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El calor convierte las fuentes en piscinas imprevistas

el 07 jul 2012 / 18:02 h.

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María Luisa Mantero en la terraza del hotel, donde está la piscina, con unas impresionantes vistas de la Catedral y la Giralda.
En julio el calor aprieta, de eso los sevillanos sabemos un tanto. Los que no lo tenían tan claro eran los miles de visitantes que acudían a la Expo a horas intempestivas, en las que, en Sevilla, es mejor estar a resguardo. Ante la necesidad, soluciones, y éstas las encontraron enseguida en las fuentes de la Avenida de Europa. Sus arquitectos se inspiraron en la Alhambra de Granada y se convirtió en el punto más vanguardista de la muestra, pero, los que allí acudían no lo hacían para admirar el despliegue técnico y artístico. Más bien lo convertían día tras día en una improvisada piscina pública en la que poder refrescarse en las horas más sofocantes del día.

Pero de remojar los doloridos pies, la cosa fue a mayores: empezaron a verse los primeros bikinis, con gente buceando en la parte más honda de la fuente (con cinco metros de profundidad) y tirándose de cabeza. Aunque en un primer momento la Sociedad Estatal impedía que los visitantes metieran los pies, terminaron rindiéndose a la avalancha de gente que acudía día tras día. Eso sí, se prohibió al personal nadar y bucear.
Y como no sólo de nadar vive el hombre, el recinto parecía todas las mañanas un espectáculo de atletismo en toda regla. El pabellón de España , y la proyección de la película Vientos de España en el cine Movimás se convirtió rápidamente en uno de los preferidos del público. Desde dos horas antes de que se abriera el recinto, se formaban colas en las puertas de acceso con personas de toda condición: adolescentes, jubilados, amas de casa y hasta monjas. Incluso hubo quien, tras varios intentos infructuosos, decidió acudir con indumentaria deportiva, a ver si con ello conseguía un plus. En sólo dos horas y media, los 3.800 pases diarios que se repartían gratuitamente para ver la película Vientos de España se agotaban día tras día, lo que provocaba malestar e incluso altercados entre los que se quedaban sin entrada.

Pero claro, en la Expo también hay clases . Los Reyes visitaron la muestra varios días de julio para recorrer los pabellones más exitosos: Fujitsu con la película Ecos del sol, el de Cánada con la proyección Momentum o el acuario instalado en el de Mónaco. En el Monasterio de la Cartuja no dudaron en entrar a inspeccionar la tienda que Carlos I utilizaba en las campañas militares, algo que estaba completamente prohibido para el público en general. Y todo ello sin hacer cola, claro. Tan satisfechos quedaron, que sus majestades no dudaron en felicitar al presidente de la Sociedad Estatal Expo 92 y a los trabajadores "por la magnífica organización de la muestra".

Todo ello mientras las visitas seguían creciendo. El 3 de julio, apenas dos meses y medio desde la inauguración de la muestra, se alcanzaron los 13 millones de visitas. La afortunada, una sevillana que fue recibida por el carismático Curro y una banda de música, que le entregaron como regalo una motocicleta.
Mientras, la Expo seguía mostrándose a sus visitantes y los países daban a conocer sus más ancestrales costumbres. Una de las más exitosas fue el espectáculo que día tras día daban los maoríes, convirtiéndose en uno de los grupos más populares del recinto. El grupo estaba formado por aficionados a la danza no profesionales, que dejaron sus puestos de trabajo durante seis meses por estas "vacaciones" en Sevilla. Policías, carteros, constructores, profesores o asistentes sociales cambiaron sus trabajos para mostrar ante el público la tradición las costumbres neozelandesas, a la vez que explicaban su forma de ser y su cultura al mundo.

Los 12 componentes del grupo de danza maorí, tradicional de Nueva Zelanda, explicaron que en su país es costumbre estar inscrito en clubes para recuperar las tradiciones tribales de los maoríes. En sus coreografías incluían un baile de guerra y una canción de amor. Alguno manifestó por aquel entonces su deseo de ser torero, aunque a todos les imponía respeto y miedo. Y es que ya se sabe, desde la barrera, todo se ve más sencillo. A lo que sí se atrevieron fue a un "deporte" de menos riesgo. Ya que todos residían en Gines, que por aquella época celebraba su feria, los más atrevidos afirmaron que bailarían sevillanas a pesar de no controlar muy bien los pasos.
Alemania también celebró fiestas en su pabellón, donde se conmemoró la semana Berlín-Branderburgo. En él, se podían contemplar, e incluso adquirir por 500 pesetas, las últimas piedras originales que quedaban del muro de Berlín. Su recaudación estaba destinada a la Fundación Coto de Doñana, un empeño personal del comisario Hans-Gerd Neglein, que emprendió diferentes campañas para tal fin.

Mientras, el pabellón cubano, con el fin de aumentar el turismo en la isla, anunciaba que sorteaba cuatro viajes a La Habana entre todos los visitantes que se acercaran al pabellón y compraran alguna de las cajas de puros cubanos.
Al margen de los pabellones, la muestra ofrecía auténticos tesoros, que por un tiempo estuvieron completamente abandonados. Fue el caso del Jardín de las Américas, que ofrecía más de 600 especies de plantas donadas por una veintena de países de América Latina. Los envíos comenzaron en el año 1989 para facilitar su proceso de adaptación al difícil y caluroso clima sevillano, aunque la mayoría se adaptaron a las condiciones del lugar sin mayor problema gracias a la dedicación de los responsables del proyecto.
Según contaba el botánico Mariano Martín, uno de los responsables del jardín, el Jardín Americano era uno de los espacios naturales de Europa con mayor densidad de especies, e incluso muchos países enviaron especies en vías de extinción, cuya comercialización estaba prohibida. Por su parte, Alberto García Camarasa, responsable del espacio, afirmaba entonces que lucharían contra viento y marea para que el Jardín permaneciera después de la Expo . Algo que, por desgracia no consiguieron, ya que se vio abocado al total abandono durante más de 18 años. Tras las reinvindicaciones de numerosos grupos y asociaciones de la ciudad, y con una inversión de más de ocho millones de euros, consiguió reabrir sus puertas en abril de 2010. En sólo un año, se superaron las 200.000 visitas, convirtiéndose así en uno de los principales espacios verdes de la ciudad.

Pero no fue el único "acto vandálico" que sufrió la muestra. El pabellón de Cataluña contaba a su entrada con un gran mural pintado por el artista Antoni Tàpies. De reconocimiento generalizado, sin embargo no todos conocían su obra. Fue el caso de dos señoras que lamentaban en voz alta que ni la Expo se escapaba de las fechorías de los vándalos. "Fijate, la pintada que han hecho en este pabellón" espetaba una señora al verlo. "Es que golfos hay en todas partes", sentenció la acompañante.

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