Ha habido muchos políticos españoles enamorados del flamenco, como Lerroux, Cánovas del Castillo y Felipe González. Lerroux se atrevió un día a darle todo un recital a Chacón.
Hay un libro por hacer que es el de las ocurrencias de los flamencos, una especie de antología de las anécdotas del mundo de lo jondo. La verdad es que hay algún que otro trabajo sobre este tema, pero ninguno está a la altura de esas cosas que se cuentan de Caracol el del Bulto, el Cojo Peroche o Paco el Sevillano, el de Cantillana.
Lo último que hemos encontrado es el relato de una fiesta en la que el republicano cordobés Alejandro Lerroux -que llegó a ser presidente de la República en 1933- le cantó por malagueñas, granadinas y caracoles nada menos que a Don Antonio Chacón. Fue en una fiesta en la capital de España.
Lerroux era del pueblo cordobés de La Rambla y, al parecer, un gran aficionado al flamenco, sobre todo a cantarlo. Dicen que lo hacía mucho mejor que Fernando de los Ríos, que también chanelaba lo suyo de lo jondo. Como era lo habitual en aquellos casos, en las fiestas sólo cantaban los artistas invitados, y el invitado de aquella juerga era el genial cantaor de Jerez de la Frontera. Pero Lerroux, que era un tipo echado para adelante, un valandrón de no te menees, se puso a cantar y dio todo un recital. Comenzó por malagueñas del Breva, bordó luego la granaína del propio Chacón, las soleares de la Sarneta, los fandangos de Cayetano y los caracoles de Tío José el Granaíno.
Cuando todos esperaban que Chacón se levantara y se fuera enfadado, por la osadía del republicano cordobés, se acercó a él y le dijo: "Don Alejandro: bien se ve que es usté andalú. Er duende der cante no le farta a ningún andalú". Naturalmente, el político se sintió halagado por el genio y recompensó a Chacón con un buen regalo económico.
Cuando Jorge Semprúm era ministro de Cultura se entrevistó con su homólogo alemán para asuntos de interés. El escritor no paraba de elogiar a los músicos alemanes, a los grandes clásicos, dorándole la píldora. El alemán, cansado ya de tanto jabón, le dijo al ministro: "Pues ya ve usté: a mí me gusta Paco de Lucía". ¡Olé!
Felipe González es un gran aficionado, sobre todo al cante de Antonio Mairena. Antes de ser presidente del Gobierno, ya solía meterse de fiesta con el maestro de los Alcores. En una ocasión en la que Antonio y yo tomábamos café en su casa, abrió una caja de madera y sacó de ella una estatuílla de bronce. "¿Sabes quién es este señor?", me preguntó. "Pablo Iglesias", le respondí. Era el regalo que le habían llevado a casa, esa misma tarde, por cantarle a Felipe González en el chalé de su hermana, la del político.
También los Reyes de España han sido grandes aficionados al flamenco, sobre todo Alfonso XII, que se escapaba de palacio para escuchar a Juan Breva en El Imparcial de Madrid. Tanto a Zapatero como al Rey Juan Carlos les gusta el flamenco. Al Monarca creo que le chifla el Perro de Paterna. ¡Cómo para no cuestionar la Monarquia!