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El oro de América y ‘Carmen’ abrieron la senda cultural

La muestra acostumbró a los sevillanos a tener al alcance de la mano la más variada agenda de eventos culturales, y a jefes de Estado y Gobierno paseando por la ciudad

el 05 may 2012 / 19:41 h.

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La primera semana de mayo, la Expo 92 trajo consigo el ensayo general de una forma de vivir la cultura a la que el sevillano se acostumbraría pronto, aunque luego la echaría de menos durante años: cualquier cosa podía estar al alcance de la mano. La inauguración de la muestra El oro de América, la mayor colección de oro precolombino reunida jamás, llenó la Plaza de América con 400 piezas de oro macizo datadas entre el 500 a.C. y el 1000 d.C., procedentes de una docena de culturas que existieron en suelo de los actuales Perú y Colombia. Distribuidos en salas oscuras, de paredes negras, los brillantes tesoros atrajeron a miles de visitantes que pudieron apreciar de cerca el Tesoro de los Quimbayas o el ajuar funerario con el que fue enterrado el Señor de Sipán en el siglo II.


Unas piezas ancestrales de valor incalculable, detenidas en el tiempo, ajenas a las demandas que aquel Primero de Mayo reivindicaban, fuera de la Cartuja, los trabajadores de Sevilla: "La lucha contra el decretazo marca el 1 de mayo", titulaba ese día El Correo de Andalucía, refiriéndose no a los recortes del Gobierno de Mariano Rajoy, sino a los que Felipe González quería hacer en el subsidio de desempleo. Una jornada "más reivindicativa que festiva", se definió entonces, igual que ahora.

La aún incipiente necesidad de controlar el gasto llevaba al entonces ministro de Sanidad José Antonio Griñán a anunciar el Plan Empresa de la Sanidad, que preveía mejorar las prestaciones con medios más modernos que añadirían eficacia y supondrían un ahorro. Aún no se había llegado al nudo de la crisis con el que ahora se justifican unos recortes sin inversión ni aumento de las prestaciones.

Pero mientras, en el sueño que vivía Sevilla con la Expo 92, la programación cultural que durante años se había estado gestando comenzaba a dar frutos con el estreno en el Teatro de la Maestranza de la ópera Carmen, dirigida por el asesor lírico de la Expo, Plácido Domingo; con la dirección escénica de Nuria Espert e interpretada por José Carreras y Teresa Berganza, una alineación de planetas irrepetible. Esa misma semana, Daniel Barenboim dirigía a la Filarmónica de Berlín sin que la gastritis que sufría lo alterara, como desvelaron más tarde los periódicos.

En paralelo, a los grandiosos espectáculos del Maestranza les daban el contrapunto alternativo las actuaciones en la inolvidable Plaza Sony o el desaparecido Palenque, como la comedia musical Cuando Jack el destripador bailaba claqué o los conciertos de La Década Prodigiosa o Puturrú de Fuá, completando un programa cultural que llenaba dobles páginas en El Correo.


Porque la Expo 92 estaba llamada a abrirle la mente a los sevillanos en lo cultural, como en tantas cosas, aunque no pudo evitar algún tropiezo. Por ejemplo, la polémica surgida cuando antes de la inauguración se retiraron las obras del artista plástico Rogelio Pérez Cuenca, que había creado un conjunto de señales idénticas a los grandes pivotes azules oficiales de la exposición, con textos en tres idiomas que definía como "político-poéticos" y destinados a despertar la curiosidad del visitante. Las obras formaban parte de una iniciativa para diseminar obras de arte de vanguardia por los espacios públicos de la muestra, bien construcciones, estatuas o murales, como la Media esfera azul y verde del venezolano Jesús Soto que daba la bienvenida en Puerta Triana o el mural esmaltado de Roberto Matta ubicado junto a la Barqueta, casi todos desaparecidos ya. Pero a última hora, los 48 paneles señalizadores de Pérez Cuenca no debieron de convencer, porque cuando se abrió la Expo 92 no estaban en los lugares que el artista había consensuado con la organización. A primeros de mayo, El Correo recogía las quejas resignadas del autor, que detallaba los esfuerzos realizados para adecuar su proyecto al recinto, mientras la responsable de estas muestras artísticas al aire libre daba la callada por respuesta.


En paralelo, la Expo inició la semana del 1 al 7 de mayo la senda de visitas institucionales con la del presidente polaco Lech Walesa, el primero en poner los pies en la Cartuja, aunque seguido de cerca por su homólogo francés Francois Mitterrand y por la reina Beatriz de Holanda. Comenzaban también los días dedicados a las regiones, con Aragón luciendo sus mejores galas.


El exsindicalista polaco que llegó a jefe de estado visitó la Expo el 3 de mayo, antes de ser recibido por los Reyes y por el presidente González, rodeado de una veintena de guardaespaldas. En el pabellón diseñado por el arquitecto Fernando Mendoza, Walesa definía la democracia de Polonia como "un recién nacido" que tiene que caerse, para justificar el avance de la ultraderecha que acechaba la política del país.


No menos esfuerzo diplomático hubo de realizar Mitterrand cuando el entonces alcalde Alejandro Rojas Marcos le recordó la desconfianza de Francia hacia España en materia antiterrorista, que el presidente zanjó alabando las coincidencias entre ambos países, antes de acudir a la Cartuja para visitar el pabellón de Francia, uno de los más valorados por los visitantes de la Expo -el sexto en las encuestas-. Era una plaza abierta con un pozo de imágenes a 20 metros de hondura sobre el que la II Patrulla de Francia realizó un vuelo acrobático lanzando en el cielo estelas con los colores de la bandera. Ese mismo día moría, precisamente en París, la actriz Marlene Dietrich; mientras Los Ángeles (EEUU) trataba de recuperar la normalidad tras unos disturbios que provocaron 44 muertos y dos mil heridos y obligaron a decretar tres días de toque de queda, durante los que 10.000 militares se esforzaban en contener las algaradas.


Poco eco tenía semejante drama en la Cartuja, donde el conflicto se producía al decidir la Policía española decomisar los ocho kilos de hojas de coca con las que el pabellón de Bolivia había decidido obsequiar a sus visitantes, para que las mascaran como es usual en el país. Las autoridades españolas se negaron, por estar catalogada como droga. Y los sevillanos aprendieron, gracias a las explicaciones que dieron los responsables del pabellón a este periódico, que hacían falta mil kilos de hoja de coca para fabricar un solo gramo de la droga y que los bolivianos la masticaban o la tomaban en infusión. "Es como confundir la uva con el vino", alegaban enfadados. Como solución de urgencia, algo pacata quizá, se permitió a Bolivia exponer las hojas en una vitrina.


También se dio el caso contrario, y Sevilla fue tierra de conciliación: "La gastronomía une lo que la barbarie separa", publicaba El Correo al detallar la oferta culinaria del restaurante Remo, instalado en el pabellón de Yugoslavia, que mostraba sus especialidades de carne mientras la Conferencia de Bosnia trataba de frenar los enfrentamientos que aquellos días arrasaban Sarajevo.

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