Cultura

La Cultura es accesible. Derribando mitos

Golpeada por la crisis, los actores culturales buscan continuar garantizando una oferta al alcance de todos los bolsillos y de gran pluralidad. Estamos en una ciudad ideal para el disfrute de múltiples propuestas culturales. Pero falta una mayor didáctica para lograr que participen de ellas quienes todavía las sienten lejanas.

el 21 mar 2014 / 23:00 h.

cultura-teatroPor Ismael G. Cabral / José Gallego Los complicados tiempos actuales resultan un campo fértil para repensar sobre los Derechos Humanos, como así lo demuestran los múltiples movimientos de raigambre social que han surgido en los últimos años y que reivindican un cambio de modelo estructural. Sin embargo, a menudo tiende a olvidarse una reflexión, el desdén hacia la cultura –por parte de políticos de todo sesgo– agrava el conflicto:«La cultura de las comunidades y las naciones representa una base desde la cual se puede dotar de unidad y sentido a la defensa de las garantías fundamentales», opina el filósofo Adán Aguilar. O, de otro modo, el derecho al acceso a la cultura constituye un punto de partida trascendental para la defensa de cualquier otra causa que nos ataña como sociedad. Como en tantas ocasiones, la teoría se choca de bruces con la realidad. Sin ánimo de resultar tremendistas, la cultura en España es vista más como un problema que como una solución, más como un puñado de colectivos que exigen que como un alimento para la formación de primer orden. «La cultura en España está en vías de desaparición», aseguró la actriz Adriana Ozores en una reciente visita al Teatro Lope de Vega. «Debería ser una materia tan relevante como lo son las matemáticas o las ciencias sociales, pero no. Se está educando en el no valor de la cultura. Esta no es un lujo, es fundamental para subsistir», dijo. Un lujo. Son las dos palabras que dan nombre a una losa que pesa como el plomo y asfixia a la cultura española –por otra parte pródiga en otros muchos problemas coyunturales; su perenne dependencia de las subvenciones, huérfana de una Ley de Mecenazgo, mermada por una crisis ajena, etc...–. Según un reciente informe del Observatorio de la Cultura de la FundaciónContemporánea un elevado número de españoles la ven como «un lujo al alcance de una elite o de grupos de personas muy formadas». Sumaremos una tercera idea, no por menos sustancial, menos perniciosa y errónea:la de que nunca hay entradas. Pero, ¿es verdaderamente accesible la cultura? Sí. ¿Se activan suficientes iniciativas didácticas para acercarla a una población mayor, para derruir los mitos que, como altos muros, impiden su acceso a audiencias mayores? No. «En la cultura funcionan inmejorable y lesivamente las inercias, inercias que hacen que si un teatro subvencionado llena más o menos su aforo no se preocupe de ir más allá, de salir a buscar públicos que, por desconocimiento y tabúes, viven de espaldas a múltiples manifestaciones culturales», considera el historiador de la materia Rafael de Teresa. Cabe distinguir por tanto la accesibilidad –oferta cultural y precios de acceso– y la facilidad de vivirla como un hecho cotidiano –políticas de divulgación, fundamentalmente–. El filósofo Gustavo Bueno en su referencial trabajo de 1996 El mito de la cultura planteaba que «quienes la gestionan están tan confiados en la capacidad de respuesta de sus clientes que no sienten interés por buscar otros», aseveró. En 2014 el escenario ha cambiado bastante y la crisis ha hecho descender de su nube creativa a todos los directores artísticos de espacios culturales. Lo que, por otra parte, ha conllevado un apreciable escoramiento hacia lo comercial de determinadas programaciones. Pero a pesar de los esfuerzos del sector por combatir los mitos y sortear los obstáculos –como ese 21% de IVA cultural impuesto por el Gobierno de España, en confrontación, pongamos por caso con el ejemplo más extremo; el del 3% que se aplica en Luxemburgo–, persiste la idea de que la cultura es un bien de lujo; un planteamiento en muchos casos espoleado por los propios medios de comunicación. «Es verdad que hay casos que van en nuestra contra, los libros son mucho más caros en España que en el Reino Unido, cierto; pero para acudir a una ópera, una obra de teatro o un concierto siempre existen resortes animados por las propias instituciones para que jóvenes o personas con escasas posibilidades puedan participar, si lo desean, de estos rituales. Es más, incluso hoy un libro digital se puede adquirir por bastante euros menos de lo que nos costaría estacionar en un parking algo más de dos horas», valora el catedrático de Filosofía de la Hispalense, José Luis López López. DINERO-CULTURATal vez lo expresado en líneas anteriores pueda parecerle un polémico punto de partida del debate. Repetimos: la cultura es accesible y no es un lujo contrariamente a lo que se piensa. Escojamos el