Cultura

"En mi infancia éramos pobres, pero no lo supimos hasta que llegó la tele"

Manuel Bohórquez presenta ‘Cuatrovientos. El niño que hablaba con los olivos’

el 04 dic 2014 / 12:00 h.

bohorquez-libro Aunque nacido en Arahal en 1958, la infancia de Manuel Bohórquez son recuerdos de un olivar de Palomares. En concreto, del poblado de Cuatrovientos, que da título al último libro de este reputado crítico flamenco, subtitulado El niño que hablaba con los olivos. El volumen será presentado hoy (20.00) en la hacienda La Truja de Palomares, con el prologuista Quico Pérez-Ventana como presentador y la música del guitarrista MarceloPalanco. «Llegué a Palomares con dos años y medio, cuando mi padre acababa de morir. Mi madre se colocó en un almacén de aceitunas, y allí pasé mi infancia», recuerda el autor, que ha aparcado su habitual registro divulgativo para caminar en la frontera entre la memoria y la ficción. «Son recuerdos novelados, pero todo lo que cuento es verdad. Todas las personas que cito son reales, porque aún soy capaz de cerrar los ojos y entrar en todas las casas de Palomares, y nombrar a cada vecino por su nombre». Ello no impide a Bohórquez reflejar episodios que parecen sacados del realismo mágico, ora porque él mismo incorpora sucesos soñados, ora porque la realidad podía ser prodigiosa. «Hay cosas increíbles, como aquel perro salvaje que se comía las ovejas y logré salvar de que lo mataran. Terminó enrolándose en un circo, y al año siguiente incluso volvió al pueblo», evoca. Pero en Cuatrovientos. El niño que hablaba con los olivos hay sobre todo un retrato emocionate de la dignidad de la pobreza. «Éramos pobres, pero ni lo sabíamos. Fuimos felices hasta que llegó la tele, y vimos que había otros planetas donde se vivía mejor», bromea el escritor. «Mi madre, que a sus 88 años está leyendo el libro, me dice con razón que yo nunca me quedé sin comer. Es verdad que siempre había una olla de potaje, porque ella trabajaba y mi abuelo buscaba cosas en el campo, pero estrenábamos ropa una vez al año, no teníamos balón y jugábamos al fútbol con una botella de plástico... No había cine, ni casa de cultura, ni polideportivo... Solo teníamos un futbolín en todo el pueblo». Sin embargo, Bohórquez se recuerda como un niño feliz, inteligente e imaginativo, que al trepar a un pino y avistar Coria y San Juan a lo lejos soñó con volar, pero que vivió la marcha a la capital hispalense como un desgarro. «Yo ya trabajaba en Sevilla, mi hermano también, y mi madre decidió que era mejor irnos. Abandonamos el paraíso de Palomares para irnos a Su Eminencia, que en los primeros 70 era un nido de droga. Tal vez por eso tengo idealizado Cuatrovientos». La madre de Bohórquez, su primera lectora, se sorprende de que aún recuerde tantos detalles y personajes de entonces. Solo de vez en cuando detiene su lectura para señalar algún episodio y reprocharle cariñosamente: ¿Y esto da para salir en un libro? ¡Si esas cosas pasaban en todos los pueblos!».

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