Israel pisó hace 60 años la antigua Palestina para proclamar su independencia. Desde aquel mayo de 1948, Oriente Próximo vive ensombrecida por el ruido de las bombas y la violencia entre palestinos e israelíes. Y es que el Estado judío ya nació con una asignatura pendiente: el conflicto desatado por su existencia.

Cuando el líder sionista David Ben Gurión, a la par que las tropas británicas ponían fin a su mandato de 25 años en tierras palestinas, empezó a leer la declaración de independencia de Israel en Tel Aviv, no se podía ni imaginar que la guerra que estallaría un día después por su proclamación -la famosa Guerra de la Independencia, en la que Israel combatiría con una coalición de países árabes- seguiría hasta la actualidad.

La inestabilidad política y militar causada por la creación en 1948 del Estado judío en el antiguo protectorado británico de Palestina -por la presión sionista tras el genocidio nazi en la Segunda Guerra Mundial-, no ha tenido parangón en las últimas seis décadas y de hecho, se ha convertido en el conflicto más antiguo y de mayor repercusión en el globo.

Tanto es así que incluso es el trasfondo de la tensión entre Islam y Occidente, que tiene su origen en la percepción islámica de un favoritismo occidental hacia los israelíes en detrimento de los palestinos, que habitaban en el territorio en que se fundó el nuevo estado.

Tras sobrevivir a media docena de guerras con ejércitos árabes y a dos Intifadas, pero sin haber logrado doblegar por completo al movimiento palestino, Israel celebrará el aniversario en medio de un nuevo intento de alcanzar un acuerdo que le garantice la paz.

El pacto alcanzado en Annapolis en diciembre pasado entre israelíes y palestinos, en el que hay el compromiso de alcanzar la paz antes de 2009, se antoja cercano en el papel, a la vista de las relaciones entre sus dirigentes, aún lejano en la realidad. El persistente bloqueo israelí sobre Gaza y los ataques milicianos desde la frontera no contribuyen al proceso negociador, unido al rosario de mediaciones fallidas e inconclusa, la más cercana la propiciada por EEUU e impulsada por el presidente Bill Clinton.

Nuevo intento. Ahora es George W. Bush el que quiere despedirse de la Casa Blanca como el propulsor de la paz en Oriente Próximo. El propósito de Annapolis no es otro que el de aplicar la decisión adoptada en 1947 por la ONU de dividir la antigua Palestina en dos estados, lo que propició proclamar el Estado Judío, pero que fue rechazado por el mundo árabe, que al año siguiente emprendió las hostilidades.

La Guerra de la Independencia se desató el día después de la proclamación de Israel. Siria, Egipto, el Líbano, Irak y Jordania iniciaron la batalla contra los israelíes en la primera de las tres conflagraciones armadas que fueron decisivas en la historia del Estado Judío. La victoria de Israel permitió al recién creado estado la conquista del territorio reconocido internacionalmente desde entonces como "israelí", pese a que doblaba en extensión al que le había asignado la ONU.

De paso, Israel propició la Nakba, la tragedia que cambió la vida de los palestinos y forjó su identidad de pueblo desposeído. De hecho, la guerra que siguió a la creación del Estado israelí llevó al exilio a 750.000 del 1.300.000 árabes que vivían en la entonces Palestina.

El segundo punto de inflexión en el conflicto se produjo casi 20 años después, en 1967, con la Guerra de los Seis Días. Israel ocupó varias parcelas de los países vecinos: las palestinas Gaza y Cisjordania, el Golán sirio, las libanesas granjas de Chebaa y el Sinaí egipcio. Excepto esa península -que fue devuelta a Egipto en 1982-, el Estado judío sigue con el control del resto de territorios, algunos usados como moneda de cambio para la paz, como hizo con Siria. Fue en esa Guerra de los Seis Días cuando Israel pasó de ser un país amenazado a ser una potencia ocupante que emplea blancos civiles en sus represalias militares.

Derrota libanesa. La historia de Israel está sujeta al eco de las bombas. La guerra contra la guerrilla chií libanesa Hizbulá supuso en 2006 el tercer jalón bélico que ha marcado la senda del Estado Judío, que después de encadenar a lo largo de varios lustros éxitos castrenses recibió su primer varapalo militar en un país como el Líbano, con el que mantiene un conflicto que se remonta a los años 70, cuando el Ejército israelí emprendió su primera incursión militar en territorio libanés.

Tras el fracaso de hace dos años en el país de los cedros, Israel se despertó del sueño y fue consciente de su vulnerabilidad. Quizás por ello ha reactivado la negociación con los palestinos y enviado mensajes conciliadores a países árabes que no han abandonado aún su línea más dura, como es el caso de Siria.

Fruto de la apuesta por el diálogo nació Annapolis que, pese al conflicto existente, sobre todo en Gaza, sigue vivo. El primer ministro israelí, Ehud Olmert, y el presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abás, se encargaron hace días de inyectar una dosis de optimismo al proceso tras afirmar que sellarán antes de final de año un acuerdo.

Pero antes de nada tendrán que dar solución al bloqueo israelí en Gaza, que persiste desde que Hamás tomó el poder en junio de 2006, el freno a la construcción de asentamientos de colonos en Cisjordania y, sobre todo, llegar al difícil consenso en un conflicto enquistado desde hace seis décadas.