embelesadas de los chavales, más por los euros que por la cucaña en sí.Poco a poco los vencedores iban obteniendo el banderín de la cucaña entre chapuzones de la mayoría y caídas imposibles de algunos. Si Emilio Aragón hubiera descubierto a tiempo esta tradición la hubiera copiado ipso facto para El juego de la oca.

"Debería haber cucaña todas las semanas o por lo menos una vez al mes, no es justo que sólo podamos disfrutarla una vez al año", mascullaba ayer Alejandro, responsable de un grupo de Facebook que une a entusiastas cucañeros de Sevilla, Toledo, Pamplona y hasta del otro lado del Atlántico. A la caída de la tarde las primeras casetas comenzaron a levantar los toldos.

Y mientras que los más rezagados continuaban en el río apurando la conquista de los últimos banderines, la mayoría de los Trianeros y de los visitantes ponían un ojo en lo que sucedía en el río y otro en el refrigerio. Poco importaba que apenas fueran las ocho de la tarde. En la Velá, como en la Feria, siempre hay hueco para llenar la panza. "Perdonen, ¿dónde es lo de la cucaña?", preguntó un rezagado que, al final, acabó abducido por unas aceitunas.

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