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El hombre que amaba el periódico

“Si dejamos caer una cabecera tan nuestra, al final… ¿qué seremos?”, se pregunta José Ignacio Montero, quien ya sabe la respuesta, como todo el mundo.

el 11 nov 2013 / 21:18 h.

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quiosquero José Ignacio Montero, en su quiosco de Alcosa. Vende cupones, libera móviles, despacha bollería y libros de misterio… pero cada vez, a su pesar, menos periódicos. No es por lo de ahora, ni es solo por lo de El Correo: es que la sociedad del pensamiento libre lleva tiempo muriéndose y todavía no se ha enterado, la pobre. Como no lee... Asomado al ventanuco de su quiosco, en el rato que media entre que le piden un rasca de la ONCE y un bonobús, tiene tiempo para contar que este domingo pasó por allí delante un vecino y, en un arranque de hidalguía sin precedentes, exclamó: “Hoy me voy a dar un capricho. Voy a comprar el periódico.” Recordando aquel suceso, añadía ayer el dueño del establecimiento: “Si comprar el periódico el domingo es darse uno un capricho, es que definitivamente no tenemos arreglo.” Bien que le duele a él, que ha sido uno de los más fervientes y activos paladines de El Correo desde que comenzó esta crisis última. “Si dejamos caer una cabecera tan nuestra, al final… ¿qué seremos?”, se pregunta José Ignacio Montero, quien ya sabe la respuesta, como todo el mundo. “Es también una actitud interesada, si se quiere. Si renunciamos a esto que es nuestro, que forma parte de nuestra vida y de nuestra esencia y de nuestro negocio, luego vendrán más pérdidas, y caerá otra cabecera, y luego otra, y nos convertiremos en no sé qué. ¿En quioscos de todo a cien? ¿Es eso lo que queremos?” José Ignacio, uno de los más entusiastas apoyos que ha recibido El Correo en estos días aciagos como se ha dicho, es el dueño del puestecillo que está frente al colegio Arrayanes, en la Avenida de Chiva. Su musiquilla diaria es el desfogue cantarín de los chiquillos en el patio, revoloteando con su escandalera como una bandada de pajaritos. Es la radio más antigua y más alegre que puede oírse en Sevilla: la de sus colegios en horas de recreo. Y encima, en el caso de este paisano, hay que añadirle a ese soniquete feliz el concierto de ruidos típicos de una calle animadísima de Alcosa que no se resigna a deshumanizarse, que quiere seguir siendo patria de vecinos, y que a mediodía deslumbra de charlas de dos que se encuentran, de paseantes, de transeúntes con bolsas, de chácharas de puerta de bar, de tenderetes ambulantes, de jaleíllos de toda especie, de preocupaciones cercanas e inminentes, de cosas de la gente, de historias a pie de acera. No es casual que El Correo, cuyo espíritu tanto se parece a todo eso, sea interpretado en este barrio como parte de su patrimonio. “Tenéis todo nuestro apoyo”, dice José Ignacio, “porque vosotros sois nosotros”. Así dicho puede parecer una frase hecha, una oportuna gentileza y hasta la amable conmiseración que se tiene con un moribundo (eterno moribundo, habría que precisar, o mejor aún eterno superviviente), pero la verdad es que lo dice sinceramente. Lo cual cobra especial relevancia tratándose además, como se trata, del secretario de la Agrupación Provincial de Vendedores de Prensa de Sevilla, que también ha expresado a este periódico su total respaldo y su solidaridad. Puede que algo ayude, es cierto, ese espíritu casi de pascuas en ciernes que se va viviendo ya por Sevilla pese a las temperaturas (allí mismo, en la cercana calle Ciudad de Liria, se podían ver ya colocadas ayer las bombillas de la iluminación navideña), pero el sentimiento es real. “Desde 1981, en que mi familia tiene este quiosco, no sabía lo que era levantarme un día sin tener a la venta El Correo de Andalucía. Y lo tuve que vivir la semana pasada.” Por aquel entonces, la gente conocía aquello como el quiosco de Paco y Ana, sus padres; hoy, con ayuda de las redes sociales (en las que José Ignacio Montero ha abierto perfiles a su establecimiento), se identifica más como Kiosco Encina del Rey (@kioscoencinarey). Estos días atrás, promovió el que sus clientes compradores de El Correo se hicieran fotos con un ejemplar del mismo para remitirlas a la redacción, a la vez que los informaba en persona de las vicisitudes que está atravesando y del porqué de tal situación. “Hombre, yo veía que la gente estaba un poquito ajena a la realidad de lo que estaba sucediendo, que no terminaban de comprenderlo, y aquí se le ha estado informando”, comentaba ayer. Cuando se le preguntaba acerca de las reacciones de los ciudadanos a sus explicaciones, sobre cómo se lo tomaban y qué decían una vez que por fin se enteraban bien de lo que está pasando, Montero cuenta que casi todos hacían lo mismo: lamentarse de la facilidad con que los gobernantes españoles se implican con la banca y todo su desparpajo de millones volanderos, y lo poco que hacen por las empresas que, como esta, son garantía de libertad, símbolo de una ciudad y de una forma de sentir la vida, y patrimonio material e inmaterial de Sevilla, lo diga el Ministerio de Cultura o el sursum corda. “A los bancos se les da todo el dinero del mundo, y se les pone por delante todo lo que piden, pero a El Correo van a hacerse la foto y nadie se compromete. Y eso duele y extraña, porque El Correo y Sevilla son una misma cosa.” El hombre se lamenta de la degeneración de los tiempos, de cómo la voracidad del dinero está devorando los principios más elementales, de cómo “nos estamos convirtiendo en máquinas de trabajar” a cambio de apaciguar el miedo, una forma de esclavitud muy novedosa (o tal vez no tanto, si se piensa bien). Mientras tanto, los coleccionables de ganchillo y las revistas de ciencia asoman por sus expositores como flores de una primavera que va a menos. “Pese a todo, la prensa y las revistas siguen siendo lo que más se vende”, dice, “pero cuidado, que con la crisis se ha perdido el 50% de las ventas, y eso que ya iban a la baja desde el boom de internet y los medios digitales.” Hijo de quiosqueros y quiosquero en ejercicio, le da la sensación de que mucho tienen que cambiar las cosas para que sus hijos, aún pequeños, mantengan la tradición del oficio. “Mis padres vivían bien vendiendo solo prensa. Ahora, te las ves y te las deseas y tienes que vender de todo.” Quioscos. Quioscos como epitafios de un sueño que fue hermoso mientras duró.

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