espectáculo sobre el que tradicionalmente recae con mayor fuerza la idea de que es un fasto al alcance de bolsillos con buen fondo:la ópera. Si nos quedamos en Sevilla, por 44 euros podría asistir a una representación de la ópera de Wagner El ocaso de los dioses el próximo mes de junio. ¿Es más caro o mucho más caro que una entrada para acudir a un Madrid-Barcelona, o al próximo derbi Sevilla-Betis, más que una entrada para la Fórmula 1? Si en lugar del coliseo del Paseo Colón marchamos a Madrid o Barcelona hallaremos localidades desde siete euros en adelante, lo mismo sucede en París, Berlín o cualquier otra capital operística que pase por su cabeza. «Cuando un espectáculo cultural es verdaderamente costoso pueden pasar dos cosas; o depende por completo de la iniciativa privada o no estamos hablando de cultura», asegura el promotor JavierCerezo. Su planteamiento activaría otro agitado debate en cuyos lodos no penetraremos:¿qué es cultura, podemos igualar una exposición sobre el cubismo en el Bellas Artes con un concierto de hip-hop en un festival playero? «No conviene entrar en el imposible análisis de tales dicotomías, cada uno tendrá una opinión, razonablemente válida, preocupémonos porque el derecho fundamental del acceso a la cultura sigan teniéndolo garantizado las generaciones futuras», apunta López López sesgando esa rama del enmarañado árbol de la cultura. Las visiones aquí expresadas tienen, forzosamente, un marcado sesgo occidental, europeo para ser más exacto, que es desde el punto geográfico a partir del cual nos acercamos al hecho cultural. Y desde esa óptica podemos afirmar que «vivimos en uno de los mejores lugares del mundo para disfrutar del arte y la creación en todas sus múltiples manifestaciones», al decir de Juan Miguel Roncero, escritor y divulgador musical. Opinar lo contrario nos llevaría, irremisiblemente, a plantear la posibilidad de un modelo cultural norteamericano, en el que la iniciativa privada, los mecenas y las grandes corporaciones son quienes mantienen la cultura, claro está, arrimándola a sus intereses y condicionando los programas en función de la respuesta masiva del público:«Un patrón así es totalmente ajeno a Europa; funciona razonablemente en Estados Unidos, donde la empresa hace mucho que asumió ser timón de la cultura, pero no aquí, ni las más conspicuas derechas europeas se han planteado nunca aplicarlo, ahí está el paradigmático caso de Alemania, corazón cultural del continente, donde el Estado lleva décadas erigido en pilar del sector y garante de una pluralidad de la que no goza ningún otro país del mundo», cree Roncero. Así pues, otra razón sobre la que cimentar nuestra tesis de la cultura accesible:estamos en el lugar adecuado para disfrutarla, con las mayores garantías de pluralidad, con una oferta razonablemente amplia y a precios –subvencionados– y, por ende, considerablemente asequibles. Sin salir de Sevilla deberemos valorar en este conglomerado de problemas, ópticas y soluciones –pues estas están tan alcance de la mano como tomar una gacetilla cultural y decidir a dónde acudir– el esfuerzo que, en época reciente, han realizado empresarios y dramaturgos. Es el caso de Ricardo Iniesta, Salvador Távora y la compañía Los Ulen, empeñados en salir del centro de la ciudad y, con ello, romper dinámicas que van en contra de una justa propagación de la cultura en zonas periféricas: la Sala TNT permanece en Pino Montano, a pocos metros del Vacie, integrando comunidades y promoviendo una programación a contracorriente y ajena a todo atisbo de populismo. Por el camino se han quedado la Sala Fli y el Teatro Távora –en el Polígono Hytasa del Cerro del Águila–, cuyas puertas hoy están cerradas. Para impedir que casos como los anteriores se reproduzcan –empresarios privados que se arriesgan y caen– el clamor del sector es la ausencia de una Ley de Mecenazgo. El consejero de Cultura, Luciano Alonso, anunció en enero que su previsión pasaba por que ésta se hallaría lista el próximo noviembre. Se trata de un nuevo marco jurídico de Régimen Fiscal de las Entidades sin Fines Lucrativos y de Incentivos Fiscales al Mecenazgo, lo que permitiría una más cómoda entrada de las empresas en el sector, obteniendo estas beneficios económicos más allá de los que atañen a su imagen. Por su parte, el Gobierno de la nación lleva meses posponiendo –también se obró así durante la anterior legislatura– el alumbramiento de una ley estatal. Una y otra llegan tarde. El caso no tiene parangón en Europa. La cultura es, en fin, accesible en el sentido más amplio de la palabra. Pero hacen falta herramientas didácticas que acerquen a quienes, por ideas preconcebidas, le dan la espalda. También políticos de todo signo comprometidos con este bien crucial.   EL RESTO DE REPORTAJES 'POR DERECHO' SOBRE LA CULTURA EN LA EDICIÓN IMPRESA    

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