-En el libro rescata un tiempo y una gente de Madrid que ya no existe...
-Han pasado sólo 30 años pero todo ha cambiado. Mi colegio era el extrarradio de Madrid y ahora es prácticamente el centro. Hacía casi 30 años que no pisaba por allí y he vuelto a entrar en mi infancia.
-Está retirado de la profesión. Vive el toreo como ganadero de éxito. Llama la atención que saque este libro ahora.
-Quizá sea precisamente por eso. No necesito ninguna publicidad; ni para torear ni para conseguir nada. No necesito casi nada y económicamente no me sobra pero tampoco me falta. Pero me apetecía hacerlo. Mi historia la sé y la cuento yo. Prefería ser yo el que la contara antes que nadie que no supiera de la misa la media. Me ha servido de terapia; hace cuatro o cinco años pasé algunos problemas psicológicos y tuve que acudir a un profesional y me sirvió contar todo lo que yo había vivido. Me di cuenta de que si hay chavales en una situación similar a la mía y quería hacerles ver que con una ilusión se puede conseguir casi todo.
-Este libro también supone una reconciliación con su pasado.
-Sí y además me ha dado mucha vida interior y ha sido una forma de hacer aflorar mis sentimientos. Me sentía débil de cara a los demás y ahora estoy muy a gusto. Soy lo que soy y vengo desde donde vengo. Es lo que he vivido y lo que he sentido y afortunadamente es casi un cuento de hadas: un niño con problemas que se convierte en un hombre que consigue en la vida casi todo lo que se propone.
-Esto nos lleva a su carrera como torero; a su eclosión como figura de la mano de Martín Arranz. Pero más allá de triunfos o estadísticas consigue convertirle en un referente para las generaciones que vienen después.
-Eso es lo más que más me ha llenado como torero. Por encima de los números es lo que me interesa. Cuando empecé a tomar noción de lo que era comprendí que lo importante era convertirse en un torero de toreros; que me admiren las nuevas generaciones es buenísimo pero que me llegaran a respetar los anteriores a mí es tremendo. Es lo que más satisfacción me ha dado.
-Hay que volver a la figura de su padre adoptivo, Enrique Martín Arranz. Juntos forjáis una filosofía de toreo y de vida que prende en otros toreros posteriores.
-Yo nací en un ámbito familiar con el que rompí a raíz de la muerte de mi padre biológico. De repente tenía otra familia y tuve la gran suerte de que quién se convierte en mi padre adoptivo es un hombre muy inteligente e interesante que me supo marcar. Él siempre me dijo "José, ahí tienes un muro. Tu puedes chocarte con él pero también puedes flanquearlo, saltarlo... pero si quieres darte con él, te das. Ésa será tu experiencia". Siempre me ha intentado enseñar, corregir, enseñarme el camino pero al final me daba la libertad para decidir.
-Él es quien supo sacar lo mejor de ti mismo.
-Sí, así es. Cuando estaba en activo me preguntaba un montón de cosas y con un leve movimiento de cabeza ya nos entendíamos de sobra. Él me enseñó unas de las máximas de mi vida: "en los momentos buenos, José, no subas demasiado la cabeza; no seas altivo pero en los momentos malos tampoco te escondas".
-A pesar de todo, nunca llega a bajarse del filo de la navaja en toda la narración.
-Es que es una constante en mi vida: el éxito, el fracaso, la felicidad, la tristeza... todo eso se ve reflejado ahí. Son 43 años de lo mejor y lo peor.
-No tiene término medio...
-Sí, soy así hasta para estar enfermo. De todos los tipos de migrañas que hay, me da la más fuerte. Todo tiene que ser a lo bestia. O no tengo nada o tengo de todo.
-Entre el 93 y el 96 hay dos encerronas en solitario en Madrid que marcan su plenitud como primera figura. En la segunda, más allá del triunfo, vuelve a marcar un hito en el toreo de los años 90 que se convierte en referencia. ¿Ésa fue su antología?
-Ha habido otras tardes, también de seis toros, que artísticamente han podido resultar mejor, como la encerrona de Valladolid. Pero el marco, la categoría de la plaza, el rescate de cosas y suertes en desuso, el convertirme en el eje central de aquel espectáculo... es algo que yo había aprendido en Colombia hablando con Curro Fetén y Hernando Santos, un periodista colombiano. Me hablaban de Luis Miguel y me decían que lo importante era captar la atención de la gente, tal y como estaban pendientes de él con sólo mesarse el pelo. Hay que ser un gran artista y tener una gran fuerza interior para que la gente esté pendiente de uno. Ahí me di cuenta de que no sólo era lidiar los seis toros sino que todo el mundo estuviera pendiente de lo que hacía en todo momento, convertirme sin provocarlo en el epicentro.
-Es curioso que, pasado el tiempo, han vuelto a reivindicarse una serie de derechos televisivos por un grupo de toreros que están repitiendo punto por punto lo que pedisteis tu padre y tú hace más de quince años. Entonces os dejaron solos y hasta se llegó a crear un cisma entre los toreros.
-Aquello fue tremendo porque se rompió todo. Entonces me sentí muy incomprendido porque yo no perseguía ganar más o menos dinero. Lo que queríamos es trazar un calendario de corridas televisadas en el que pudiéramos decidir todos los actores. También queríamos recabar minutos en los informativos y los telediarios. Queríamos que la gente supiera quienes somos pero si no salimos es imposible. A aquello se le dio la vuelta y se tergiversó todo. Ahora se ha vuelto a pedir lo mismo y a nosotros nos intentaron crucificar entonces pero ojalá saliera bien esta vez. Nos da pena pensar en todo este tiempo perdido pero nunca es tarde si la dicha es buena.
