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Hoy canta por alegrías

el 05 jun 2010 / 18:48 h.

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El hombre, el periodista, el escritor, nuestro compañero, recibe hoy el reconocimiento a su trayectoria. Un galardón para descubrirse ante él. Para aplaudirle a compás. Como aquel de la Peña El Chozas al cumplir sus primeros diez años de crítico. Como cuando su loa a Pastora fue considerada el mejor libro flamenco del año. Como esos otros que iluminan sus vitrinas. Aún mayor. La Cátedra de Flamencología de Jerez, toda una institución en este arte autóctono, le concede su Premio Nacional de Crítica e Investigación. Hoy la Cátedra de Jerez... sienta cátedra. Anuncia a los cuatro vientos que el camino andado por este espigado sabio de la cultura andaluza, antaño espinoso, ha servido para iluminar y ensanchar el flamenco. Porque su escritura también es música flamenca.

Lástima que su vergüenza torera, que no le frena el piquito de oro en los atriles, nos haya privado de un gran cantaor. Porque Manuel Bohórquez Casado (Arahal, 1958) canturrea lo jondo para sacar los colores a esas figuras que rechazan asomarse al Maestranza por no mancillar su caché. Bohórquez canta por seguiriyas y abre de par en par el balcón de sus penas, que son muchas, aunque antiguas. Pero hoy elegirá un cante festivo y se lo regalará a Mariángeles, que de entre todos los hombres fue a entregarse al más honrado. Bendita elección. Si quieren escucharme cantar, pensará él, que lean las palabras que escribo en El Correo de Andalucía, La Gazapera y mis libros. Eso es lo más parecido. Jamás se vio tanto derroche de conocimiento y sentimiento. Eso es lo que aprecian los barones catedráticos.

En nuestro periódico va para tres décadas que firma sus crónicas y críticas flamencas. Toda una vida, como quien dice. También escribió alguna temporada de opinión. Talmente analista político. Sin casarse con nadie. Levantando ampollas. Eso se le da genial, porque es al tiempo radical y razonable. Y de pesca deportiva. De eso no se acordaban, ¿eh? Y hasta de televisión. Un día dijo que ya no iba a ver más la caja tonta, porque era eso mismo, un trasto pa' tirarlo a los cochinos. Así que se centró en el flamenco. Y tanto. En estas páginas enjuicia el trabajo del prójimo. Tremenda profesión, rediós. Un género periodístico al alcance de unos pocos elegidos. Él sabe mejor que nadie cómo brilla el bronce milenario, pero a veces escuda lo impuro, la vueltecita de tuerca, lo nuevo. Así se cimentó este arte, ¿no? Lo que no digiere es cuando un artista confunde un micrófono con un billete verde. O cuando parodia las sagradas escrituras. Entonces aviva la hoguera del inquisidor. Y claro, hay quien no queda bien retratado y le difama con inquina. Es lo que tiene llevar la independencia hasta su máxima expresión, que el teléfono de casa suena menos que el del vecino palmero y chupacirios, y el trayecto al súper se vuelve agreste. Ay, la nevera. A Bohórquez le gusta el buen yantar, pero no canjea una palabra de menos por un chuletón de más.

Ni siquiera por uno de su querida Ávila. Por eso -y por su querencia innata a inmolarse ante los patronos- atravesó "en más de una ocasión el dintel del delirio por no poder llenar el frigorífico nada más que de tronchos hervidos y papas aliñás", como reconoce en su libro A palo seco. Hoy ha mejorado ostensiblemente el menú. Obsérvenlo de cuerpo entero. Y sin torcer un ápice esa línea honesta y cabal que le hace acreedor de semejantes parabienes.

Por el mismo cauce transita con pastas duras. Nueve libros ya: siete biografías, una recopilación de artículos de opinión y una enciclopedia de clásicos del cante. Recordemos los artesanos a los que acercó su lupa de detective cañí: Fernando el de Triana, El Carbonerillo, Manuel Escacena, La Niña de los Peines, Tomás Pavón, Manuel Gerena y El Canario de Álora. Los tres últimos desde su propio sello editorial, Pozo Nuevo, altruista herramienta de hemeroteca para conducir su labor investigadora. Hablando de conducir. Bohórquez ya tiene carné, y bien que lo estruja desde Mairena del Alcor a Arahal, donde acude casi a diario para ver a sus suegros y a sus perritas Mora y Luna, que se meten en los boquetes y le cazan conejillos para el perol.

Ah, ¿será por eso que ha bautizado su blog como La Gazapera? ¿O quizá porque se deleita correteando libre como los gazapillos de aquellos olivares? Dios mío, qué descubrimiento lo de la bitácora digital. A ritmo de reflexión diaria, el ensayista de lo jondo ha terminado por partirle el alma a los flamencos del planeta. Vivencias con los artistas que marcharon con Vallejo y Chacón. Relatos impagables de la infancia en Palomares, cuando era el mismo niño soñador que es hoy, pero menos grandullón, y las guitarras de palo se le aparecían en forma de ingratos palustres. Conjeturas sobre lo divino y lo humano. Una legión de incondicionales y más de uno que cambia de acera acordándose de la madre que parió al interné. Sesenta mil visitas desde octubre. Un éxito. Un disfrute para su autor, que siente la necesidad de contar y gasta buena mano. Un motivo más para el jurado de la Cátedra.

Hoy la vida sonríe al hijo de la Pepa, un buen hombre enamorado del flamenco. El amigo Manolo Bohórquez disfruta de un "placentero preámbulo de la vejez", en sus palabras, junto a su fiel compañera. Ya ha encontrado su lugar en el mundo, pero aún deja caer fantasías que hablan de una casa en el campo, allá en Arahal, en Palomares, donde sea, con unas gallinas de corral que canten por alegrías y pongan huevos de los verdaderos.

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