La ya tradicional gala lírica con la que la Universidad de Sevilla clausura el curso académico, ha combinado en esta ocasión los géneros que se abordaron en anteriores ediciones, zarzuela, ópera y opereta, quizás para próximamente atreverse con el musical americano, tal es el grado de versatilidad demostrado en una noche que hubiésemos deseado no tuviese fin.
Como botón de muestra la candidez y finura con la que Ruth Rosique, a quien hacía tiempo que no disfrutábamos en esta tierra, entonó un aria de La viuda alegre, magníficamente acompañada en la batuta por el siempre eficiente Juan Luis Pérez, atento y respetuoso en todo momento, si bien resultó poco sutil en las oberturas de El rapto del serrallo y Orfeo en los infiernos. Con igual prestancia que la soprano pudimos encandilarnos con Ismael Jordi, que en los bises desveló el secreto de su triunfo en París con El cantor de México.
Si alguien en la abarrotada sala pospuso sus vacaciones hasta después de la gala, a buen seguro que nunca se arrepentirá. El inmenso gozo experimentado por el público se trasladó también a los cantantes, exhortos en sus roles, sus emociones y amoríos.
Desparpajo, gracia y mordiente tuvieron la guapa Rosique y el apuesto Jordi, amén de unas voces impregnadas de magia y poderío. Sobrecogedor fue el Tombe degli avi que el tenor dedicó alzando la mirada al cielo donde ubica al maestro Kraus. Fraseo impecable, proyección sobrada y un gusto exquisito en la modulación, definieron el buen hacer del jerezano, mientras ella sufrió puntuales desajustes compensados con una presencia escénica extraordinaria, un timbre de voz precioso y una versatilidad altamente encomiable.
