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En 110 años de vida, El Correo se ha dedicado a contarle a la gente lo que le pasa a la gente. La gente puede ser Barack Obama, pero también un vecino de Rochelambert. El ansia doble por conocer lo que pasa a miles de kilómetros y también lo que acontece a la vuelta de la esquina ha alimentado sus páginas día tras día, y es ese mismo hambre el que atraía a los cientos de sevillanos que ayer acercaron a las 75 portadas de la Avenida, ávidos por recordar a las grandes glorias del mundo y por rememorar esas noticias de las que un día fueron protagonistas.
Aunque sea en periódicos de metro y medio que no huelen a tinta ni se doblan por la mitad, aunque para leerlos no sirva el sillón del salón. Pese a todo, mucho embeleso en los labios, mucho pasado concentrado en el gesto, mucha sorpresa en los ojos nuevos de los que apenas están aprendiendo a vivir.
Nuevo es Jaime, de 13 años, que escucha a su abuela Mariana explicar ante la necrológica de La Niña de los Peines cómo en sus tiempos veía a la cantaora entonando saetas un Miércoles Santo. El chico no se cree que esa anciana que ahora renquea a su lado se colara en las funciones del cine para mayores de 14 años. "Qué quieres, cualquier cosa por ver a un hombre como Gary Cooper", dice señalando la vieja cartelera, pícara, de golpe rejuvenecida. Otra portada arranca arrugas a Juana: la del traslado de la Feria de El Prado a Los Remedios. "Ése fue el último año que me vestí de gitana. A la Feria siguiente se murió mi padre y... bueno, ya no más", le recuerda a su esposo, Federico, que asiente ante una historia escuchada mil veces, y una más. "¡Pero tú has ido guapa todos los años, con volantes y sin volantes!", le dice, tierno y bromista. Bernardo, a sus 50 años, tiembla al ver la plancha de 1969 que recuerda el terremoto que inundó de histeria la ciudad. Dice que estuvo dos meses durmiendo debajo de su cama, "por si aquello se repetía, para salvar la vida".
Era la lógica de un crío de 10 años. Acelerado, camino de Hacienda, promete volver a la exposición. "Yo creo que conozco a alguno de los de las fotos", afirma. Unos metros más allá, Christin y Marjorie, estadounidenses, se retratan, cocacola en mano, ante los retratos de Grace Kelly y Jacqueline Kennedy en la Feria de Abril. "Eso eran mujeres guapas, gente con clase, no ese famoseo que tenemos ahora", sostiene indignada a su vera Ana, jubilada trianera que hacía un minuto reía a carcajadas ante la foto de Joan Manuel Serrat. "Ay, es que mi marido era igualito, con sus patillas, con su pantalón de campana... Tan guapo... Y mira ahora, mira...". Casi se atraganta de la risa mientras señala las canas, la tripa, el paraguas previsor de su esposo, José Antonio. Él la mira entre contrariado y divertido, y se escapa unas cuantas portadas más allá en busca de su favorita: la de la victoria de Felipe González en las elecciones de 1982. Aquel día, El Correo no usó fotos en portada, sino un dibujo de Toti que recreaba el futuro juramento del cargo de presidente en La Zarzuela. "Un sevillano en La Moncloa", reza el titular. El trianero sostiene, convencido, que ese día España cambió. "Yo hasta entonces pensé que podía haber más 23-F", susurra. Dice que votó, claro, que votó por Felipe, y que ver la portada de aquel día le hace "cabrearse". "Este país ha perdido el fuelle, lo ha perdido...", lamenta.
El Tamarguillo concentra las miradas más tristes, las de quien vio de cerca la tragedia. Muchos, muchísimos de los que ayer se acercaban a la exposición recordaban las inundaciones del 61. Era la portada más concurrida. En las conversaciones, lo que contaba la abuela, la penuria de las aguas, lo complicado de la reconstrucción.
Pero el paseo por la Avenida es un ir y venir de sensaciones, de sentimientos, y pronto el ceño se relaja. Sucede cuando se descubre la portada del Betis primer campeón de la Copa del Rey ("Qué tiempos, ¡ofú! A ver si vuelven con Oliveira", se dicen Pedro y Martín, administrativos y compañeros de café), la del Sevilla en la UEFA, la de la Selección victoriosa en la última Eurocopa. O cuando en una esquina salta un anuncio de Coñac Memorable, el que bebía a escondidas del médico el abuelo de Leo, que se ha tirado de la bici para leer sobre el incendio que carbonizó a La Hiniesta. O cuando José Manuel anota la fecha de la portada de la muerte del torero Juan Belmonte para ir a la hemeroteca y conseguírsela a su suegro, "que lo quería más que a Dios".
110 años de noticias generan mucho debate, como el de Diego y Salvador, turistas de Salamanca, que se ponen a discutir del servicio militar ante una portada que anuncia que se reducirá a un año, o como el de Miguel, José y Eduardo, que se pelean por comparar la gesta de Curro Romero -ése que, dice el periódico, cortó un día ocho orejas en La Maestranza- con las de El Cid, y no se ponen de acuerdo. Dan ganas de ponerle una mesa camilla y un café a Aurora, Pedro y Eva, a los que la foto de la boda de los Príncipes de Asturias les sirve para reflexionar sobre las repúblicas y los derechos sucesorios. Ahora ponen en duda la utilidad de la monarquía, pero hace años, confiesan sonrojados, también ellos se echaron a la calle para arropar a la Infanta Elena y a Marichalar, esos que miran felices desde otra portada. Con la abuela, con la madre, con banderita, pero los tres estuvieron. "Era otra cosa", alega Eva.
El combativo Enrique discute con el grandullón Andrés si es o no bueno dar páginas y páginas a los atentados de ETA. "Ves -dice el primero, señalando un titularcito en portada sobre un asesinato en Hernani-. Así se hace. Mejor no darles publicidad". Su compañero le dice que no, que nunca, que hay que informar. Y allí se quedan, dando vueltas a lo mismo. Y ahí siguen 20 minutos después. Ahora tratan de Rosa Díez. De la crisis hablan Isabel, María José y Adela después de ver que, hace décadas, el periódico costaba 1,50 pesetas. Y con las bondades de Ruiz de Lopera se enredan Luz y Francisco, hermanos, los dos presentes en ese estadio inundado de luz que protagoniza una portada de enero de 2000, el antiguo Villamarín.
La historia -que eso y no otra cosa es el periodismo pasado- también arranca silencios cuando recuerda a Alberto y Ascensión, cuyo asesinato inyectó en Sevilla una rabia desconocida hasta entonces. José Luis mira la foto de su entierro y recuerda que no se lo podía creer. "Tres niños sin padre, un horror", resume de un plumazo Eulalia, su madre. Silencio el de Sandra cuando mira cara a cara al dictador Franco en la única portada de toda España que, el mismo 20-N, anunció su muerte. Mudo queda, extasiado, Benjamín, ante la foto de la Trianera y la Macarena, que por primera vez se encontraron en la Catedral, y sin voz rezan Ayako, Haruki y Oriuni, japoneses, ante las víctimas del 11-M y el 11-S. El mutismo lo rompe Carlos, 11 años, serio y circunspecto, después de comerse casi la página: "Mamá... Hay una falta de ortografía. Washington no lleva tilde en la a". Las noticias, y los periódicos, que no siempre son perfectos.
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