Fiesta Mexicana de los Muertos en la Casa de la Provincia. / José Luis Montero Bordeando el patio de la Casa de la Provincia, macetas con flores naranjas de cempasúchil, conocidas en España como tagetes. Pendiendo del cielo, piñatas decoradas con motivos fúnebres. Un olor parecido al incienso, acaso más dulzón, flotando en el aire. Y hasta una niña maquillada como una calavera de Posada correteando de aquí para allá, como un espíritu impúber. Así es la celebración en Sevilla de la Fiesta Mexicana de Muertos, que desde este viernes y hasta el próximo lunes acogerá la citada institución provincial como parte del programa del Otoño Cultural Iberoamericano que patrocina la Fundación Caja Rural del Sur. Foto: José Luis Montero Una iniciativa que cuenta ya su séptima edición aunque Sevilla solo ha disfrutado de las tres últimas y que cada año ha venido dedicándose a una ciudad mexicana distinta. Este año era el turno de la Ciudad de México, y para ello han sumado esfuerzos varios artistas de dicha urbe coordinados por Elia Domenzain, delegada del Otoño Cultural Iberoamericano en el país azteca. Las mencionadas piñatas son obra de Adriana Serrano. Los diseños textiles y artesanías expuestos en un mostrador, de Linda y Querida. Un videomural, a modo de altar de muertos, es de Isabel Barbachano. Hay incluso una pequeña degustación gastronómica, de guacamole para más señas, a cargo de Pedro Ortiz, de La Calaca by Amor a la Mexicana, y otra del llamado pan de muertos, bocado suave con aroma a naranja y azúcar que se acompaña de bolitas que representan huesos dulces. Pero los protagonistas de este año son cinco grandes escritores fallecidos a los que se les rinde homenaje bajo el lema La Cultura descansa en Paz. A ellos se dedica una instalación de Maritza Morillas, en la que una serie de tazas simbolizan el universo de cada uno. Los tres primeros celebran su centenario este año: Octavio Paz, protagonista absoluto; José Revueltas, cuya taza flota en el agua como recuerdo de sus días en la isla-penal más duro de México; y Efraín Huerta, de cuya taza salen tiras de papel para reconocerlo como inventor de los poemínimos. Los otros tres fallecieron este año: Gabriel García Márquez, con sus mariposas de Macondo grabadas en las tazas; José Emilio Pacheco, simbolizado en una lengua de tierra de El Rocío para más señas como camino de irás y no volverás, y Carmen Alardín, de la que se quería mostrar su emblemático cuchillo azul, aunque al final el público tendrá que conformarse con su taza sobre algunos libros suyos. Foto: José Luis Montero A Octavio Paz se le dedica también una exposición fotográfica a cargo de Mauricio Castillo, y que lleva por título Los rostros de la llama. Se trata de variaciones sobre el retrato del Nobel mexicano, inspiradas en una frase del poema Piedra del sol. En la información que se facilita al público figura el elocuente fragmento en el que Octavio Paz afirma que «en la simulación hay que rehacer, recrear, modificar el personaje que fingimos... hasta que la apariencia, la mentira y la verdad se confunden». Mentira y verdad, vida y muerte, se confunden en el aire aromatizado de la Casa de la Provincia, poco antes de la actuación de YaSon+, grupo de música mexicana fusionada con son y jazz liderado por Alberto Bellón. Pero la fiesta no está reñida, ni mucho menos, con el compromiso. La propuesta múltiple, según explica Domenzain, ha querido completarse «con un recuerdo a los 43 estudiantes desaparecidos en Guerrero, bajo el lema Vivos se los llevaron, vivos los queremos». Sus nombres sobreimpresionados en el cartel los evocan, como un número 43 hecho con velas encendidas. Un modo de recordar que la muerte en México no siempre es una fiesta.