El candidato socialista François Hollande, más acartonado que tranquilo, se enfrentó en el único debate televisado en Francia de cara a las elecciones presidenciales con el candidato conservador Nicolas Sarkozy, más crispado que carismático. El socialista y favorito en las encuestas -que llegó a referirse al conservador como "presidente saliente", sin que obtuviera réplica- propuso la renegociación del tratado de estabilidad que limita el déficit público en los países de la UE (la imposición más impopular de la canciller alemana Angela Merkel por la austeridad que conlleva), la creación de eurobonos y de impuestos a las fortunas.
Y se encontró con la contraargumentación de un gesticulante Sarkozy que argumentó que España "decía que su déficit estaba al 6% pero era un 8% y los bancos piensan que es peligroso prestarle dinero" o que en "siete años de socialismo en España ha crecido el paro 161%" y que el modelo para Francia es "alemania, no sus amigos de Grecia y España que son los que padecen la austeridad, no los franceses". El conservador, en vez de subir los impuestos a las grandes fortunas propone imponer un IVA que desmotive la deslocalización de empresas, mientras que consideró imposibles de financiar otras propuestas del socialista: creación de un banco público, reponer la jubilación a los 60 años y luchar contra el paro y la pérdida de poder adquisitivo.
Aunque en el debate hubo varios momentos de tensión entre los dos candidatos -en los que la inexpresividad ayudó más a Hollande que la capacidad de comunicación de Sarkozy, que transmitía irritación-, el asunto en el que se enzarzaron con más encono fue el relativo a la inmigración y los derechos de los extranjeros.
En este terreno Sarkozy, en busca de votos de la creciente extrema derecha, dio imagen intransigente: "El Islam en Francia hace irresponsable conceder el derecho al voto extracomunitario en las municipales".
