Cultura

El ruso que nos conquistó

El director Maxim Emelyanychev firma en el Teatro de la Maestranza el mejor Mozart escuchado en este coliseo. Las funciones de ‘Don Giovanni’, mediocres en lo escénico, cuentan también con un Carlos Álvarez en buena forma.

el 22 nov 2014 / 15:05 h.

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Don Giovanni, ópera de Wolfgang Amadeus Mozart con libreto de Lorenzo Da Ponte. Maxim Emelyanychevdirección musical y claveMario Gasdirección de escenaJosé Antonio Gutiérrezreposición puesta en escenaElisa Crehuetayudante de dirección de escena.Íñigo Sampildirección del coroEzio FreigerioescenografíaFranca Squarciapino,vestuarioJuan Manuel Guerrailuminación. Con Carlos Álvarez, David Menéndez, Yolanda Auyanet, Maite Alberola, Rocío Ignacio, David Lagares, José Luis Sola, Pavel Daniluk. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Orquesta Barroca del Conservatorio Superior de Música “Manuel Castillo” de SevillaCoro de la A.A. del Teatro de la Maestranza. Producción del Teatro de la Maestranza. Viernes 21 de noviembre de 2014.
DON_GIOVANNI_32Quienes preconizan que el mayor peso de una ópera radica únicamente en las voces, se equivocan. O lo hacen a juicio de quien esto suscribe. La prueba podemos hallarla en las funciones de Don Giovanni que esta semana se ofrecen en el Maestranza y cuya primera representación tuvo lugar el viernes.  Contamos aquí con un reparto competente, que no desmelenará a los fans del espectáculo decimonónico, pero que tampoco les dejará insatisfechos del todo. Se ubica este en un escenario ramplón, bellamente iluminado en algunos momentos, pero nada más. En el foso, lo mejor. Probablemente sea este el más inspirado Mozart que se haya escuchado en mucho tiempo en el coliseo del Paseo Colón. Y, en fin, la cosa funciona razonablemente. El conjunto, como ven, es desigual, pero sale uno del teatro con gusto. Continuemos con lo que sucedió a nivel instrumental. Una Sinfónica de Sevilla bastante reducida probó a tocar Mozart como se debe tocar Mozart. Y como, por otra parte, resulta más interesante. En estilo, o históricamente informado, como prefieran. El director, el jovencísimo maestro ruso Maxim Emelyanychev, es un portento. Y tras estas sesiones, el Maestranza debería seguirle de cerca, encariñarlo para que cuando su caché se vaya de madre, poderlo tentar aunque sólo sea por la nostalgia. Que en su curriculum aparezca como colaborador de Teodor Currentzis, la otra batuta rusa del momento, sólo un poco más talludita, habla en su favor. Sería aventurado tildar a Emelyanychev de especialista. Pero no andaría lejos. Aligeró los tiempos, fraseó con enorme musicalidad y se mostró incisivo en los acentos. Además  hizo pequeños aportes al orgánico de la Sinfónica y limó el uso del vibrato, pese a que algún músico parecía renuente a abandonarlo. Y concertó, subrayando la línea melódica y escuchando a las voces. Además, en los recitativos, tocando él mismo el clave, ornamentó con elegancia e introdujo escalas llenas de fantasía. Insistimos, Emelyanychev hizo un Mozart enorme; sin caidas de ritmo, ligero y con bellas modulaciones. Un fichaje atrevido que merece los máximos parabienes. Es de desear que su presencia suponga un punto y aparte y, a la hora de ofrecer música del XVIII, se cuente con batutas así. Las voces, por el contrario, fueron más a lo suyo, que no siempre lo suyo fue Mozart. En general, todos sobreactuaron y, desde luego, no se vieron transidos por la fineza del foso. Fue un Don Giovanni gustosamente voceado. Pero hubo momentos de buen canto, como los que ofreció el barítono Carlos Álvarez, quien volvió a demostrar la delicadeza de su fraseo y el hermoso timbre de su registro, pese a que no estuvo sobrado de proyección, toda vez que, como se anunció por megafonía, padecía un proceso gripal. Si de gritar hablamos, la Doña Elvira de Maite Alberola fue un claro ejemplo: estridente, fuera de estilo y sin control sobre las modulaciones. Su Non ti fidar a Mi tradi, quell’alma ingrata supuso la constatación de su mala noche.  Vigoroso el Comendador de Pavel Daniluk. Yolanda Auyanet dio con el tono dramático, pero fue la suya una interpretación rígida de Doña Ana, carente de atractivo. Bastante mejor la ágil Zerlina de Rocio Ignacio, brillando en su Batti, batti, cantándolo con bonito fraseo y buen estilo. El Don Octavio de José Luis Sola se afanó en rubricar su Or che tutti, o mio tesoro, pero sólo lo logró a medias, sin transmitir demasiados sentimientos a la platea. Del lado de lo mejor, junto con Álvarez e Ignacio, el Leporello de David Menéndez contó con una voz bella, aclarada y flexible. El joven bajo David Lagares como Masetto salvó el papel, sin gracia, como contagiado por la generalizada atonía. Correcto el trabajo del Coro del Maestranza que dirige Íñito Sampil. No ayudó, ya lo enunciabamos al principio de esta reseña, la puesta en escena de Mario Gas, producción de 2008 del Teatro de la Maestranza. Resulta tan mediocre que varios números se nos dan a cortina cerrada, con los cantantes al borde del foso. Parece, sólo parece, querer contarnos la peripecia de Don Juan en un clima años 20 con gangsteres por medio. Pero todo se solventa tan mal, que no atinamos a entender lo que sucede a nivel escénico. El encargado de la reposición, José Antonio Gutiérrez, se limitó a ejecutar el plan de Gas, un teatro sin vida en el que caben unas cuantas columnas temblonas, un par de mesas y de palmeras y un coche de época. Aburrimiento generalizado ante una dramaturgia en la que no sucede nada relevante y por donde los cantantes deambulan sin que nadie parezca haberlos dirigido. Pone la guinda la vampírica aparición de la estatua (humana) parlante del comendador en un ataud flanqueado por cirios barrocos y florilegio sevillano. Otra aportación más al ya nutrido catálogo de puestas en escena vistas en el Maestranza en las que, lejos de reinventar, repensar o añadir reflexión a la ópera, se opta por el coloreo más aburguesado. Una versión en concierto nos hubiera sentado mejor.

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