PLAZA DE LA REAL MAESTRANZA
Ganado: Se lidiaron seis toros de Fuente Ymbro, bien presentados. Los mejores del encierro, aunque un punto rajados, fueron el primero y el sexto. El quinto fue tan importante como difícil. Inválido el segundo; falto de entrega el tercero y blando aunque potable el lidiado en cuarto lugar.
Matadores: Salvador Cortés, de pavo y oro, ovación y silencio.
Antonio Nazaré, de celeste y oro, silencio y oreja.
Esaú Fernández, de Valdepeñas y oro, silencio y oreja.
Incidencias: La plaza registró media entrada en tarde fría, ventosa, progresivamente nublada y muy desapacible. Antonio Nazaré resultó herido por el quinto de la tarde sufriendo "herida incisa por asta de toro en región gemelar derecha que interesa musculatura del gemelo" de pronóstico leve. Después de ser intervenido en la plaza fue trasladado al Sagrado Corazón.
No fue un encierro de revolución pero sí muy apto para triunfar. Y además, Ricardo Gallardo echó dos toros nobles, enclasados y de viajes rebosantes para hartarse de torear que entre unas cosas y otras se fueron sin cuajar por completo. Esa pareja de ases en la manga del criador de Fuente Ymbro abrieron y cerraron un encierro serio y muy variado que constituyó una oportunidad envenenada que puso en evidencia las verdaderas posiblidades y el estado de sitio de la terna.
La verdad es que, a priori, el mayor interés del cartel recaía en Antonio Nazaré, posiblemente el torero de la cantera más mentalizado, preparado y concentrado para dar el salto definitivo al gran circuito. Pero la mala suerte que le suele acompañar en los sorteos volvió a hacerse patente cuando salió el segundo de la tarde, un toro que pareció lastimarse después de salir del caballo y que acabó refugiándose en los tableros afligido por su escasez de fuerzas. Nazaré lo intentó por todos los medios pero el animal estaba absolutamente derrengado y la faena no podía caminar a ninguna parte.
Había consumido casi todos los cartuchos de la canana y sólo quedaba un disparo para no dejar pasar en blanco una Feria en la que se jugaba el ser o no ser. Y así, el diestro nazareno salió echando humo a recibir al quinto, un toro bien hecho y muy ofensivo que enamoró al público desde que salió por la puerta de chiqueros. Humilló poco en los engaños en los primeros compases de su lidia pero a su matador no le importó y lo apostó todo en los medios cuando tuvo la muleta en la mano. La dejó puesta, lo templó y alcanzó el mejor son en una sensacional serie diestra que hizo crujir la plaza. En ese momento se hizo presente un ventarrón inoportuno que descompuso en parte la siguiente tanda de muletazos pero la emoción llegaba por las dificultades de un animal que no era precisamente el tonto de la pandereta. Tuvo mérito el trasteo de Nazaré aunque le faltara cierta redondez. Pero todo el mundo se puso de acuerdo cuando le echó el trapo por el lado izquierdo sufriendo una tremenda voltereta de la que salió herido en una pierna. Algo mermado de facultades, aún le enjaretó algunas manoletinas antes de echarlo abajo de una estocada fulminante que cambió por una oreja que no pudo pasear. Renueva crédito.
Pero habíamos hablado de dos grandes toros, también un pelín rajados, que tenían que haber servido para lanzar a sus matadores. El primero correspondió a Salvador Cortés, que navega en horas bajas. Muy acucharado de cuerna, blandeó algo en los primeros tercios aunque mejoró el tono en banderillas antes de llegar a la muleta con embestidas prontas, alegres y sobre todo rebosantes con las que Salvador no fue capaz de templarse.
Unas veces fue el viento, otras la falta de ajuste o los tirones innecesarios pero el toreo no fluía a pesar de que el toro de Fuente Ymbro seguía embistiendo en la muleta del diestro sevillano que, muy al final, llegó a acoplarse en algunos muletazos jaleados por la parroquia que supieron a muy poco. Pero a Cortés le costó siempre tomarlo muy por abajo. Por ahí el toro respondía y se desplazaba largo, muy largo. El público supo ver bien lo que había pasado y calibró los entusiasmos como hace tiempo que no se veía en Sevilla: ovacionando al toro en el arrastre y consolando al matador con unas leves y demoradas palmas que Cortés quiso cambiar por una improcedente vuelta al ruedo que nadie le permitió. Definitivamente afligido, tampoco se entendió con el cuarto, un toro blando y a la defensiva en los inicios que acabó tomando la muleta con cierta bondad. La verdad es que Salvador se amontonó y no encontró el temple mientras el público se mosqueaba.
Pero había otro as en esta baraja llegada de San José del Valle. Fue el sexto, un enorme, feote y pasado ejemplar que tocó en ¿suerte? a Esaú Fernández. El toro era un bombón, un carro que se desplazaba en todos los muletazos sin que el joven diestro camero acertara a ajustarse por completo en una labor mecánica y falta de alma que tampoco gozó de la colocación precisa. Posiblemente, encontró el mejor argumento en una templada serie al natural que también mostró las grandes posiblidades de un toro que, por levemente rajadito, dejaba estar muy agusto a su matador que amontonó pases y más pases sin llegar a cuajar por completo a un ejemplar que merecía más, mucho más. La oreja que le dieron después de la larga agonía sirve para las estadísticas pero tiene otras lecturas para meditar con tranquilidad. Antes, no había pasado de correcto con el tercero, al que recibió a portagayola -también al sexto- iniciando una labor friota y algo apresurada que no terminó de transmitir nada al tendido. Sorprendió el brindis a Lolo Espinosa, el hombre que más de verdad ha apostado por su incipiente carrera. "Gracias a ti estoy aquí", le dijo Esaú. La cara del veterano picador de Camas era un criptograma.