-En el libro dice que se marchó del toreo porque se le había acabado la gasolina. Pocos reconocen tan abiertamente que ha llegado ese momento de irse.
-Noté que las cosas empezaban a flojear. Y lo noté en Madrid, con un toro de El Torreón, fiero, que tenía cosas dentro que no fui capaz de sacar. No estuve mal, pero tampoco estuve bien y salí de la plaza pensando que era un toro para encumbrarme y había llegado el momento de irme para casa. Ya no tenía la capacidad para sobreponerme a eso y empezaba a aflojar. No quería que la gente me echara; ya no era mi mejor momento pero tampoco quería irme en declive.
-¿Echa de menos la vida de torero, el trato con la cuadrilla, los viajes...?
-Sí, pero pasaba tanto miedo, lo pasaba tan bien y tan mal... que a veces no quiero ni recordarla. Pero sí, veo a mi cuadrilla de vez en cuando y nos gusta hablar de aquellos años. Ellos son tu familia, viven a flor de piel todas sus sensaciones. Pero te pones a pensar si eres capaz de ponerte otra vez delante del toro y yo no me veo capaz así que mejor olvidarse de todo.
-Aquellos años de la Escuela Nacional de Tauromaquia también reflejan una época del toreo que se marchó. ¿Es comparable aquel ambiente de forja con el que se vive hoy en día?
-No, porque hay dos cosas que hay tener claras. José de la Cal, Molinero y mi padre eran tres locos del toreo. Se juntan, dan la tabarra en Madrid al ayuntamiento, les ceden una placita y empiezan a organizar aquello. No tenían horas en el día, ni semanas ni estaciones; se gastaban su dinero. Aquello estaba hecho con mucho amor, sólo con la intención de fomentar la fiesta. Mi compañero José Luis Bote me comentó hace poco que las clases son de lunes a jueves dos horas al día. No me lo podía creer. En dos horas no da tiempo ni de desarmar los chismes...
-Las circunstancias de los chicos que querían ser toreros a finales de los 70 y los de ahora son muy distintas.
-Sí, pero hay que fomentar otra cosa. Cuando yo llegué allí fui muy ilusionado. Había dos o tres de mi edad, con once o doce años, pero los demás eran de 18 ó 20. Pasé de jugar a las chapas o a las canicas a coger un capote y una muleta y escuchar conversaciones muy serias. Aquello me gustaba pero no dejaba de ser un niño aunque allí te potenciaban, te guiaban... siempre recuerdo con mucho cariño, más allá de que enseñaran a coger los trastos, las anécdotas que contaba don José de la Cal: había toreado con Marcial Lalanda, Felix Rodríguez, Cagancho, Barrera, Victoriano de la Serna... tenía un chándal de esos de rayitas y me lo ponía como si fuera un capote de paseo, con sus galones; me hacía mis carteles...
-Más que enseñarle a torear, aquella escuela se convierte también en un escuela de vida que le redime como persona.
-Sí, salíamos de allí y hablábamos con el maestro, le acompañábamos a su casa. Nos enseñaban a comportarnos como hombres. Allí notaron mi rebeldía cuando murió mi padre biológico y me pegaron rápido un serretazo. Yo era de los alumnos más avanzados. No tenía que sortear para torear y llegué un día a las vacas y me obligaron a sacar el numerito y a pesar de eso no me dejaron torear. Sólo un día, cuando no me tocaba, me obligaron a salir. Me hicieron empezar de cero y aquello me hizo recapacitar. Me habían puesto en la cola y yo no quería estar ahí y comprendí que estaba haciendo el tonto.
-Desde la distancia que dan los años, ¿Cómo ve el momento que está viviendo la fiesta?
-Desde los medios se ha dado cancha a los ataques antitaurinos y por nuestra parte ha habido un poco de dejadez. Hemos sido un poco dejados aunque la gente ya se está moviendo y se están consiguiendo cosas. En el aspecto estrictamente taurino creo que estamos viviendo un momento pletórico. Yo no ví a Camino, Ordóñez o al Viti pero después de esa generación creo que no ha habido tantos toreros y tan buenos. Tenemos un gran problema: los toros son fiel reflejo de la sociedad que vivimos y la crisis está haciendo mella.
-¿Siente aún la necesidad de torear?
-Que va, ni una becerra. Toreé el festival de Adrián y hasta el año pasado no volví a ponerme delante en casa de un amigo de la infancia. En agradecimiento a aquellos tiempos en los que me echaron una mano fui a su casa y toreé tres vacas. Fue tremendo pero me cambió hasta el carácter: discutí con mi mujer, me cambió el ánimo. De un día a otro tenía la tensión del toreo. Pero lo pasé de maravilla y me sentí muy a gusto. Pero ni una más.
-Llegamos al final, ¿quién es entonces el verdadero Joselito? ¿El macarrilla del Madrid de 1980 o la figura condecorada por el rey de España?
-Soy ambos. Y uno es consecuencia del otro. Joselito es consecuencia brutal y total de José Miguel Arroyo. Aquellos momentos que le hicieron sufrir forjaron lo que vino después. Se juntan las pasiones y es terrible poder controlarlas. Me metía en mi pozo y le daba vueltas y más vueltas a todo pero cuando eclosionaba era una maravilla.
-¿Y por qué merece la pena el toreo?
-Porque los sueños no están al alcance de todo el mundo realizarlos y yo los he tenido y los he realizado. Hay gente que me ha querido y me ha admirado. Por eso merece la pena ser torero.