Es complicado imaginar lo que ayer le pasaba por la cabeza del candidato del PP andaluz. Javier Arenas Bocanegra no habrá dormido mucho esta noche. A sus 54 años, "el niño Arenas" se ha quedado a las puertas de cumplir su mayor sueño: ser presidente de Andalucía, su tierra. Es durísimo tras una travesía de 30 años. Ni para cruzar el Sáhara a pie se necesitan tantos lustros como lo que llevan de oposición en Andalucía. La izquierda resiste.
Han sido tiempos difíciles, de dura crisis económica, pero también tiempos de esperanza política en San Fernando, la sede regional del partido, truncados en el último momento, en las urnas. Arenas, "un creativo de la política" -dicen sus colaboradores-, regresó en 2004 tras el batacazo electoral de su Gobierno con una idea clara: ganar la Junta. Lo dicen quienes lo conocen, se ha llevado los últimos cuatro años en Plan Quijote, obcecado por ganar. Arenas es simpático pero también tenaz, advierten. El exministro desembarcó en Sevilla con los restos del naufragio de su partido en una maleta y retomó las riendas del PP andaluz. Dicen que nunca dejó de mandar en la distancia y a pesar de Teófila Martínez. Entonces cuando tenía un acto la asistencia era más bien escasa. Nada que ver con la bulla de sus últimos foros, cuando los sondeos coinciden en su triunfo absoluto.
Este abogado que solo ejerció su profesión de forma ocasional mientras Sevilla disfrutaba la Expo del 92, lleva toda la vida en política. Funcionario en excedencia, su retrato cuelga de las paredes de tres ministerios: Trabajo, Administraciones Públicas y Presidencia. Ha sido dos veces vicepresidente del Gobierno de España y fue secretario general del PP con Aznar. Aún hoy sigue conservando un poderío indiscutible en su partido. Es uno de los hombres fuertes de Rajoy, el único contrapoder de María Dolores de Cospedal, un barón sin Gobierno pero con un gran predicamento en sus filas. Es habilidoso políticamente. Rápido, ingenioso, buen orador, charlatán -critican desde los partidos contrarios-, triunfa en el regate corto.
Fue el concejal más joven del Ayuntamiento de Sevilla. Ya en 1983 tenía despacho oficial. Empezó con la UCD, su padrino fue Manuel Clavero, lo tentó Alejandro Rojas Marcos pero prefirió el PP. Tiene poder de seducción. Para algunos es un "vendedor de baratijas". Para otros, cercano, afable. Disfruta una memoria prodigiosa. Es capaz de recordar cualquier nombre. Sus mítines a veces cogen aire del club de la comedia. Llega a un pueblo y saluda al cuponero, al dueño del bar y a la familia del último concejal. Dicen que es un animal político.
Acudió a votar con la mayor de sus tres hijos, Marta. Tiene otro adolescente aunque en su casa, repite el a menudo, manda el chico, Carlitos. Está casado con la abogada Macarena Olivencia, una mujer discreta, sobria, elegante, hija de uno de los abogados más prestigiosos de Sevilla.
Él se siente sevillano de Olvera. Su familia es de este pueblo de la serranía gaditana, donde él jugaba de pequeño con Pepito y se hizo su primera brecha. No fue en la ceja, esa que levanta cuando ironiza y que los socialistas han convertido en uno de los rasgos de su carácter. Había prometido dar las gracias a muchas vírgenes si llegaba al Gobierno. Ni La Macarena ni la Virgen de los Remedios de Olvera verán ofrendas.
Ayer todavía circulaba por internet aquella foto del Hotel Palace en la que un limpiabotas le lustraba los zapatos. Esa imagen de señorito andaluz de derechas que han difundido sus adversarios le ha hecho mucho daño. Le ha costado muchos años, tres derrotas en las urnas y una victoria insuficiente, muchos ratos amargos, y sigue sin convencer a los andaluces de que confíen al PP una mayoría absoluta. Los andaluces le ha dicho que sí a medias y él no se sabe si tendrá que volver a pedir su oportunidad como Platanito en las plazas de segunda. Arenas lleva meses repitiendo que su máxima era la humildad y que su triunfo absoluto estaba en el aire. En eso no se equivocó.