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Galeano, la atención de las masas

La Pérgola de la Feria se quedó pequeña ante la respuesta del público al escritor uruguayo.

el 18 may 2012 / 20:36 h.

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Y la Pérgola se quedó pequeña. Si en los últimos días, y animada por las temperaturas favorables, la Feria del Libro experimentó una notable afluencia de público, con llenos absolutos en los actos dedicados a Manuel Chaves Nogales y colas notables para Kanouté. Ayer, Eduardo Galeano batió todos los récords: gente y más gente, ocupando las sillas, repartida por el suelo, encaramada en las farolas, desbordando las calles del recinto. El escritor uruguayo, un clásico vivo de las letras latinoamericanas, es ahora, además, un autor de moda, ya sea porque el presidente venezolano Chavez le regaló a Obama su libro Las venas abiertas de América Latina, ya sea porque el movimiento del 15-M ha hecho de sus hallazgos eslóganes que enarbolar.

Lo cierto es que no es frecuente que un autor sea vitoreado y aplaudido a cada momento de su intervención como un cantante pop, como tampoco lo es que se embarque en una gira por nueve ciudades españolas. Sevilla era la última, y le aclamó como a un ídolo de masas. Y él, apenas sin inmutarse, sin concederse casi el lujo de una sonrisa. Con voz queda, serena, el autor invitado por el Centro de Estudios Andaluces presentó su último libro hasta la fecha, Hijos de los días, recién editado por Siglo XXI.  Galeano leyó fragmentos de esta y otras obras, piezas breves que, como suele suceder en todos sus títulos, condensa en pocas líneas potentes alegatos anticapitalistas y miradas críticas sobre la realidad más palpitante.

En el argumentario de Galeano hay de todo: defensas del Medio Ambiente (“El clima se vuelve loco de remate, y nosotros también... Si la Naturaleza fuera banco, ya la habrían salvado”), cuestionamientos de la política internacional de las grandes potencias (“La guerra contra el terrorismo sería legítima si fuese de veras una guerra contra el terrorismo, es decir, contra los que desprecian la vida humana”), críticas contra lo que él llama la inflación palabraria (“Basta de escuchar discursos que hablan pero no dicen”) o contra la manipulación de los miedos de comunicación (“El New York Times publicó un artículo que decía que la radioactividad de Hiroshima y Nagasaki era propaganda japonesa. Ganó el premio Pulitzer, y se supo que ganaba dos sueldos: del periódico y del Estado norteamericano”).

Sí sonrió Galeano al leer su conocido manifiesto Adopte un banquerito, donde explica cómo “los banqueros, los más peligrosos asaltantes de bancos, aunque ninguna cámara registra sus actos ni suenan las alarmas”, vaciaron las cajas y fueron beneficiarios después de una inyección de capital que “habría dado para que comieran todos los hambrientos del mundo, postre incluido. Pero a nadie se le ocurrió”.    

Así consumió Eduardo Galeano una hora larga, recordando episodios históricos con enseñanzas vigentes para el tiempo presente. Un tiempo en el que, contra todas las señales, todavía hay multitudes dispuestas a escuchar, si la voz les convence.

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